Los dos hermanos nacidos en el territorio de Fúquene, del departamento de Cundinamarca en Colombia crecieron observando los dorados reflejos del sol sobre una de las lagunas más importantes para los antiguos indígenas que habitaron todo el altiplano cundiboyacense desde tiempos inmemoriales. De esa laguna escucharon a los abuelos contar que los indios se hundían en ella y no salían a la superficie hasta muchas horas más tarde. Decían que debajo de la laguna había portales hacia otras lagunas que los Muiscas utilizaban como una red de transporte para viajar por todo el mundo.
Su padre también les contaba historias sobre sus ancestros y las vicisitudes que tuvieron que atravesar para mantener vivas sus tradiciones y costumbres en tiempos en que los colonos españoles castigaban, a veces con la muerte, a quienes se negaran a abandonar los usos indígenas y seguir los mandamientos de la Santa Iglesia Católica. Fue así como los invasores, con la biblia en una mano y la carabina en la otra, convirtieron a los místicos chibchas en jornaleros y esclavos en su propia tierra. Estas historias de avasallamiento en contra de sus ancestros fueron sembrando en los corazones de los dos hermanos una semilla de inconformismo en la que brillaba, así como el oro o “kumni uni” – como decían los antiguos -, la memoria de ese pueblo olvidado.
Los jóvenes se preguntaban por qué ya nadie vestía las mantas blancas o las mochilas tejidas con aguja de hueso. Fue así como desde temprana edad, Sigifredo y Rodrigo comenzaron una incansable búsqueda de los verdaderos muiscas, que creían que casi con seguridad debían existir todavía, con sus dioses, sus medicinas y sus mágicos poderes, como los que les habían contado su padre y sus abuelos.
Una vez, en la cercana población de Ubaté, durante las fiestas patronales que se realizan cada año, se convocó a la población a celebrar la herencia Muisca y recordar las tradiciones perdidas. Con gran emoción partieron los dos hermanos portando atuendos similares a los que habían escuchado y leído que los Muiscas vestían. Tal vez aquella sería la oportunidad de conocer a otros que, como ellos, anduvieran en búsqueda de los verdaderos Muiscas.
Pero la escena que encontraron no era la que habían anhelado. Al compás de música carrilera y en medio de generosas tandas de cerveza y chicha fuerte, docenas de campesinos de la región reían a carcajadas, mofándose de unos cuantos espontáneos que habían asistido al evento disfrazados de indios, tal como los mostraban las películas americanas del oeste y las revistas de caricaturas. Otros cuantos ataviados con costales de fique, trapos viejos y penachos de plumas de gallina danzaban y pendenciaban alienados por el alcohol.
Los hermanos Niño se mantuvieron al margen de aquel evento cuando de pronto compartieron una revelación: Todos los que allí se encontraban, estaban disfrazados, menos ellos dos. Los embriagados “indios” se habían disfrazado de forma consciente con lo que creían que eran atuendos indígenas. Pero también los otros lugareños que allí se encontraban departiendo, que en su sangre y sus rostros llevaban el indeleble fenotipo Muisca, también se hallaban disfrazados, aunque no de indios de mentiras como los otros, sino con el disfraz que les habían heredado los invasores españoles cuando les quitaron sus mantas, liquiras y tutusumas. Sólo Sigifredo y Rodrigo, vestidos de blanco desde los tobillos hasta los pies, con sus mochilas y sus collares, no se estaban disfrazados sino vistiendo el atuendo que su pueblo vistió desde tiempos inmemoriales.
La Búsqueda
A partir de ese momento, Sigifredo y Rodrigo Niño Rocha, que eran los nombres con los que sin su autorización, los habían bautizado en la fe católica, iniciaron un largo camino de búsqueda de los verdaderos muiscas. Para entonces ya habían comprendido que esa búsqueda no florecería en los poblados y sus plazas, sino en sus propios corazones. Allá oculto dentro de sí mismos debía estar el secreto de “El Dorado”, ese oro inefable que los europeos nunca pudieron encontrar.
