En la casa de Perseo se inició uno de los procesos más bonitos de mi caminar con los muiscas y el único en el que Paula participó con la misma intensidad que yo lo hice. Hasta ese momento, la iniciación como sabedor muisca había sido un asunto mayormente individual, en el que Paula participaba más como acompañante que como participante. Como narré anteriormente, ella nunca estuvo muy entusiasmada con todo el trabajo que implicaba el camino espiritual ancestral, pero a fuerza de participar en ceremonias, círculos de palabra y otras actividades con la comunidad, había empezado a encontrar algunas cosas valiosas para su propio crecimiento personal y ya contaba con su propia mochila de trabajo ancestral, que contenía tabaco, mambe, tejido y su primer frasquito de ambira después de participar en su primera preparación de la medicina ancestral en la casa de los Lombana.
El problema para ella, por otra parte, era que a pesar de sentirse aceptada y apreciada por los abuelos y la comunidad en general, también sentía que era menospreciada o al menos no valorada totalmente como mi pareja espiritual. Era evidente que los abuelos, sobre todo Suagagua y Yanguma, tenían alguna preferencia por mi entre los hombres de la comunidad, pero para ella, eso significaba un nivel más alto de exigencia. Se suponía que la mujer de un muisca que tal vez algún día llegaría a ser abuelo, tenía que ser una mujer disciplinada con la medicina, el tejido y las labores de la casa y Paula, con apenas 21 años y no muy motivada por convertirse en parte de una etnia que no consideraba suya, difícilmente encajaba en el molde que tenían los abuelos.
Todo esto cambió de repente, algunos meses después de mi rito de paso. Los abuelos postularon a Paula para hacer su propio rito de iniciación y, de hecho, la incluyeron en la siguiente cohorte que lo recibiría. El repentino afán provenía de un evento que acababa de suceder que se alineaba totalmente con la “profecía” del regreso del pueblo Muisca: Un grupo de mamos, o autoridades espirituales de la etnia Arhuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta le anunció a los abuelos Xieguazinsa y Suagagua que era hora de que los miembros de la comunidad recibieran la aseguranza de la Sierra Nevada.
Negociando con el Destino
La historia se remonta a 1992. Ese año, el mamo Andrés Izquierdo y su hermano el futuro mamo Lorenzo Izquierdo, recibieron la orden de sus mayores, de buscar y reunir a los mayores de los nueve picos nevados de los Andes colombianos, para la sanación de las comunidades y su territorio ancestral.
En ese entonces, el mamo Andrés se encontraba en medio del pagamento más importante de su vida: En 1985, el mismo año que en que en Colombia, el Volcán Nevado del Ruiz sepultó debajo de un rio de lava y barro al municipio de Armero, dejando más de 23,000 víctimas mortales, un terremoto de 8.1 grados en la escala de Richter devastó a la Ciudad de México, enterrando bajo los escombros a más de 20,000 personas, según los cálculos de algunas organizaciones.
La coincidencia de los eventos no pasó desapercibida para organizaciones religiosas y espirituales en todo el mundo, muchas de las cuales vieron en las tragedias un mensaje del más allá. Incluso el Papa Juan Pablo II, entonces jerarca de la Iglesia Católica destinó dos de sus numerosos viajes, para atender a las golpeadas feligresías de México y Colombia ese mismo año.
Los mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta, habituados a leer en los fenómenos naturales, mensajes para la humanidad y validación de su trabajo espiritual, entraron en consejo permanente, se encerraron a consultar la causa de la furia de Serankua y sobre todo, entender qué debían hacer para evitar más castigos de Seünniünhachün (Seynekun), que es como los Arhuacos llaman a la Madre Tierra.
Las respuestas que recibieron no eran buenas noticias. Los abuelos espirituales les revelaron que un terrible terremoto destruiría a Bogotá, una ciudad de más de cuatro millones de habitantes en ese entonces. La única forma de evitar la nueva tragedia era si se unían en pagamento las autoridades espirituales de los picos nevados más importantes de la cordillera de los Andes.
Como era improbable que tal objetivo se lograra en el corto plazo que parecían exigir las Deidades, los mamos lograron negociar un trato según el cual, Serankua detendríá su castigo sobre la humanidad si uno de los mamos sentados en el consejo de ancianos realizaba el ancestral pagamento del moyo de barro durante los siguientes diez años.
