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T3E10: El Mayor del Clan Solar

Círculo de Palabra
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T3E10: El Mayor del Clan Solar
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El proceso de resignificación muisca, que en teoría fue la base para el nacimiento de Pueblo Nación Muisca-Chibcha estuvo condenado al fracaso desde el principio, porque a pesar de las buenas intenciones de los hermanos Ingatyba Neusa, la comunidad que se alcanzó a formar, al menos en Bogotá, no dejó de ser un vehículo para propagar las enseñanzas gnósticas de Samael Aun Weor y un medio para las actividades comerciales de la fundación FUNAZA, de propiedad del abuelo Suagagua y la abuela Yanguma.

Pero no quiere decir que además de lo anterior, no haya habido también un verdadero esfuerzo por despertar el pensamiento indígena y visibilizar ante la sociedad la identidad muisca, que un buen número de habitantes del altiplano cundiboyacense, aún sin saberlo, conservábamos. De hecho, hay que reconocer que para bien o para mal, no existe una persona que haya logrado representar a los muiscas del siglo XXI como lo ha hecho el abuelo Suagagua.

Su porte de sabio ancestral con largo cabello gris y marcados rasgos indígenas, así como su magnetismo personal y capacidad de oratoria, lo han llevado a muchos escenarios internacionales desde Chile hasta los Estados Unidos. Su presencia es recurrente en los medios de comunicación de Colombia y ha sido el referente de conocimiento ancestral, con el cual muchos jóvenes se han sintonizado con su legado indígena y han iniciado un proceso de búsqueda espiritual a través de la ancestralidad.

Otro mérito que hay que reconocerle a los abuelos Suagagua y Xieguazinsa es su capacidad de convocatoria. No solo de jóvenes en busca de su identidad, sino de sabedores con potencial para expandir la labor de despertar a los muiscas del siglo XXI. Como he narrado antes, a través del proceso de la maloca del jardín botánico, llegaron a sentarse alrededor del fuego central de la maloca un buen número de abuelos, a quienes desafortunadamente no llegué a conocer a profundidad, puesto que en el momento que yo me vinculé a Pueblo Nación, muchos de ellos ya iban de salida. Unos en abierta oposición al liderazgo de los Ingatyba Neusa y otros porque ya no encontraban en Pueblo Nación el apoyo suficiente para tener voz propia y ejercer su propio liderazgo.

Como lo experimenté yo mismo, cuando algún líder de la comunidad empezaba a tener su propio criterio sobre las doctrinas u otros procesos de la comunidad y este divergía del de los abuelos Suagagua y Yanguma, éstos se encargaban de retirarles el oxígeno a los rebeldes hasta que cada uno terminaba saliendo por su propia cuenta.

Hubo algunos abuelos que apenas llegué a conocer de vista o conversar un par de veces como los abuelos Comba Nymy Quene, Gualcalá y Guasín; otros con quienes sí tuve la oportunidad de compartir pero que al poco tiempo dejaron de participar en las actividades de Pueblo Nación como los queridos abuelos Jairsagua Furativa Gachetá y su esposo el abuelo Florentino Caicedo y otros que acompañaron a la comunidad incluso después de mi salida del movimiento.

Entre estos últimos se encuentra el abuelo Nemequene, quien acompañó el proceso de Pueblo Nación hasta poco antes de su muerte en diciembre de 2019, en parte, para hacer contrapeso a la influencia que Suagagua ejercía sobre los miembros de la comunidad. Pero hubo otro abuelo de quien no me he referido hasta ahora y que es, más de diez años después de mi ingreso al Pueblo Nación Muisca-Chibcha, el único a quien aún considero mi mayor espiritual y aún más, como un segundo padre.

El abuelo Luis Elbart Sánchez Rubiano, también conocido como Chimini Ingatyba Gagua por ser el nombre ancestral que él mismo descubrió en su proceso de autorreconocimiento indígena, fue desde el momento en que lo conocí y junto con el abuelo Florentino Monroy, uno de los pocos mayores de la comunidad que no parecía estar representando un performance para parecer un sacerdote indígena traído de los tiempos anteriores a la conquista.