A veces juntos y a veces por caminos distintos, iniciaron su caminar o “suna” – como decían los antiguos. La academia tenía poco para ofrecer salvo algunos viejos textos de Vicente Restrepo, José Domingo Duquense y muchos otros recopiladores e historiadores más recientes. No obstante, como alumnos aplicados iniciaron por allí su investigación, aunque sabían que lo que querían encontrar no tenía nada que ver con la parcializada visión de los cronistas. Su búsqueda era espiritual.
En el transcurso de ese camino, conocieron varias escuelas de pensamiento, filosofía y esoterismo. Cada puerta que se abría les permitía ahondar en su propio despertar de conciencia y aumentar el poder de observación interna que tarde o temprano terminaría por develarles los secretos que sus ancestros les habían dejado plantados en su sangre.
Cristianismo, budismo, tao, zen, gnosis, metafísica, nihilismo y hasta hinduismo fueron esas escuelas que caminaron a lo largo de los años, buscando siempre la conexión interna con los espíritus de su territorio y con los de sus ancestros Muiscas. A medida que profundizaban en su exploración de lo esotérico, el sutil universo interior del ser humano, también cultivaban la relación con autoridades de grupos indígenas de toda Colombia. Allí esperaban encontrar la segunda llave: El conocimiento exotérico, es decir, del universo exterior al individuo y que incluía la tradición y las costumbres de antaño, que creían se encontraban salvaguardadas en las malocas de otras etnias.
El Guardián de la Palabra Muisca
Muchos años antes que nacieran Sigifredo y Rodrigo y cientos de kilómetros al sur de la laguna de Fúquene, en la selva amazónica, un cacique y curaca huitoto, patriarca del linaje Murui, miró a los ojos a su hijo Víctor Martínez Taicoma. El muchacho ya tenía la edad suficiente para entender la importancia del secreto que estaba a punto de entregarle, así que después de poner en su boca una cucharada de mambe dulce y ambil salado, le dijo:
“Muy al norte, lejos de esta selva y arriba de las montañas, hubo un pueblo que fue como nosotros, pero no supieron cuidar su palabra y se enfermaron. Por eso vino el hombre blanco y los exterminó. Pero antes de desaparecer por completo y marcharse con Buinaima, unos pocos ancianos vinieron hasta aquí y les pidieron a nuestros ancestros guardar en nuestra comunidad su palabra de vida. Yo recibí ese encargo de mi padre y él de mi abuelo, por eso yo te la voy a entregar a ti, porque los espíritus dicen que cuando seas cacique, tendrás que ir a esa montaña y devolverles su palabra, su medicina.”
El joven Víctor se comprometió ese día a cuidar la palabra de origen de ese pueblo desaparecido y prometió aguardar a que el propio Buinaima le mostrara el momento y el lugar preciso para cumplir tan importante misión. Pasaron varias décadas, guerras, revoluciones culturales y transformaciones sociales hasta que, el ya abuelo Víctor Martínez Taicoma, recibió el llamado que llevaba tanto tiempo esperando.
Corría el año de 1997 y l abuelo Víctor, acababa de legar a su hijo mayor, la responsabilidad de gobernador de su resguardo huitoto. El mayor había entregado el cargo dejando a su pueblo con un nivel de prosperidad, salud y paz que no habían disfrutado en muchos años. Con la satisfacción de la labor cumplida, se dirigió a Bogotá a cumplir con el encargo que muchos años antes le había legado su padre: devolver a los Muiscas su palabra, sus tradiciones y su medicina para que pudieran renacer.
El septuagenario patriarca no sabía el lugar exacto en el que encontraría a los Muiscas ni cómo identificarlos, pero no importaba, porque el Espíritu le había mostrado un camino: una estrategia para que fueran los muiscas quienes lo encontraran a él: Tenía que construir una casa de poder para despertar a los espíritus del territorio y abrir un portal a través del cual llegarían los espíritus Muiscas. Esta casa de poder es una construcción milenaria de la que los Huitoto son maestros y guardianes: la Maloca. El cacique, como curtido maloquero mayor de su comunidad, conocía los secretos y las técnicas para levantar en el territorio Muisca, la primera Maloca de la Selva en pleno corazón de la gran capital. Su construcción se realizaría en un santuario natural: El Jardín Botánico José Celestino Mutis.