El elevado precio por la misericordia divina consistía en que un mamo tendría que dietar alimento, no tener sexo o hulu-hulu como lo llaman en la Sierra y estar en silencio, mientras durante los diez años, fabricaba con sus propias manos un moyo de barro sobre un fuego que no debía apagarse nunca más a partir del inicio del pagamento[1].
Habiendo participado en trabajos espirituales que requerían dietas similares durante dos o tres días, apenas puedo imaginar la magnitud de comprometerse a un esfuerzo similar por diez años. El caso es que el mamo Andrés Izquierdo asumió la pesada carga, por la salvación de quizás cientos de miles de vidas que se hubieran podido perder de haber sufrido un terremoto como el que vivió la Ciudad de México, en una ciudad tan pobremente preparada para resistir sismos, como la Bogotá de finales de los 1980’s.
Al tiempo que mamo Andrés se entregó al pagamento del moyo de barro en la Sierra Nevada, su hermano menor Lorenzo, quien apenas era un muchacho fue encargado de prepararse para la búsqueda de los mayores guardianes de los nueve nevados del territorio, para completar el pacto con Serankua. Al igual que los hermanos Ingatyba Neusa, los hermanos Izquierdo habían sido elegidos por el destino para una importante labor de despertar espiritual en el corazón de América.
El canto de los Muiscas
No fue sino hasta 2008, muchos años después del pacto con Serankua y varios años después de que el mamo Andrés terminó su agotador pagamento del moyo de barro, que Lorenzo inició su correría por los Andes, buscando a los representantes de las comunidades indígenas que custodiaban cada uno de los nueve nevados mayores de la cordillera, para comunicarles la petición de las deidades.
Lorenzo partió desde la propia Sierra Nevada, donde se encuentran las dos cumbres nevadas más altas del país: Pico Simón Bolívar y Pico Cristóbal Colón, ambos parte del sistema Gonawindúa y custodiados por los pueblos Kogi, Wiwa, Kankuamo y Arhuaco. Tomó rumbo al sur-oriente hacia la serranía del Cocuy donde se encontró con los pueblos U’wa, descendientes de los Muiscas originarios, quienes llaman ‘Güicán’ a su montaña sagrada.
Luego de llegar a acuerdos con los mayores de los primeros tres nevados, Lorenzo viajó al eje cafetero donde se reunión con las etnias Nasa, Paez, Emberá, Guambiano y otras cuantas, guardianas de los nevados del Ruiz, Tolima, Santa Isabel, Quindío y Cisne.
El ahora mamo Lorenzo, terminó su periplo en el nevado de Cumbal ubicado al sur-occidente de Colombia en la frontera con el Ecuador y custodiado por las etnias Awá, Pastos, Kofán y Cumbales. El punto de llegada del recorrido no era casual. El Cumbal, no solamente era el nevado ubicado más al sur del territorio colombiano, sino que, en una coincidencia ominosa debido al calentamiento global, su cumbre perdió totalmente su capa glaciar en 1985[2], año que ya queda claro, es tan sinónimo de fatalidad para Colombia como lo sería luego 2020 para el mundo entero debido a una pandemia global. Según el mamo Andrés, aquel sería el primero pero no el último nevado en perder su tutusuma[3] de nieve.
– “Si no nos ordenamos” sentenció el mayor, “nos quedaremos sin un solo nevado y entonces ya ningún hombre podrá volver a portar sobre su cabeza el tutusuma sagrado. Estaremos perdidos.”
Lorenzo se dio cuenta que alrededor de cada uno de los nueve nevados había encontrado cuatro pueblos indígenas principales, aunque había algunos menores, que formaban los cuatro astillos que sostenían la casa espiritual de los abuelos invisibles de los nevados. Cada mayor de cada pueblo indígena era un astillo o columna principal, alrededor de la montaña sagrada, que era el astillo central. Pero alrededor del nevado del Cocuy o Güicán, sólo había encontrado tres comunidades guardianas: Los U’wa, los Betoye y los Sikuani. Le hacía falta una tribu.
Cuando Lorenzo volvió a su casa, consultó con mamo Andrés, su hermano, que había contactado ya a los mayores de todas las comunidades nativas guardianas de los nueve nevados sagrados. Sin embargo, le dijo, creía que los guardianes de Güicán no estaban completos así que su tarea aún no estaba completa. Mamo Andrés detuvo el trabajo con su poporo, cerró los ojos y se inclinó hacia el fuego central de la casa sagrada en la que se reunían los mayores. La construcción era la única de base cilíndrica y techo cónico ya que todas las demás viviendas tenían forma cuadrada y techo piramidal[4].