El abuelo Luis y el abuelo Florentino, o Floro como le decíamos de cariño, también tenían en común que no tenían rasgos físicos típicos del mestizaje del territorio muisca, que no se vestían usualmente con atuendos indígenas y que al igual que yo, tenían empleos tradicionales de oficina durante el día. El abuelo Florentino, no obstante, estaba de retirada de la comunidad así que tuve el honor de compartir con él fuera de la comunidad, más por cuestiones del azar que por nuestros vínculos con Pueblo Nación.

El abuelo Luis Sánchez, por otro lado, permaneció en el proceso de los abuelos Suagagua y Yanguma hasta poco después de mi retiro del cabildo, al igual que el abuelo Nemequene, sintiendo la responsabilidad de hacer de contrapeso a la influencia negativa que el abuelo Suagagua ejercía sobre los miembros de la comunidad.

Una de las primeras actividades de Pueblo Nación en que participé junto con al abuelo Luis en 2010

Ingatyba

El lector se preguntará por qué se repite el apellido Ingatyba entre los nombres ancestrales de los abuelos. Según el abuelo Suagagua, el nombre ancestral de un muisca está formado por un nombre interno, que sería equivalente al nombre de pila, que se le revela a cada uno en un momento de inspiración divina. El segundo nombre o primer apellido corresponde al nombre ancestral del territorio en el cual nació la persona y el segundo apellido al del lugar en el que nació la madre.

Los abuelos Suagagua, Xieguazinsa y el abuelo Luis coincidencialmente nacieron en la localidad de Engativá en el noroccidente de Bogotá. Este territorio, en el cual quedan el aeropuerto internacional Eldorado y el Jardín Botánico donde el abuelo Víctor Martínez hizo la maloca para buscar a los Muiscas, fue en el pasado una población independiente de Bogotá que también se llamaba Engativá. Este nombre proviene del vocablo muisca Ynga-tyba que quiere decir “Señor de lo Ameno” o “Señor de lo Sabroso”. Yo mismo me identifiqué durante mis años como sabedor Muisca como “Guane Sua Fumeque” que quiere decir algo así como “Árbol de Aliso bajo el Sol en el Bosque del Zorro”.

El caso es que a diferencia de los demás abuelos, el abuelo Luis aún vivía en la localidad de Engativá, por lo cual, fue comisionado por el abuelo Suagagua para liderar la formación de una parcialidad del Cabildo Muisca de Bacatá – o Bogotá – en la localidad de Engativá. Recuerdo el día en que esto sucedió porque fue justo después de una de las tantas oportunidades en que nos reunimos en la maloca del Jardín Botánico. Después de cerrar el círculo de palabra, el abuelo Suagagua pidió a los asistentes que nos dividiéramos de acuerdo con la localidad de Bogotá en la que vivíamos. Se formaron varios grupos: uno de quienes vivían en la localidad de Suba alrededor de la abuela Yanguma, los que vivían o estuvieran más cerca de la localidad de Soacha con el abuelo Nemequene y quienes vivíamos en Engativá con el abuelo Luis. También se formaron los grupos de Fontibón y Centro de la ciudad, pero no recuerdo quienes los lideraban.

La primera impresión que tuve del abuelo Luis – aparte de no tener rasgos muiscas y por el contrario parecer un pulcro papá Noel – fue la de ser un hombre muy respetuoso, cálido y sereno. Inmediatamente sentí confianza en él y ambos empezamos a planear la organización de nuestro grupo de trabajo ancestral en Engativá.

Las primeras reuniones se llevaron a cabo en el aula ambiental del parque natural “Santa María del Lago”, gracias al convenio que la secretaría distrital de medio ambiente tenía con la fundación FUNAZA. Empezamos a reunirnos cada dos semanas y poco a poco se fue formando un grupo que no solamente contaba con visitantes de la maloca, sino que también incluía curiosos que por primera vez se sentaban a escuchar las enseñanzas de un abuelo Muisca.