Con sus propias palabras, el Abuelo Víctor me contó que la maloca nació para buscar a los Muiscas.
“Porque yo buscaba y no los encontraba. Venían unos que decían que eran Muiscas pero yo los miraba y no estaban. Entonces le pedí a los espíritus del territorio que los trajera y bueno, por fin vinieron unos que decían que eran Muiscas y sí eran, pero todavía no los veía…”
A ese llamado del espíritu acudieron algunos años después de la construcción de la maloca, los dos hermanos de esta historia: Sigifredo y Rodrigo, pero ya no con sus nombres de bautizo sino con los nombres que la Tierra les había entregado: Suaga Gua Ingativa Neusa, que quiere decir “El hijo del rayo de sol que sale detrás de la montaña”, y Xieguazinsa Ingativa Neusa que quiere decir “Hijo de la lluvia sobre la laguna”. Xieguazinsa es además es el nombre ancestral de la laguna de Fúquene, aquella donde los Muiscas se sumergían para viajar por el Cosmos.
Junto a los dos hermanos, llegaron algunos caminantes que se habían identificado con su causa y que ansiaban recuperar la palabra perdida. Para entonces, la maloca era un lugar de encuentro intercultural al que acudían varias comunidades indígenas para practicar rituales y ceremonias alrededor de la sabiduría de los ancianos y las plantas sagradas. Sin embargo, el abuelo Víctor sentenció enfáticamente:
“La Maloca la levanté para buscar a los Muiscas, ese es el pensamiento que se le puso y ese era su fin.”
Cuando el Abuelo Víctor conoció a los hermanos Ingativa Neusa y la pequeña comunidad que a base de esfuerzo habían construido, sintió que a ellos podía confiar los secretos que su padre le había entregado. La palabra de vida y de amor como él abuelo se refería a ese secreto es la palabra recta del Tabaco y la sabiduría de la madre coca.
A partir de aquel encuentro inicial, el abuelo Víctor Martínez empezó a enseñar a los nuevos Muiscas los secretos de cómo cocinar el ambil, que es la sangre misma del tabaco. También les enseñó a preparar el mambe, desde la recolección de las hojas de coca, pasando por la tostada, el pilado, la cernida y la mezcla con la sal de yarumo, hasta llegar al mambeadero, o el círculo de palabra en el que se comparte junto con el ambil para recibir la guía del Gran Espíritu.
Abriendo Camino
La primera parte de la misión del Abuelo Víctor ya se encontraba completa. Pero el Abuelo Víctor, que era un curandero y experimentado hombre de paz en medio de numerosos conflictos, sabía que tenía que ayudar a abrir el camino y proteger el naciente proceso.
“Ese proceso tiene muchos enemigos, pero yo vine a dar la palabra de vida y enseñar el camino del tabaco y el mambe, no vine a pelear. Mi hijo Víctor Ramón sí sabe pelear y él es quien debe continuar mi trabajo.”
Los Muiscas habían aparecido y se sentaban en la maloca todas las semanas a recordar su tradición y honrar a sus espíritus. Sin embargo, el Anciano se dio cuenta que no iba a ser fácil que el Pueblo Muisca regresara a su esplendor. Embriagado con ambil y a veces con yagé (ayahuasca), pudo percibir que en el territorio de Bacatá, hoy conocido como Bogotá, había una gran oposición espiritual para el regreso del “pueblo vestido de blanco”. Seres de conciencia dormida que se alimentaban de la inconsciencia de los habitantes de la ciudad tratarían de impedir que los Muiscas volvieran a reclamar lo suyo: Políticos corruptos, líderes religiosos manipuladores, codiciosos empresarios de la construcción y la minería, y muchos otros, harían una fuerte oposición al nuevo movimiento.