Mamo Lorenzo sabía tan bien como su hermano mayor que el número cuatro o Ma’keywa, era de vital importancia en la cosmogonía de su pueblo. El cuatro para ellos significaba la perfección: cuatro elementos de la naturaleza: tierra, fuego, aire y agua; cuatro figuras geométricas sagradas: cuadrado, círculo, rectángulo y triángulo: los cuatro puntos cardinales, cuatro etapas de la vida: nacimiento, bautismo, reproducción y muerte, cuatro fases del cultivo: socolar, quemar, sembrar y cosechar. Por eso, el número cuatro era también el número del ser humano.
Pero el cuatro era especialmente importante porque según los Arhuacos, está en el centro de la estructura misma del Universo: Cuatro mundos inferiores: el primer nivel, Estrella (Komgayen), el segundo nivel la luna (Tima), el tercer nivel, Sol (Jui) y el cuarto nivel, el firmamento (Kunava). Cuatro mundos inferiores: el de las personas malas (Seikatuntun), el segundo nivel, el de la muerte (Pusoya), el tercer nivel que representa la peste (Nakuya) y el cuarto nivel que representa la pereza (Kurune).
El ser humano se encontraría en la mitad entre los cuatro mundos superiores y los cuatro mundos inferiores, en Seynekun – Madre Tierra, con lo cual la creación consistía en nueve mundos en total para nueve nevados, que deberían ser custodiados por cuatro astillos mayores cada uno. Lorenzo no se había equivocado. Alrededor de Güicán tenía que haber otro astillo mayor[5].
El anciano mamo Andrés abrió los ojos, miró a su hermano y le dijo:
– “Desde aquí he escuchado el canto del cuarto astillo que está entre las montañas del centro de la cordillera. Allá hay un pueblo vestido de blanco que ha estado cantándole a la Sierra, quieren despertar, pero toca ayudarlos. Sus varones no han recibido poporo y sus mujeres no han recibido el huso. Vamos a tener que entregarles lo que nos dieron a guardar hace muchos años cuando los hermanos menores blancos vinieron del océano.”
El Cuarto Astillo
No pasó mucho tiempo antes de que los mamos se encontraran con los mayores de Pueblo Nación Muisca-Chibcha. Los mamos Andrés y Lorenzo se reunieron con los abuelos Xieguazinsa, Fagua, Suagagua, Yanguma, Nemequene y Comba. En una ceremonia que se llevó a cabo durante varios días en la finca El Sol Naciente de propiedad del Taita Orlando Gaitán, ubicada en el municipio de La Vega, en Cundinamarca, los mayores Arhuacos entregaron a sus pares Muiscas el poporo ancestral que algún día perteneció a sus ancestros nativos. Las abuelas invitadas, recibieron igualmente el huso sagrado con la que las mayoras hilan el algodón para tejer las mochilas de sus esposos e hijos.
Habiendo entregado las herramientas necesarias para el trabajo espiritual, los Muiscas estaban listos para participar en la importante labor que desde 1993, los mamos se habían comprometido a realiza para evitar que el territorio colombiano sufriera una nueva tragedia, esta vez de proporciones aún más devastadoras.
Fue así que en 2009, como resultado de su correría por los nueve nevados, y al fin con los representantes de cada una de las cuatro etnias guardianas de cada uno de los nueve nevados, se realizó la primera reunión nacional de autoridades espirituales de Colombia. El evento se llevó a cabo en Pasto, en el departamento de Nariño, cerca del Cumbal, el nevado que ya había perdido su tutusuma blanco.
En aquel encuentro, los mayores espirituales reunidos llegaron a la comprensión de que la diferencia hace el complemento entre pueblos y que la unión de conocimientos contribuye a la curación de la Tierra[6].
Los Muiscas de Pueblo Nación se habían convertido oficialmente en uno de los cuatro astillos mayores, guardianes del nevado de Güicán-Cocuy y cada uno de los cuatro abuelos varones reunidos en el encuentro: Xieguazinsa, Suagagua, Nemequene y Comba, habían sido designados como astillos mayores de la casa sagrada Muisca, en lo que se configuraría como un fractal espiritual: Una pirámide doble de nueve casas sagradas en nueve nevados que se desdoblaba en 36 casas sagradas de 36 etnias, cada una de ellas formada por cuatro astillos mayores y en el centro el fuego sagrado que no debería apagarse nunca.