El Círculo de Palabra

Gracias al abuelo Luis conocí en profundidad la dinámica del círculo de palabra ancestral, el cual, por cierto, era más una enseñanza de las comunidades indígenas de la selva y en particular del abuelo Victor Martínez Taicoma, que de los abuelos Muiscas. Sentados en círculo y alrededor de la luz de una vela, que fungía como fuego central y un vaso de agua que hacía las veces de laguna sagrada nos disponíamos en cada encuentro para un proceso de sanación que a veces involucraba lágrimas pero que siempre terminaba en abrazos y sonrisas.

Según la tradición que el abuelo Luis recibió de sus mayores, el círculo se abría con un saludo a los cuatro vientos, diferente al que dirigía la abuela Yanguma en Pueblo Nación, luego, el abuelo realizaba una invocación para pedir el permiso de los espíritus guardianes del territorio, los ancestros de las personas presentes en el círculo, los mayores espirituales del círculo consciente Muisca y finalmente al gran Madre-Padre Dios.

Un círculo de palabra dirigido por el abuelito Luis en nuestro apartamento ubicado en la localidad de Engativá. A la izquierda del mayor, Jasbleidy Polo. Vestida de púrpura mi hermana Julia Gineth.

Los asistentes al círculo podíamos ofrendar tabaco y por lo general yo oficiaba como asistente para insuflar la hoska o tabaco en polvo a los asistentes que quisieran recibirlo y otras tareas de apoyo a la labor del abuelo. El abuelo por su parte siempre tenía listo en el momento de la ceremonia, un pequeño cuenco vegetal, usualmente de coco sin pulir, en el que vertía una porción de ambira de tabaco diluida en agua. Antes de iniciar su palabra, el abuelo introducía el dedo índice en el cuenco, lo giraba tres veces en el sentido de las manecillas del reloj y luego lo chupaba. De ese modo, recibía el espíritu del tabaco en su boca antes de hablar.

Una vez concluida su intervención inicial, el abuelo terminaba con la frase “cubuta ocasa” que quiere decir “el que dice la verdad” y entregaba el cuenco a la persona sentada a su izquierda. Esa persona, debía tomar el cuenco, introducir su dedo en él y hacer de la misma forma que el abuelo antes. Luego, procedía a expresar su pensamiento, intención, dudas o sentimientos según le dictara su corazón. Al finalizar su intervención, repetía también “cubuta ocasa” y le entregaba el cuenco a quien estuviera sentado a su izquierda.

Dependiendo del número de participantes, una ronda completa del círculo de palabra podía durar una hora o a veces más, especialmente teniendo en cuenta que las intervenciones del abuelo Luis solían durar 20 o 30 minutos cada una. Debo admitir que las mías no eran mucho más cortas y por eso tuve que dejar de sentarme al lado del abuelo y hacerlo al otro lado del círculo. De esa forma, los demás asistentes tendrían más oportunidad de participar, o al menos no tener que soportar 45 minutos o más como simples oyentes. En total, el círculo de palabra solía durar unas 3 o 4 horas.

La dinámica de la palabra en el círculo estaba enmarcada por unos acuerdos que el abuelo enseñaba a cada nuevo invitado:

  • El objetivo de todo círculo de palabra es sanar. Aún cuando el participante no sepa qué es lo que va a sanar, debe disponerse para sanar aquello que el Espíritu disponga para sí.
  • El círculo es una ceremonia confidencial y sagrada, por lo tanto, todo lo que se diga en el círculo se queda en el círculo y no se puede referenciar fuera de él.
  • Solamente se dice aquello que sea verdad para el participante. La definición de vedad era “todo aquello que he visto, sentido, escuchado o vivido en carne y sangre”, es decir, que ha sido experimentado en persona por quien habla. Si se trata de una enseñanza o doctrina aprendida de otra fuente, debe revelarse como tal aunque no necesariamente mencionar el nombre de su autor si así lo estima conveniente.
  • No se puede criticar, emitir juicios o enlodar la imagen de nadie y mucho menos si no se encuentra presente en el círculo.
  • Cada uno debe expresar lo que el Espíritu ponga en sus labios, es decir, lo que su corazón le dicte en el momento, aunque se recomienda continuar “tejiendo” o elaborando sobre lo que han dicho los presentes, de tal forma que la palabra del grupo se vaya convirtiendo en un tejido multicolor.
  • Si la persona no desea hablar en el momento en que recibe el cuenco con agua de ambira, de todas formas debe introducir su dedo en el líquido, rotarlo tres veces, chupar y pasar el cuenco a la persona que se encuentra a su izquierda.
  • Si no desea probar el agua de tabaco, el participante debe oler el cuenco y entregarlo a quien se encuentra a su izquierda.
  • Si alguien siente la necesidad de hablar antes de que el cuenco llegue a sus manos, debe pedir la palabra diciendo “coa”, esperar a que el abuelo responda “hyeka” y chupar tres veces del agua de ambira después de recibir el cuenco. Al terminar su intervención, el cuenco retorna a la persona a quien correspondía el turno antes de pedir la palabra.