Fue entonces cuando uno de los hijos del Abuelo Víctor, el sabedor Víctor Ramón Martínez, conocedor de las artes mágicas y guerrero espiritual, llegó a Bacatá para abrir el camino y que los Muiscas pudieran retornar en Paz.
“Yo vine después de que mi padre abrió la maloca y despertó a los espíritus muiscas, porque él se dio cuenta que había mucha oscuridad que no quería dejar trabajar y yo sí sé cómo manejar esas cosas. Me fui a la laguna que ellos llaman de Iguaque, porque me dijeron que esa era la laguna mayor y allá yo sabía que podía encontrar lo que buscaba. Me senté al frente de ella yo solo y empecé a tomar yagé. Tuve que tomar 3 veces porque no me dejaban ver y entonces me respondieron.”
Yo pregunté cuál era el mambe de los Muiscas y entonces el agua de la laguna se empezó a secar hasta que salieron a la superficie una gran cantidad de matas de maíz grandes y bonitas que tenían mazorcas que apuntaban al cielo. Entonces me di cuenta que la medicina Muisca se hace es con Maíz.
Luego le dije a la Laguna que quería ver a los Muiscas originales, pero la laguna me dijo que tenía que tomar más yagé para verlos. Tuve que tomar otras tres veces hasta que detrás de los maizales salieron muchos hombres, mujeres y niños vestidos de blanco. Bien bonitos que eran los vestidos, eran como mantas y tenían chumbe en la cintura. Los hombres tenían tutusuma pero no como los de los mamos de la Sierra Nevada sino que más bien parecían boínas. Ahí los vi contentos esperando a sus hermanos vivos pero preocupados por tantos problemas que se avecinaban.
Entonces le dije a la laguna que me mostrara los enemigos ocultos de los Muiscas, pero la laguna me dijo que tenía que tomar más yagé para verlos. Otros 3 cocados de yagé tuve que tomar y vi cuatrocientas personas vestidas de negro que no querían dejar vivir a los Muiscas. Y todos ellos estaban en Bogotá. Algunos venían de Medellín y de otras partes.
Fue ahí cuando le dije a todos esos espíritus, que yo venía a abrir el camino para los Muiscas y le pedí a mis guardianes que me ayudaran. A mi Padrecito santo, que me diera la fuerza porque yo venía a limpiar, pero a mí no me iban a crucificar como hicieron con Jesucristo. A mí me mandó fue el mismo Dios y él me iba a dar el poder. Así que tuve que volver a tomar yagé. Doce veces tuve que tomar esa noche y así: sólo y con frío, como estaba, tuve que pelear contra esos espíritus de la muerte. Pero mi Padre me dio la fuerza y al final escuché que una voz del cielo decía que todos esos seres tenían que abandonar este territorio.
Unos se enfermaron, otros se murieron y a otros les empezaron a salir mal las cosas en la ciudad, así que tuvieron que volver a sus casas. Pero se logró limpiar esa porquería. Al menos se pudo seguir haciendo el trabajo, pero no nos podemos quedar dormidos porque la oscuridad tampoco duerme y ellos van a seguir tratando de dañar las cosas.”
Víctor Ramón Martínez
Buscando el Reconocimiento de una Nación
Con las bases sentadas por el abuelo Víctor y con su guía espiritual, la Comunidad Muisca empezó a caminar. Poco a poco siguieron llegando más personas al mambeadero del Jardín Botánico y a los humedales donde se reunían. Todos ellos se sentaban atraídos por el deseo de resignificar sus raíces y recordar su tradición. Para 2009 ya cientos de personas participaban con alguna frecuencia en las actividades de la comunidad. Éstas incluían recorridos por el territorio, círculos de palabra, limpias, pagamentos y otras ceremonias que estuvieron olvidadas por siglos y que gracias al trabajo de los Abuelos, ahora se recordaban y comenzaron a hacer parte de la vida diaria de muchos individuos y sus familias.