Ahora todo estaba servido para que el nuevo pueblo Muisca siguiera despertando y recibiera sus poporos, sus husos y sus aseguranzas. Muchos creen que la aseguranza es sólo una manilla de hilo de algodón que los Arhuacos regalan a quienes los visitan para protegerlos de todo peligro, pero como Paula y yo habríamos de experimentar en cuerpo, mente y espíritu, era mucho más que eso, sería nuestra conexión con la matriz sagrada y nuestro matrimonio espiritual.
Poporo
Supe por primera vez sobre la entrega de poporos una noche en casa de los abuelos Yanguma y Suagagua, durante una reunión especial de la comunidad. Nos habían anunciado que se haría un anuncio importante y la inusual presencia de Xieguazinsa en el lugar, confirmaba tal anuncio. Como solía suceder con los temas más importantes de Pueblo Nación, Xieguazinsa tomó la palabra, contó una versión resumida de la historia de los mamos Izquierdo y nos informó que a partir de ese momento las parejas ya conformadas de la comunidad nos debíamos preparar para recibir poporos y husos.
Yo había visto a los abuelos usar sus poporos en casi todas las ceremonias de la comunidad, pero no tenía ni idea qué era un huso. Los abuelos Suagagua y Nemequene hablaban con frecuencia de sus poporos y narraban cómo al poporear con disciplina podían lograr cosas increíbles como recibir mensajes de sus abuelos espirituales, entrar en estados de Samadhi, ver el futuro y traer prosperidad material. Todo esto imprimiendo con el chucuno una dorada costra de cal marina mezclada con saliva, ambira y hoja de coca sobre el largo cuello de un calabazo.
La relación entre poporo y prosperidad estaba bien establecida históricamente gracias a la famosa artesanía de oro puro encontrada en el municipio de Anorí en el departamento de Antioquia y atribuido a la desaparecida cultura Quimbaya, la cual pertenecía también a la familia lingüística Chibcha.
Según el abuelo Xieguazinsa, al untar el chucuno con la saliva propia, mezclada antes en la boca con ambira de tabaco y hayu u hoja de coca, se realizaba formaba una semilla espiritual similar en esencia al semen, pero de calidad espiritual y no física. El largo chucuno impregnado con la saliva fecunda con el espíritu de la palabra de coca y tabaco, se introducía luego a manera de falo en el útero representado por la base del calabazo donde se realiza la fecundación de la palabra al juntarse con la cal extraída de conchas marinas que reposan dentro del poporo.
La mezcla de saliva turbia, ambira color tierra, hayu (coca) verde y cal blanca da como resultado una masilla amarillenta de consistencia variable según la proporción de cada ingrediente. El poporero procede luego a untar la fértil mezcla sobre el cuello del poporo, como un artesano cubriendo de pintura un jarrón.
– “Cuando untamos la cal en el poporo, estamos escribiendo en el Cosmos con el oro espiritual que hemos creado con nuestro trabajo interno.” Aclaró el güexica Xieguazinsa.
Lo que había escuchado de los abuelos era que el poporo sólo se entregaba después de muchos años de preparación y un proceso de empoderamiento que podía tomar semanas, pero esos eran tiempos atípicos. Había una importante tarea espiritual que realizar y los dioses habían accedido a entregarle poporos y husos a los Muiscas a pesar de nuestra escasa preparación. Recibir mi propio poporo me habría parecido impensable unos días atrás, tanto así que tuve que preguntarle al abuelo Suagagua si yo estaba incluido en la lista de postulados a recibir poporo, para estar seguro.
El abuelo sonrió y me dijo:
– “Dígale a Paula que la abuela la va a preparar para que reciba huso también. Si no se pone las pilas, se va a quedar atrás de usted y ahí si pierde el año.”
Ahí estaban de nuevo en contraste la confianza que depositaban en mí los abuelos y el escepticismo hacia Paula como mi compañera espiritual. Sin embargo, después de no haber descubierto ningún avance extraordinario en mi vida después de recibir el rito de paso, pensé que tal vez algo tan sagrado y antiguo como el poporo sería la clave que estaba buscando para descubrir por fin el mundo sutil del espíritu y la magia. Yo me encargaría de que Paula estuviera lista también.
Huso
A los pocos días se llevó a cabo en casa de Perseo la primera reunión de candidatos para recibir poporos y husos. El taller de escultura, que era el recinto más grande de la casa y donde usualmente nos reuníamos estaba a reventar. Había por lo menos el doble de personas que usualmente se reunían y entre los asistentes había algunos que nunca había visto. Al parecer, la oferta limitada de aseguranzas de la Sierra Nevada era una oportunidad que nadie estaba dispuesto a dejar ir.