Los círculos de palabra con otros abuelos con quienes me senté durante mis años de camino Muisca giraban alrededor de la palabra del abuelo o abuelos oficiantes. La dinámica consistía en escuchar las enseñanzas de los mayores mientras se ofrendaba tabaco, se mambeaba, se tejía o se trabajaba con el poporo. Con el abuelo Luis, aprendimos que las enseñanzas, las respuestas y la sanación, no siempre provenían de los mayores sino que a menudo se obtenían de la experiencia y los relatos de otros asistentes al círculo. A veces, incluso de aquellos que participaban por primera vez o de personas que a primera vista no serían los poseedores de un gran conocimiento ancestral. No pocas veces fueron los niños, que nos alegraban con su presencia y sus palabras, quienes tenían la respuesta indicada que alguien necesitaba escuchar.

Era común que la sabiduría sanadora fuera emergiendo durante el círculo a través del “tejido”, es decir, cuando alguien construía sobre lo que otros dijeron antes y esto a su vez servía de base para completar las ideas de alguien más. Fueron muchos los instantes en que en medio del tejido de la palabra, alguien sentía el impulso de revelar asuntos íntimos y delicados que momentos antes no habrían imaginado compartir con un grupo de desconocidos.

En tales momentos, dependiendo del estado emocional de la persona en cuestión, el abuelo Luis y yo utilizábamos las herramientas de trabajo chamánico de nuestro vademécum personal para ayudar a completar procesos difíciles de sanación. Esto incluía cantos, perfumes, humo de tabaco, instrumentos musicales indígenas, hoska, ambira y a veces atomizar con la boca agua de yerbas sobre la persona compungida.

Cuando las palabras de los asistentes se iban haciendo más escasas y percibíamos que la “energía” del círculo estaba llegando a un punto de cierre, sugeríamos que cada participante hiciera una entrega final, manifestando sus conclusiones personales, las enseñanzas que se llevaría para su vida y cualquier idea adicional que quisiera agregar. Al terminar la última ronda, el abuelo realizaba una invocación de gratitud a Madre-Padre Dios por la sanación recibida, un resumen de las enseñanzas que podían extraerse de la ceremonia y un bello ritual de despedida para el cual los asistentes nos poníamos de pie, nos tomábamos de las manos con los ojos cerrados y seguíamos unas inspiradas palabras con tintes poéticos que el abuelo improvisaba según la ocasión.

Luego nos soltábamos las manos las elevábamos hacia el cielo y repetíamos después del abuelo Luis:

– “Yo me declaro hijo de las estrellas, hijo del sol central del que emana la vida, hijo del Cosmos, hijo de Madre-Padre Dios, Gran Espíritu y me declaro Muisca, Muisca, Muisca.”

Abuelo Chimini Ingatyba Gagua

Esta oración también variaba según la inspiración del abuelo y a menudo se hacía mucho más extensa. Con el tiempo, el abuelo Luis me confió la tarea de maloquero de nuestra parcialidad así que de vez en cuando yo hacía la invocación inicial y el cierre. Entonces decidí incluir después de la plegaria final del abuelo, aquella bella oración que aprendí del Taita Omar Barreto a través de sus conferencias que llegaron a mis manos:

– “Que todos los seres sean felices, que todos los seres sean dichosos, que a nadie le falte alimento, refugio ni abrigo.”