Es importante aclarar que a la sazón, existían ya en Bogotá, algunos cabildos Muiscas registrados ante el Ministerio del Interior y que a pesar de vivir en una metrópolis, contaban con reconocimiento como comunidades indígenas y disfrutaban de las pocas prebendas que la Constitución colombiana de 1991 les había otorgado a los pueblos indígenas que habitaban el territorio, pero también sufrían de las mismas privaciones y marginalización que las comunidades indígenas de los territorios rurales.
Estos Muiscas ya reconocidos eran básicamente algunas familias del altiplano que aprovechando que conservaban apellidos en la lengua Chibcha y predominantemente rasgos indígenas, se habían organizado en los cabildos mayores de Suba, Cota, Bosa, Sesquilé entre otros. Su identidad, usos y costumbres, no obstante, se encontraban diluidas en el sincretismo católico y el ruido de la modernidad. Mantenían algunas tradiciones, pero ellos también se encontraban en busca de su propia identidad como Indígenas y la recuperación de sus tradiciones ancestrales. Algunos de ellos, incluso, llegaron a participar en el proceso de resignificación del pensamiento ancestral Muisca de los hermanos Suagagua y Xieguazinsa, pero las búsquedas de los Muiscas reconocidos y los emergentes Muiscas autorreconocidos, avanzaban por caminos distintos que con el tiempo probarían ser irreconciliables. De esto hablaré en un capítulo posterior.
Los nuevos Muiscas no tenían apellidos en Muyskubun, el antiguo dialecto precolombino y muchos de ellos eran de piel blanca y hasta de ojos y cabellos claros. Sin embargo, se reconocían como indígenas, habían empezado a adoptar usos y costumbres ancestrales y profesaban una espiritualidad centrada en la Ley de Origen, las ordenanzas del territorio y sus mitos. Pero nada de esto era suficiente para el gobierno colombiano, para quienes la identidad de un pueblo indígena se basaba hasta el momento en un indiscutible linaje de sangre y una cohesionada comunidad arraigada en un territorio por generaciones.
Sin embargo, la constitución de 1991 había abierto la puerta para que comunidades indígenas extintas como etnia e incluso como comunidad, se pudieran reconstruir con base en la figura del autorreconocimiento, es decir, que los mestizos que se identificaran con la cosmogonía, las tradiciones y el plan de vida indígena, podrían eventualmente constituirse como cabildo oficial.
Con este objetivo en mente, los abuelos Sugagua y Xieguazinsa iniciaron la formación de dos nuevos cabildos mayores en las localidades de Bacatá/Bogotá y Tchunza/Tunja y desde ellos, los Ingativa Neusa empezaron a alternar su proceso de rememoración espiritual con política pública y las actividades regulares de la comunidad que por entonces se empezó a conocer ante la sociedad como el Pueblo Nación Muisca-Chibcha, organización que propendía como bandera por la resignificación del pensamiento ancestral Muisca en el territorio Colombiano.
La organización estaba cumpliendo su misión y la sociedad colombiana, especialmente en los departamentos de Cundinamarca y Boyacá comenzaron a escuchar en los medios y a través de organizaciones ambientalistas, la palabra ancestral de los abuelos. En este proceso se vincularon muchos otros abuelos como Chimini Ingatyba Gagua, mayor de la comunidad Muisca de Engativá (Ingatyba), Nemequene, mayor de la comunidad Muisca de Soacha (Suacha), Tymy Cagüi Yanguma, abuela mayor de la comunidad y compañera del Abuelo Suaga Gua, Gloria Morán, Pedro Melo, El abuelo Gualcalá, Comba Nimy Quene, Juver Osorio, el Abuelo Guasín, Jairsa Gua Furativa Neusa y Florentino Monroy, además de muchos sabedores y líderes comunitarios que se unieron a la causa… Al menos por un tiempo.
