Última actualización el 2020-10-21
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La ciencia no es un invento de extraterrestres ni nos apareció en una revelación divina. Es un proceso desarrollado de forma independiente por muchas civilizaciones que han existido a lo largo de la historia. Cuando se habla de la ciencia, se tiende a pensar automáticamente en los sistemas científicos Eurocentristas de los cuales es heredera lo que llamamos la ciencia “occidental”. Sin embargo, la ciencia ni nació en Europa ni fue desarrollada por un solo grupo de personas una sola vez en la historia de la humanidad.
Mientras que la palabra ciencia apenas se empezó a utilizar en el siglo 19 y el método científico se atribuye a la época que se conoce como la revolución científica de los siglos 16 y 17; de eso hablamos en un episodio anterior en el que decía que concuerdo con Yuval Noah Harari en que en realidad debería llamarse más bien la revolución del escepticismo. Pues antes del siglo 16 quienes estudiaban las diferentes ciencias se llamaban a sí mismos “filósofos naturalistas” y sus métodos y teorías estaba muy cerca de lo que hoy conocemos como pseudociencia. Recordemos que el método científico consiste en observar, formular hipótesis, hacer experimentos o estudios con mecanismos para descartar sesgos mentales y someter los resultados al juicio de otros expertos, así como a la confirmación de los experimentos por parte de otros equipos.
Pues todo eso que de por sí es complejo, tedioso y costoso, era mucho más difícil de hacer hace 4 o 5 siglos. Tampoco había los métodos de observación y experimentación que tenemos hoy en día ni todo el mundo tenía acceso a publicaciones científicas como en la actualidad. Sin embargo, la gente tenía necesidades inmediatas: había que atender a los enfermos, había que construir puentes, caminos, fabricar herramientas, fertilizante, etc. Por lo tanto, no había la posibilidad de esperar a que se completaran los estudios de factibilidad, o se formularan las hipótesis y el rey aprobara los fondos para desarrollar una nueva medicina o un nuevo material para construcción. Entonces había que echar mano de lo que ya se conociera con suficiente claridad y ensayar las ideas novedosas que se tuvieran con todo el cuidado posible.
Uno se puede imaginar fácilmente a un agricultor del siglo 16 viendo que su cultivo se echaba a perder por alguna plaga ensayando diferentes mezclas de sustancias a su alcance para tratar de controlar la plaga: ¿Qué podría tener a su alcance? Tal vez urea proveniente de la orina de los animales, cal de piedras calizas, sal, humo de tabaco, ahí, etc. Bueno, es posible que algunas de esas sustancias hayan complicado aún más el problema y el cultivador haya terminado de echar a perder la cosecha. O puede que haya tenido suerte y digamos que el aji por ejemplo haya resultado ser una buena forma de controlar esa plaga en particular. Entonces no se puede decir que el cultivador haya hecho ciencia, pero sí que hizo parte del proceso científico. Porque el conocimiento que él obtuvo, no se quedó ahí. El granjero aprendió que si le aparecen manchitas blancas al tallo de la papa, entonces puede esparcir ají molido y a los pocos días se han desvanecido las manchas y la planta ha sanado. También es muy probable que en sus conversaciones con otros granjeros haya compartido su hallazgo y les haya dado la receta. Esos granjeros probablemente ensayarían la fórmula cuando se les presentaba el mismo problema y así poco a poco se iría formando una cadena de experimentación en la que pudo haber cientos de granjeros ensayando la receta en diferentes altitudes, con diferentes tipos de papa, diferentes variedades de ají, contra diferentes especies de hongos o parásitos.
Muchos habrán logrado reproducir los resultados del primer granjero pero otros no, ya sea porque usaron una variedad diferente de ají o porque a la plaga que enfrentaron no le molestaba el picante, etc. En cualquier caso, en cuestión de meses el conocimiento del granjero ya se había convertido en vox popvli y miles de cultivadores en toda la región estaban aplicando la técnica. Unos con más éxito que otros, sin embargo, a diferencia de la úrea que contiene un ácido y así como manejada de forma correcta puede servir como fertilizante y en algunos casos como fungicida, pero que si se usa de forma incorrecta pues mata la mata sin contemplación, el ají es mucho más venial y en la mayoría de los casos lo peor que puede pasar es que atraiga más bichitos en vez de espantarlos.