Finalmente, el abuelo guiaba una bonita visualización en la que nos pedía que nos imagináramos recibir del Cosmos una vestidura blanca, un chumbe o faja dorada y una cinta en la frente. Debíamos simular ponernos la vestidura, ceñirnos el chumbe y la faja y disponernos para volver a nuestra vida diaria como guerreros solares.

Otro círculo de palaba en nuestro apartamento de Engativá. Con saco verde Mónica Álvarez. A la izquierda del abuelo Luis Yamile Amaya.

El Clan Solar

Después de algunos meses de reunirnos en el bello humedal de Santa María del Lago, la administración distrital cambió y con ello terminó el acuerdo que la secretaría de medio ambiente tenía con la FUNAZA. A partir de entonces tuvimos que buscar otros lugares para reunirnos y hacer nuestros círculos de palabra. Al principio lo hicimos al aire libre en parques de la localidad, pero las ceremonias indígenas y sobre todo cuando involucran encender tabacos, aún tienen el estigma que la religión católica creó de que se trata de brujería. Entonces decidimos hacer las reuniones en el apartamento en el que Paula, Ana María y yo vivíamos en ese entonces.

Aunque el espacio era reducido y no teníamos un contacto tan cercano con la naturaleza, el espíritu de nuestras ceremonias se mantuvo e incluso vimos un crecimiento importante en la afluencia de asistentes, llegando en más de una ocasión a sobrepasar las 25 personas. Al tratarse de una vivienda familiar, algunos de los participantes llegaban con ofrendas de frutas, pan o dulces, de acuerdo con la tradición ancestral del “presente” que se entrega a los dueños de casa cuando se hace una visita a su morada. Así que al final de los círculos de palabra, compartíamos el alimento y eso generó una conexión y unión aún mayor entre los miembros del grupo.

También añadimos una nueva tradición al cierre de los círculos que era la favorita de la mayoría: después de vestirnos con la vestidura mágica recibida del cosmos con el poder de la imaginación, nos fundíamos en una serie de abrazos fuertes y cariñosos. Todos recibíamos el abrazo de cada uno de los asistentes a la ceremonia y nos despedíamos para que cada uno volviera a su casa con una sonrisa en el rostro.

Esta fue la dinámica durante el tiempo que duró nuestro grupo. Sin embargo, de forma paralela al desarrollo de los círculos en Engativá, las cosas con Pueblo Nación se iban poniendo más difíciles y cada vez nos resultaba más complicado identificarnos como parte de ese movimiento. De todas formas, al perder el aula de Santa María del Lago, ya no dependíamos formalmente del cabildo así que no tenía mucho sentido seguirnos llamando parcialidad de esa institución. Tampoco éramos un grupo netamente muisca, ya que como dije antes, todos éramos abiertos a reconocer el origen de los saberes que compartíamos. El abuelo sugirió entonces que nos llamáramos “Encuentro de Saberes de Engativá” y ese es el nombre que adoptamos por un tiempo.

Un día llegó a nuestro círculo de palabra un visitante de muy lejos; se trataba de un joven nacido en Macedonia que profesaba el Islam pero estaba interesado en conocer otros saberes espirituales. Atendió la ceremonia con mucha seriedad, acató las normas del grupo y participó activamente haciendo uso del excelente español que hablaba, después de muchos meses de viajar por Latinoamérica. Después del círculo, nuestro amigo macedonio se quedó charlando con el abuelo y conmigo por un largo rato, tanto, que terminó durmiendo en nuestra casa unas pocas horas antes de partir la mañana siguiente. Durante nuestra charla, nos sorprendió darnos cuenta de lo similares que éramos en nuestras búsquedas, anhelos y vivencias espirituales, a pesar de lo distintas que eran nuestras costumbres e historias.

También nos dimos cuenta de que a pesar de no habernos conocido antes, el macedonio y nosotros estábamos recorriendo el mismo camino, trabajando por un mismo fin y quizás, apoyándonos de alguna forma a través del tiempo y la distancia. Esta experiencia se repitió con visitantes esporádicos que recibimos de otros países y otras ciudades. Llegaban a nuestras reuniones, compartían sus historias, compartíamos la medicina, la palabra y luego nos abrazábamos como si se tratara de familiares que no veíamos hace mucho tiempo.