El Canto de los Muiscas al Oído del Mundo
Algunos años después, a inicios del nuevo milenio, el movimiento de Pueblo Nación Muisca-Chibcha recibió un importante apoyo y respaldo para su proceso. Proveniente de la Sierra Nevada de Santa Marta, descendió un grupo de Mamos o Ancianos Mayores, quienes de forma similar a lo que sucedió antes con el Abuelo Víctor Martínez, viajaron al centro del país a buscar al pueblo ancestral Muisca, que según narraron, había estado cantando a la Sierra, pidiéndole al Gran Serankua que llegara al territorio la sabiduría que los Muiscas habían guardado en la Sierra Nevada cuando llegaron los españoles.
Cinco siglos antes, los tchiquys o sacerdotes Muiscas, ante la inminencia de la derrota y posterior aniquilación por parte de los Invasores, se dividieron en varios grupos y emprendieron un largo viaje hacia los santuarios secretos de la sabiduría ancestral de la Nación Chicha: Los primero hacia la Selva Amazónica, único santuario que no estaba ubicado en una montaña y los demás se dividieron con destino a los más altos nevados de la cordillera de los Andes, donde los esperaban los ancianos que custodiaban cada cumbre nevada.
Así pues, marcharon hacia el Volcán Nevado del Tolima, el Nevado del Cocuy, el Volcán Nevado del Huila, y también hacia las nieves perpetuas de la Sierra a orillas del Mar Caribe. En cada volcán guardaron el conocimiento Muisca para que sus descendientes pudieran recordar cuando llegara el momento apropiado para que el pueblo vestido de blanco pudiera resurgir, tal como las mazorcas emergiendo de la laguna en la visión del curaca Victor Ramón. Los manos de la Sierra Nevada cuentan que entre los empinados picos de su territorio, se encuentra el oído de la Tierra y que desde allá habían escuchado las historias y los cantos de ese pueblo de Maíz que por fin había despertado.
La importante visita de los Mamos no cayó por sorpresa entre los Mayores del Pueblo Nación Muisca-Chibcha, ya que el abuelo Víctor Martínez les había contado que pronto vendrían otros guardianes de la sabiduría Muisca para entregar el conocimiento oculto por siglos entre los sabedores de los pueblos de las montañas. Fue así como en un encuentro de culturas que pocas veces se ha visto en la historia, se inició el intercambio de saberes en el que la maloca física que el abuelo Víctor construyó, se convirtió en el crisol espiritual en el que un pueblo ancestral se estaba forjando entre hojas de coca, sangre de tabaco y largas jornadas de vigilia y palabra.
Como resultado de esos encuentros entre el pasado y el presente, entre las sabidurías de la selva, las lagunas y las montañas, cinco abuelos Muiscas fueron ungidos por los mamos, como custodios de cada uno de los astillos o columnas mayores de la maloca espiritual Muisca que se estaba levantando en el mundo de los Espíritus. Cinco mayores de cinco localidades del altiplano cundiboyacense, empoderados con la medicina y los rituales de sus ancestros como guardianes del territorio Muisca.
Luego de extenuantes pero bellas sesiones de entrega de conocimiento y sagradas ceremonias, se completó la conexión espiritual de tres territorios de Colombia: La Selva Amazónica, el Altiplano Cundiboyacense y la Sierra Nevada de Santa Marta. Algunos abuelos contaban que de esta forma se empezaba a cumplir una antigua profecía que decía que los dioses de la América Nativa despertarían cuando el Águila del Norte se uniera con el Cóndor del sur para traer a la Tierra el Nuevo Hombre que caminaría sobre ella.
El Regreso del Pueblo Vestido de Blanco
Para el año de 2013 ya se calculaba que más de 8,000 personas habían participado en las actividades y procesos del Pueblo Nación Muisca-Chibcha y de entre ellos surgieron docenas de líderes que iniciaron y coordinaron sistemas Muiscas, Indigenistas, indomestizos, étnicos y activistas, no sólo en Colombia sino en otros países de todo el mundo, incluyendo Estados Unidos, España, Argentina, Chile, Perú y Bolivia. Muchos siguieron con la línea de pensamiento cimentada por los hermanos Ingativa Neusa, otros se alejaron por distintas razones y otros más venían ya con sus propios procesos que de una u otra forma, validaron, contrastaron o fortalecieron a la luz de las vivencias y el proceso de Pueblo Nación.