Por lo anterior, es muy probable que la tradición de usar ají como plaguicida haya tenido mucho más éxito que la de usar úrea con cal. De pronto la úera es mucho más efectiva en ciertos casos, pero seguramente muchos cultivadores habrían hablado pestes de esa técnica al ver cómo les arruinaba la siembra y esto habría sofocado la posibilidad de que se extendiera esa práctica. La técnica del ají en cambio era mucho más propensa al efecto placebo: En muchos casos habrá pasado que después de aplicar el ají molido, la plaga de la planta se haya extinto por cuenta propia, o haya pasado a una capa más interna de la planta, dando la apariencia de que estaba mejorando, o simplemente no haya cambiado nada, pero el agricultor deseoso de que la receta funcionara, haya dado un buen testimonio, contribuyendo a que la técnica del ají volviera viral.
Ojo que no estoy diciendo que el ají no funcionara, porque de hecho la historia es probablemente cierta ya que en México y muchas partes de Latinoamérica todavía hoy en día se comercializa plaguicida natural con base en ají. Es posible que para ALGUNAS plagas, de CIERTAS variedades de CIERTAS plantas, el ají sea la solución perfecta, pero también es cierto que como si no ayuda, tampoco hace daño, pues en muchos casos no sea más que un placebo. Sin embargo, es lo que había en la antigüedad y es la forma digámoslo así “social” de hacer ciencia: Alguien hace una observación y construye una hipótesis, experimenta y comparte los resultados con la comunidad. Los demás expertos prueban el experimento y confirman o rechazan los resultados.
De ahí podemos inferir que la ciencia es el producto natural de la evolución del conocimiento humano. Las técnicas para construir conocimiento que usaron todas las culturas ancestrales sembraron la semilla para lo que hoy llamamos ciencia. Lo que hace en realidad el método científico es agilizar el proceso vertiginosamente y evitar los errores introducidos por los sesgos mentales.
A pesar de ello, la ciencia formal ha tenido muchos descaches y la ciencia ancestral muchos aciertos. Es un hecho que muchas culturas antiguas que fueron metódicas y disciplinadas como los Mayas, los Toltecas, los Incas, los Muiscas y muchos pueblos de Asia y medio oriente desarrollaron avances importantes en astronomía, matemáticas, biología, química y muchos otros campos.
Les voy a contar algunos ejemplos de teorías científicas que se consideraban ciertas, en algunos casos incluso en el siglo pasado, que hoy en día están totalmente desmentidas: Bueno, pero entonces hagámoslo como un Top 5 para ponerle un aire YouTubesco.
En el puesto número 5 tenemos una historia que proviene de la Serie Cosmos de Carl Sagan y que personalmente me gusta mucho: Los canales de Marte.
En 1877, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli, reportó el hallazgo de lo que parecían ser “canalis” en Marte o canales que más bien se traducirían en español como “ductos”. En ese entonces no existía la fotografía así que la observación astronómica se hacía mirando por horas a través de un telescopio, esperar un momento en que el aire estuviera quieto, que no hubiera nubes y dibujar una imagen de lo que se observaba. Además que el telescopio que usaba Schiaparelli tenía una apertura de 15 centímetros así que lo que veía era una bolita rojiza de un par de centímetros de diámetro con sombras y formas que parecían océanos y continentes. Los canalis de reportó no se referían en realidad a ductos sino líneas que parecían rectas y que Schiaparelli relacionaba con líneas costeras.
El caso es que otros investigadores de la época, intrigados por los canalis, hicieron sus propias observaciones, con las mismas limitaciones y también vieron las líneas. Uno de ellos fue el astrónomo americano Percival Lowell que se fascinó con la idea de los ductos marcianos y de sus precarias observaciones concluyó que debían tratarse de canales de irrigación construidos por una raza marciana para transportar agua extraída de los casquetes polares de Marte.
Como dijo Carl Sagan: “Observación: no se ve casi nada, conclusión: hay una avanzada raza extraterrestre en Marte”.