En esta foto, sosteniendo la bandera internacional de la Paz, encomendada por Antonia Russo de Argentina.

Pensé mucho sobre esto porque hasta ese momento, yo tenía la obsesión de que nuestro grupo creciera, quizás al tamaño que llegó a tener Pueblo Nación en la maloca del Jardín Botánico, y que algún día pudiéramos alcanzar una masa crítica de caminantes de la espiritualidad que pudiéramos tener un efecto positivo en el curso de la historia. El abuelo Luis compartía ese sueño y constantemente hablábamos sobre estrategias para llegar a más personas, aumentar el tamaño del grupo, tal vez abrir más círculos.

Pero los visitantes ocasionales a nuestros círculos me hicieron cambiar de perspectiva: La tarea de despertar a la humanidad no es nuestra responsabilidad personal. Nosotros simplemente hacemos una parte, la parte que nos corresponde, en un trabajo cósmico que es mucho más grande que nuestro pequeño grupo de sanación. Una pequeña parte pero no por eso insignificante; por el contrario, vital para el despertar de consciencia de toda la humanidad.

En ese entonces, yo estaba muy interesado en las teorías del despertar de la consciencia planetaria de los que hablaban Sixto Paz Wells con su “Plan Cósmico” y Drunvalo Melchizedek con su “Flor de la vida”. De allí me surgió la idea de que a lo mejor existía una red de consciencia universal, formada por todos aquellos que en alguna medida hubiéramos alcanzado un nivel de despertar espiritual. Cada uno de nosotros sería un nodo en esa red y nuestra función no sería agrupar cientos de personas para empujarlos en un despertar masivo, sino simplemente alumbrar el camino y atraer a otros que estuvieran dormidos para que despertaran, recibieran la luz de la consciencia y se unieran a esa red.

Si cada uno de esos seres despiertos, hacía su tarea personal para liberarse de las cadenas de la inconsciencia y atraía a uno, dos o tres personas más, quedarían unidos a través de un lazo invisible pero poderoso de amor y fraternidad, canalizados hacia el bien común de la humanidad. No habría necesidad de conocer a todos los otros nodos, incluso no habría necesidad de mantener un contacto constante con las personas que hubiéramos ayudado a despertar.

Uno de muchos encuentros de intercambio de saberes. En este caso, con Diego Virdavana, un inquieto buscador espiritual, conectado con la sabiduría India, en el marco del festival EcoYoga.

Le expliqué esta visión al abuelo Luis y le dije que la idea de ser los líderes de un movimiento gigante era una trampa. Que ese era el camino que los abuelos Muiscas habían tratado de recorrer. Un camino en el que se adopta el rol de redentor y guía, lo que inevitablemente lleva al ensalzamiento del ego personal: “Yo soy el que tengo el poder de liberarte”. Ser nodos de una red invisible de consciencia en cambio nos convierte en simples servidores que hacen su tarea y siguen su camino. Aparentemente un camino de menos responsabilidad, pero en mi opinión, una alternativa más seria y humilde ya que implica que el enfoque no es el de ser suficientemente poderoso o persuasivo, sino ser una especie de faro, una luz que irradie amor y confianza para que quienes caminan en la oscuridad puedan seguir esa luz mientras encuentran su propia luz y se convierten en faro para alguien más. El abuelo Luis estuvo de acuerdo inmediatamente con mi visión y me comentó que él había tenido esa misma revelación en el yagé, aunque no la había ordenado del todo. Me preguntó luego cómo se llamaría esa red de consciencia. Yo había tenido una visión reciente en el yagé, en la que se me había revelado el primer ancestro de mi linaje que me conectaba con la antigua India. En mi visión, ese ancestro había sido un rey que se llamaba Manu – probablemente porque ese siempre ha sido mi apócope favorito – aunque se me había mostrado como un rey que había cometido muchos errores. En cualquier caso, investigué en Internet y sorprendentemente encontré que efectivamente hubo un rey llamado Manu, que había sido el primer ser humano en la Tierra y primer rey de toda la humanidad. Su legado, además de diez hijos habría sido fundar una dinastía de reyes seguidores del culto al sol que se llamó el “Clan Solar”.