Muchos de quienes se sentaron en la Maloca del Jardín Botánico, en las aulas ambientales de los humedales del distrito, en los escenarios de disertación en los cuales participaron las comunidades Muiscas de Bacatá y Tchunza, se convirtieron luego en detractores de dichos procesos. A pesar de ello, la mayoría de los detractores continuaron practicando la ley de Origen, las ordenanzas, los usos y las costumbres que surgieron del sueño de los hermanos Ingatyba Neusa y que con paciencia construyeron mujeres y hombres de corazón noble que aportaron su granito de arena para ver renacer el pueblo de gente-gente vestida de blanco.
Hoy ya muchas familias del centro de Colombia tienen en sus casas altares con maíz, totumas, tabaco, hayo y maracas. Se sientan a mambear y realizar confiesos para sanar sus diferencias, llevan aseguranzas y collares hechos por ellos mismos y cuidan la Tierra y sus procesos naturales. No porque esté de moda ser ecologista sino porque viven con intensidad una relación directa con su territorio.
Hay niños que antes de ingresar a un lugar sagrado cierran sus ojos, se presentan ante los espíritus del lugar y piden permiso para seguir. Mujeres que reconocen su poder como sanadoras y entregan su luna o menstruación a la Tierra en sencillas ceremonias que realizan individualmente o con su pareja.
Sue, Suati o Suani, entre otros, son algunos de los nombres que llevan pequeños muiscas, cuyos padres han sembrado su placenta y realizado pagamento para asegurarlos con los Espíritus del Territorio. En muchas casas se bebe chicha y se adiciona quinua, amaranto y maíz a las recetas cotidianas.
Cientos de hombres y mujeres visten de blanco para recordar a sus ancestros y revelar su identidad espiritual sin necesidad de afiliarse a una u otra organización.
Este es el relato de un Muisca que agradece de corazón a los hermanos Rodrigo y Sigifredo por su lucha, para que ésta perdure y se conserve en el recuerdo y el corazón de todos los seres a quienes han llegado las enseñanzas de nuestros ancestros. Para que el todo el mundo conozca cómo volva la Tierra un pueblo que se creía extinto. El proceso de Pueblo Nación Muisca-Chibcha estuvo lleno de luces y sombras, pero independientemente de la mezquindad o el oportunismo de unos pocos, las páginas de su historia fueron escritas con amor por cientos de personas que perseguían un ideal puro.
En el momento en que escribí este capítulo, hacia el año de 2014, yo era un miembro activo del movimiento de Pueblo Nación Muisca-Chibcha y los testimonios que he compartido, me fueron entregados de primera mano por los protagonistas de cada episodio en esta apasionante historia. Hoy dedico este capítulo a la memoria del Abuelo Víctor Martínez Taicoma, quien pocos días antes de escribir estas últimas líneas, falleció en su casa del corregimiento de La Chorrera en la Selva Amazónica. En sus hijos espirituales, vivirá por siempre el legado de rectitud, responsabilidad, trabajo comunitario, cuidado de la Naturaleza y servicio por la humanidad que el Abuelo nos enseñó.
Lamentablemente, el mayor nos dejó sin llegar a ver aquel pueblo vestido de blanco en toda su gloria, como él y muchos otros soñábamos. Sin embargo, yo creo que los Muiscas sí regresaron, pero no para repetir la historia que ya habían escrito hace cientos de años, sino para hacer parte de una civilización globalizada y entregarle al mundo una sabiduría, una mística que ya no pertenece a una etnia o un solo territorio sino a toda la Hiska Guaia, la Madre Tierra. Aquellos que despertamos, guardamos esta sabiduría y la compartimos no solo en las malocas y cusmuyes del territorio ancestral sino en conversatorios académicos, intercambios de saberes y hasta podcasts en todo el mundo.
¡Hasta siempre querido abuelo Víctor!
Usted hermano ofrece quizá el único relato de interés acerca de la historia del proceso Pueblo Muisca Nación, muchas gracias.