Por supuesto, la evolución de la tecnología óptica, permitió ver con mayor claridad las formaciones de Schiaparelli y la teoría de los canalis quedaron atrás, aunque no así la fascinación con los marcianos que incluso hoy en día nos sigue acompañando
En el puesto No. 4 tenemos el Eter, este es un compuesto que ha tenido varias encarnaciones. En la ciencia medieval, también se le llamaba quintaesencia y se decía que era el material que llenaba el espacio, por encima de la bóveda celeste. En ese entonces se consideraba que cualquier tipo de transmisión de algo, como la luz o el calor, o la gravedad, requería un medio para propagarse. Incluso Newton utilizó el concepto de Eter para rellenar los huecos entre sus observaciones y las reglas matemáticas estrictas que manejaba.
Por esta calidad, digámoslo “elevada” o sutil del éter, también estaba rodeado de connotaciones místicas, como que se podía producir mediante elixirs, con alquimia medicinal o con la piedra filosofal.
Entre 1881 y 1887 se crearon experimentos para detectar el éter que no tuvieron éxito y éstos resultados ese confirmaron con la teoría especial de la relatividad que confirmó que la luz no requiere ningún medio para propagarse.
En el número 3 es el Flogisto, que fue postulado en 1667 por el físico alemán Johann Becher. El flogisto se creía que era un elemento que contenían los cuerpos combustibles y que era liberado durante la combustión. Con este elemento se trató de explicar los fenómenos de combustión y corrosión, que ahora conocemos de forma conjunta como “oxidación”.
Vamos al número 2: La Frenología. Probablemente algunos de ustedes habrán escuchado de esta disciplina, que por allá por el siglo 19 se puso de moda y que planteaba que la forma y características del cráneo humano, servía para predecir características mentales. Si observamos las teorías que hemos visto hasta ahora, notarán que todas provienen de un interés genuino de encontrar la verdad y que en algunos casos se acercaron a lograrlo. La Frenología es otro ejemplo más, ya que sentó las bases para el estudio del cerebro porque divulgó el principio de que diferentes áreas en el cerebro estaban dedicadas a diferentes funciones o áreas del proceso mental. La diferencia con la neurociencia actual es que en lugar de encefalogramas y resonancias, los frenólogos se bastaban con toquetear la cabeza del paciente para encontrar bultos o marcas, tomar medidas y hacer diagramas de la forma del cráneo del paciente.
Los estudios de los frenólogos llevaron a identificar guías con las que se podían identificar patologías mentales como esquizofrenia, el histerismo en las mujeres e incluso la propensión a cometer crímenes o la capacidad intelectual.
Hoy en día entendemos que las características genéticas de los individuos de ciertas poblaciones pueden hacer que ciertas formas del cráneo prevalezcan en ellos. Por esta razón, era común que las características asociadas con la locura, falta de inteligencia y tendencia al crimen eran con frecuencia características más frecuentes en personas de raza negra, indígena o mestizo. Sin embargo, fue una disciplina aceptada en casi todo el mundo por la ciencia médica e incluso como evidencia en la corte.
Y en el top de la lista: La teoría del Miasma. Esta teoría indicaba que muchas enfermedades como el cólera, la clamidia o la peste eran causados por un miasma, una palabra que proviene del griego y significa “polución”. También se le conocía como “mal aire”. En todo caso, se creía que las epidemias se originaban en el miasma que emanaba de materia orgánica en descomposición.
Aún hoy en día, muchos chamanes y curanderos consideran que el miasma existe y se asocia con cosas como el mal de ojo, el “hielo de difunto” y otros males de la cultura popular. Más adelante en algún momento haré un episodio sobre el curanderismo y la medicina chamánica, que es un tema que me apasiona y del cual estuve muy cerca durante mi camino en la ancestralidad.
Hoy sabemos que esas enfermedades que mencione provienen de distintos orígenes: virus, bacterias, hongos, etc. Pero de nuevo, era el conocimiento de la época y además un buen comienzo para comprender que la materia en descomposición podía ser insalubre.
En la edad media, muchos médicos y parteras pasaban de manipular cadáveres o limpiar retretes a atender partos. No era sorpresa que en muchas comunidades hubiera una tasa de mortalidad de madres en el parto de hasta un 1 por cada 10. La teoría del miasma pudo ayudar a la cultura del lavado de manos, que se empezó a popularizar a mediados del siglo 19.