Haciendo gala de un último acto de inmodestia antes de renunciar a mis aspiraciones de sacerdocio muisca y declararme un simple nodo en una red Universal de seres conscientes, le dije al abuelo que esa red de consciencia se llamaba el “Clan Solar”.

Mi mayor espiritual

A medida que conocía más al abuelo Luis, fui reafirmando mi admiración por su nobleza, sabiduría y sobre todo coherencia. Muchos otros abuelos que conocí durante aquellos años hablaban de prosperidad, abundancia, iluminación y espiritualidad en público pero al conocer sus vidas privadas encontraba muchas contradicciones: división familiar, abusos de autoridad, comportamiento indebido con las mujeres, desorden en las finanzas personales, incumplimiento de sus compromisos, mentiras y en general incoherencia entre lo que predicaban y lo que veía en su vida personal.

El abuelo Luis en cambio, sin ser una persona perfecta, siempre mostró coherencia entre su palabra y sus valores. Nunca escuché ninguna queja de su comportamiento en público ni en privado. Siempre cumplió con su palabra a cabalidad y me consta que hacía hasta lo imposible para ayudar a quien lo necesitara, aún si ello significaba incomodar sus asuntos personales. Tal vez es la única crítica del abuelo que conocí por parte de sus familiares: Que con frecuencia se trasnochaba, arriesgaba o alteraba sus planes por ayudar a la gente.

Como sabedor Muisca, sin embargo, tenía el mismo problema que los otros abuelos muiscas que conocí: Su conocimiento sobre ancestralidad provenía más de fuentes occidentales que de auténticas raíces indígenas. Como los otros abuelos e incluso como yo mismo, el abuelo Luis provenía de la gnosis Samaeliana. Su madre incluso llegó a tener un alto nivel dentro de una iglesia gnóstica en el grado de Isis. Sin embargo, a diferencia de los otros abuelos, el abuelo Luis ya era consciente de las perversiones y vicios sectarios de la doctrina gnóstica y cuando lo conocí, ya no se consideraba gnóstico, aunque algunas de sus convicciones y creencias seguían siendo las mismas que profesaba Samael Aun Weor.

Su influencia más importante, no obstante, provenía del cristianismo católico aunque bastante matizado por esoterismo copto y sufí. Si los abuelos Suagagua y Xieguazinsa tenían el “pecado” de haber sido sacerdotes gnósticos, el abuelo Luis tendría que asumir el costo de haber sido no solo sacerdote sino obispo de la iglesia Católica Antigua de Colombia. También se reconocía a sí mismo como heredero de linaje judío, del cual daban testimonio no sólo sus facciones físicas sino también su segundo nombre “Elbart”, su apellido “Sánchez” de origen judío sefardí y los nombres de sus hijos Joseph, Alexander y Sadday.

Este “pecado”, sin embargo, es uno sobre el que no conocí a ningún muisca, o incluso ningún indígena que pudiera lanzar la primera piedra. Los indígenas colombianos ya sea en la selva, en la Sierra nevada o en el altiplano, de nacimiento o autorreconocidos, somos todos una amalgama de razas, culturas y saberes, en quienes la religión católica, la superstición, el esoterismo y las sectas han dejado una huella indeleble. Lo que mostraba el talante del abuelo Luis es que nunca lo vi negar sus raíces ni tratar de engañar a nadie sobre el origen de sus creencias. Se reconocía como mestizo y ancestralista no solo por su origen muisca de nacimiento sino por sus múltiples linajes universales.

Dentro de su cosmogonía habría que incluir también el “Luisismo” ya que muchas de sus creencias y enseñanzas no provenían de ninguna de las fuentes mencionadas sino que él las reconocía cándidamente como producto de sus propias cavilaciones e inspiración. Desde que el origen de toda la humanidad había sido en las lagunas del altiplano cundiboyacense hasta que yagé quiere decir “las barbas del Padre” y otras especulaciones inofensivas sobre las cuales tuvimos numerosos debates y cocreaciones entretenidas. A sabiendas de la naturaleza onírica de sus visiones, el abuelo Luis siempre añadía: “Yo sólo cuento historias, no me crean.”