La reunión fue presidida nuevamente por el abuelo Xieguazinsa, pero esta vez estaba a su lado nada más ni nada menos que el propio mamo Andrés Izquierdo. Tenía consigo el moyo de barro negro que había fabricado con sus manos durante los diez años de pagamento que tuvo que soportar para evitar la destrucción de Bogotá.
El poporo del mamo tenía una costra de cal tan gruesa que le servía de sombrilla a su mano. El anciano se presentó y con su tono sosegado empezó a describirnos el importante trabajo del poporo ancestral y cómo al momento de recibirlo, se enlazaría cósmicamente con el huso entregado a nuestras parejas espirituales.
– “¿Y los que no tenemos pareja?”, preguntó nerviosamente algún miembro de la comunidad.
– “La tienen que buscar con el propio poporo, porque a ella se le entrega su huso en espiritual”, respondió el mamo.
El huso era una vara mediana de chonta negra con un disco o volante de piedra o madera, ensartado a un tercio de la longitud de la vara, desde su punta inferior. Su función es la de convertir una rueca de algodón o alguna otra fibra textil, en una madeja de hilo para tejer, mochilas principalmente, haciendo uso de una aguja de hueso que también sería entregada a las mujeres de la comunidad.
Así como el hombre con su poporo lleva a cabo la fertilización y siembra espiritual de la palabra y el trabajo interno de la pareja, fecundando el poporo con su chucuno, la mujer hila la vida misma, convirtiendo la rueca del destino en el hilo con el que se realiza el trabajo espiritual de la pareja. El huso convierte lo inmaterial en su forma física manifiesta, los arquetipos en sustancia. De ese modo, la mujer al girar el volante del huso, como una peonza cósmica, fabrica el hilo de la vida con el que sostiene a su familia.
Ese es al menos el significado que logré discernir de las palabras de los abuelos, los mamos y las mujeres tejedoras con las que caminé durante esos años.
Mientras pasaban las horas y escuchábamos con atención la explicación del misterio en el que estábamos a punto de embarcarnos, noté en el rostro de Paula que no estaba convencida de estar dispuesta a todo el esfuerzo que parecía implicar convertirse en hilandera muisca; algo que no me sorprendía. Pero yo sabía que era vital que ella estuviera conmigo al cien por cien en esta nueva aventura así que cuando terminó la sesión, invité a Paula a un bonito y discreto rincón de la casa, en unas escaleras al lado del antejardín.
Paula me confirmó sus dudas y me hizo saber que no sentía que ella perteneciera a ese mundo, que apreciaba los círculos de palabra y el trabajo con los abuelos, pero que entre sus planes no estaba el pasarse días y noches trabajando para conseguir una herramienta que no tenía planes de seguir usando en el futuro.
Yo la escuché con atención, entendiendo completamente su posición. Sin embargo, le dije, recibir la aseguranza era para mi mucho más que recibir un calabazo y un huso. Lo que yo había entendido a nivel más profundo era que, con el trabajo que estábamos por empezar, uniríamos nuestro trabajo espiritual como pareja. Le recordé las palabras del mamo cuando dijo que el Poporo y el Huso son esposos espirituales que se complementan mutuamente, así que para mí, la aseguranza que recibiríamos sería nuestro matrimonio espiritual.
Entonces saqué de mi bolsillo un anillo de compromiso que había comprado para la ocasión, abrí el pequeño estuche en el que se encontraba, se lo enseñé y le pregunté si quería ser mi esposa espiritual. Paula me abrazó conmovida y me dijo:
– “¡Claro que sí, amor!”
[1] Al no encontrar registro detallado de este pagamento ni tener contacto con los indígenas Arhuacos que participaron en el evento, la descripción de este pagamento corresponde exclusivamente a la recolección de hechos que fueron narrados por el mamo Andrés Izquierdo durante las ceremonias de aseguranza, llevadas a cabo diez años antes de escribir este relato.
[2] GLACIARES EN COLOMBIA – IDEAM
[3] El tutusuma es el nombre que los Arhuacos dan al tocado o sombrero de lana tejido con aguja de hueso, que identifica a los varones Arhuacos que han recibido su poporo. El tutusuma es, de hecho, una alegoria a la cumbre glaciar de los nevados de la Sierra Nevada.
[4] ARQUITECTURA KOGUI | Revista Credencial
[6] Biography (Mamü) Mamo Lorenzo | Terunna Foundation (fundacionterunna.org)