De hecho, en esos años, pedirle a un médico que se lavara las manos era visto como una ofensa, porque ya conocemos la connotación religiosa del lavado de pies o manos: era visto como un acto de humildad, que se tiene que dar por voluntad propia y los médicos muchas veces eran vistos como unas de las personas más prestantes de su comunidad. El descubrimiento de los gérmenes después de 1880, erradicó la teoría del miasma de la ciencia, aunque no de la cultura popular.
Como vemos algunas de las teorías abandonadas por la ciencia, nos acompañan todavía en forma de supersticiones o creencias “alternativas”. No he querido mencionar en este episodio a la astrología ni a la homeopatía porque me parece que ameritan una conversación más extensa, pero es evidente que ambas disciplinas han sido también puestas en el catálogo de pseudociencias, que en realidad no son otra cosa que cuerpos de conocimiento que no han superado el método científico.
Técnicamente, puede haber ciertas condiciones o enfermedades sobre las cuales la homeopatía es eficaz, y puede haber cierta interacción entre los cuerpos celestes y las personas, pero aún no se ha podido comprobar. Al menos no de la forma que la astronomía popular se presenta.
Ahora, el fenómeno de dejar atrás ciertas creencias es de por sí contraintuitivo y difícil para la mente humana. No nos levantamos un día con la decisión de creer en algo diferente a lo que creíamos el día anterior. ¡Ni siquiera un científico puede hacer eso! Lo que la ciencia nos permite es un método para escapar de la prisión de nuestra propia mente. Nos da la posibilidad de avanzar ya que nuestra mente tiende a mantenernos atados a lo que ya conocemos, a lo que estamos acostumbrados.
Para los antiguos seguro fue tentador pensar que las teorías de los canalis, el flogisto, el miasma, el éter o la frenología fueron abandonadas por la ciencia para dar paso a teorías que soportaran los intereses de alguna minoría. De pronto el que quería que los médicos se lavaran las manos tenía una fábrica de jabones, de pronto el gobierno no quería que se supiera de la existencia de los marcianos y desacreditó a Schiaparelli y Lowel, etc.
¿Pero no será más bien nuestro miedo a lo desconocido y el aferrarnos a lo cotidiano lo que nos dificulta abandonar viejas creencias y aceptar las evidencias? Les doy un ejemplo actual: Hace un año se debatía si deberíamos dejar de producir tanto dióxido de carbono, tal vez trabajando desde casa, limitando el tráfico aéreo, parando ciertas industrias.
¿Qué nos decían entonces nuestros políticos? Que eso no era posible, que la economía se iría al piso y habría gente en las calles haciendo revolución, que el calentamiento global era una teoría de conspiración. Y bueno, aquí estamos, haciendo lo imposible y se ha podido: Si, es cierto que mucha gente perdió su empleo, que la economía va para el piso, pero a la vez, la Tierra está floreciendo como no lo hacía hace tiempo, la capa de ozono se ha restaurado y los ecosistemas se están restaurando.
Además de eso, estamos aprendiendo a hacer negocios desde la casa, innovar con servicios a domicilio, crear herramientas para el distanciamiento social. Porque eso es lo que hacemos los humanos: nos adaptamos, creamos soluciones y usamos la ciencia para superar los obstáculos que nos encontremos.
Mis amigos, la herramienta para salir de la matrix es el método científico. El mismo que usaban los Mayas en su arquitectura y los Incas en sus técnicas de cultivo o los Muiscas en su orfebrería. El mismo que podemos usar internamente para convertirnos en mejores Seres y encontrar nuestra felicidad.
Ese es el camino de Espiritualidad y Ciencia.
Hasta pronto.
Por ahora me despido y quedo atento a tus comentarios o preguntas.
Fuentes de este episodio:
https://en.wikipedia.org/wiki/History_of_science
http://www.aniorte-nic.net/archivos/trabaj_histor_lavado_manos.pdf
Cadena de Experimentacion.
De hecho es la Madre de la ciencia………..en principio los primeros cientificos, fueron personas con escasa formacion, pero con algun tipo de necesidad para sortear problemas y poseer tambien un poco de espiritu costante en la Prueba, ensayo, funcionalidad…..