El único problema que personalmente encontré en la capacidad interminable del abuelo Luis para ensoñar teorías sobre todo, es que me parecía que su credulidad en las fantasías propias podía hacerlo vulnerable a creer en fantasías menos inofensivas como teorías de conspiración y dogmas sectarios. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que sabe distinguir bien entre la imaginación al servicio de la dialéctica esotérica y el raciocinio pragmático cuando se trata de asuntos terrenales.

Por otra parte, una virtud adicional del buen abuelo Luis es que a pesar de ser un anciano que fue iniciado por algunos de los sabedores ancestrales más respetados del país, nunca vi en él delirios de grandeza y por el contrario, siempre nos empoderó, a mi y a todos los que nos sentamos a su lado, para descubrir nuestra propia sabiduría, conocer la medicina y hacernos maestros y guías. Es el único abuelo espiritual que me dio la confianza suficiente para debatir sus opiniones y cuestionar sus creencias sin tomarlo como una ofensa ni usar su dignidad como mayor para descalificar las críticas. Por el contrario, en más de una ocasión, reconoció estar equivocado y cambió sus puntos de vista en consecuencia.

Su ejemplo de vida, compromiso con el servicio a la humanidad y humildad son razones suficientes para la admiración que muchos sentimos por el abuelo Luis, pero lo que lo hizo merecedor de mi cariño y gratitud es que durante los más de diez años que hemos compartido el camino ancestral, siempre ha estado ahí en los momentos más difíciles de forma incondicional. En varias tomas de yagé en las que tuve que atravesar abismos de oscuridad, me tomó de la mano y estuvo a mi lado recordándome quien soy y todo lo que puedo lograr.

Sólo hay dos personas en el mundo, aparte de mis padres, mi hija Ana María y mi esposa, con quienes sé que puedo contar incondicionalmente cuando los necesito y ellos son Mara y el abuelo Luis, o abuelito Luis como lo llamamos de cariño. Si Mara es mi madre espiritual, el abuelo Luis es mi padre.

Paula y yo con nuestros padrinos espirituales: Mara y el abuelito Luis.

Paula y yo tuvimos una primera ceremonia de unión espiritual cuando construimos juntos nuestra aseguranza de la Sierra Nevada, pero esa ceremonia no tuvo ninguna validez ante la ley. Así que un par de años más tarde decidimos contraer matrimonio legalmente pero por las circunstancias del momento, no tuvimos una gran boda ni una fiesta con todos los amigos que habríamos querido. En cambio, nos casamos en una notaría del centro de Bogotá con la presencia de mis padres nada más pero luego, antes de una recepción en un restaurante con unos pocos amigos, Paula y yo viajamos solos a un hermoso templo de yoga a las afueras de la ciudad. Allí, el abuelito Luis, que como dije antes, fue consagrado como obispo de la iglesia Católica Antigua, nos unió en sagrado matrimonio con un sorbo de yagé en lugar de hostia y dos hermosas manillas tejidas a mano por mi hermana Julia Gineth en lugar de anillos.

Ceremonia de matrimonio presidida por el abuelo Luis en Noviembre de 2013

Aún hoy en día, al escribir estas líneas, sostengo una fuerte amistad con el abuelito Luis y de vez en cuando hacemos círculos de palabra usando la tecnología de las videoconferencias, en las cuales participan varias de las personas que diez años antes se sentaban alrededor de una vela y un vaso de agua en el bello humedal de Santa María del Lago. Eso es el Clan Solar.

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Miguel Ángel

Buenas tardes. Hace un tiempo que he estado escuchando este podcast y estoy loquisimo con todo lo que ha contado el señor Manuel, es que es muy interesante coda uno de los temas que trata y el punto de vista que da, también me enganché muchísimo con el podcast ya que Manuel no habla como si tuviera la razón y deja la puerta abierta, y eso es muy….. No se como decirlo osea es que como católico solo te dan un camino y se siente mal saber que solo es eso y bueno, ya no se lo que digo solo se que estoy loquisimo con todo lo que cuenta en el podcast y que cada semana sin falta miro a ver si ya subió un episodio más jeje. Saludos y bendiciones desde Cómbita, Boyacá.

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