Última actualización el 2020-10-21
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Religiones y credos espirituales comparten la visión de que hay una guerra entre el bien y el mal y que nosotros somos el campo de batalla. Incluso la política coincide con esta visión y toma partido al lado de las fuerzas del bien o del mal según el punto de vista desde el cual se mire.
Cuál es el verdadero origen de esta lucha y qué significa para cada uno de nosotros? Una visión basada en Espiritualidad y Ciencia.
Hay tres grandes temas, presentes en todas las culturas humanas que despiertan por igual pasión, lealtad y fanatismo. Tres temas que en conjunto han causado algunos de los mayores avances en la sociedad pero también las más nefastas aberraciones y derramamiento de sangre. Los tres temas de los que se dice que no se debe conversar en la mesa: Religión, Política y Deporte.
¿Qué tienen en común esos tres temas que los hacen tan poderosos y tan polarizantes? En realidad casi todo: Los tres utilizan uniformes y símbolos para convocar a sus partidarios, líderes carismáticos y elocuentes a los que con frecuencia se les atribuyen poderes sobrenaturales, eventos multitudinarios donde los seguidores se congregan para hacer cánticos, emitir arengas y presenciar ceremonias, enemistades legendarias con grupos similares, usualmente originados en la misma zona geográfica. Pero lo más importante que tienen para ofrecer Religión, Política y Deporte es el sentido de trascendencia del que hablamos en el episodio 8 sobre La Ciencia del Espíritu, la sensación de ser parte de algo superior y más grande que uno mismo.
Esto no es coincidencia, de hecho, Yuval Noah Harari en su libro Sapiens dice que la política es simplemente otra forma de religión donde el dios que adoran es la idea de una nación que igualmente exige lealtad, devoción, diezmos y a veces sacrificios -o héroes de guerra, como se les llama en la política.
Sin embargo, hay un componente adicional característico en Religión, Política y Deportes que los hace tan propensos a la violencia: La necesidad de un oponente, un contradictor. Para que estos aspectos de la sociedad tengan sentido, deben tener un enemigo a quien se tiene que combatir y destruir pero que irónicamente se necesita para que las ideas propias se puedan contrastar.
A partir de aquí ya no me voy a referir más al deporte, porque el deporte al igual que el arte y el entretenimiento son formas controladas de dar escape a este instinto humano por el partidismo y la confrontación, sabiendo que se trata de una contienda “amistosa” con unas reglas aceptadas por las partes y la consciencia de que la rivalidad se limita a los espacios en los que se llevan a cabo los enfrentamientos. Bueno, ha habido muchos casos donde esta consciencia se diluye y los hinchas de dos equipos se atacan a muerte pero digamos que no es la tendencia.
Con la religión y la política en cambio, a pesar de que se trata de sistemas culturales igualmente ficticios creados por la humanidad, la mayoría de la gente los considera “reales” o “serios” y peor aún, la mayoría de la gente considera que la religión o partido político de su elección es el que tiene la verdad o los mejores valores morales y por consiguiente que los partidarios de las otras facciones están equivocados, o peor aún, que son la representación del mal.
Lucha del bien y del mal
Pues este es el punto principal que quiero tratar hoy, la religión y la política nos dicen constantemente que su lucha es contra el mal, que estamos viviendo una guerra entre el bien y el mal. Muy a menudo la religión y la política forman alianzas para derrotar ese enemigo invisible y vemos cómo los presidentes y dictadores de todos los colores ideológicos invocan a Dios, a veces a la Virgen María y otros seres divinos para sus cuestionables cruzadas.
Pero ¿qué es el mal y de dónde proviene? Como casi todos los conceptos que hemos tratado hasta ahora, no existe un consenso universal sobre lo que es el mal. Podría decirse de forma general que el mal es la ausencia del bien, aunque eso nos lleva a definir el bien, que es algo igual de ambiguo al mal. Estos conceptos varían de cultura a cultura y de religión a religión; incluso de persona a persona. Sin embargo, es claro que tanto el bien como el mal son espectros de comportamientos humanos que en un extremo se pueden considerar evidentes para casi cualquier persona, pero en el otro extremo se solapan en matices en los que para algunos se considera bueno y para otros, pecado o negativo.
Digo que es un espectro del comportamiento humano porque esas mismas acciones cuando se observan en otros seres sintientes o no sintientes, normalmente no se califican del mismo modo. Sabemos que los leones matan a sus crías como una estrategia para obtener su propio orgullo o manada y los zoólogos explican esto como un recurso válido desde el punto de vista de la selección natural, pero no es común escuchar que los leones sean malvados.
Tampoco se consideran maldad los terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas y demás desastres naturales. De hecho, curiosamente muchas religiones y cultos consideran estos eventos obra de un dios bondadoso que castiga a sus desobedientes creaturas. A esas mismas divinidades se otorgan también los eventos naturales favorables al Ser humano como una buena cosecha, una subienda de peces, la aparición de un ojo de agua, etc.
Con lo cual, todo lo que ocurre en la naturaleza es de algún modo “bueno” pero atribuible a la divinidad y toda maldad en cambio es eminentemente humana, así sea causada por la seducción de un ser maligno. Vamos entonces qué es el bien y qué es el mal:
En el extremo de lo bueno, podemos ubicar lo que sería la bondad, que aunque muy parecido, no es lo mismo que el bien. La bondad encerraría todo aquello que es indiscutiblemente positivo como proteger la vida, defender a los desvalidos, procurar la justicia, practicar la equidad, la amabilidad, la humildad, etc. En el extremo de lo malo encontramos la maldad pura o la depravación que de forma análoga serían los comportamientos que son universalmente condenados como negativos como matar por placer, engañar sin motivo, robar, abusar de los menos favorecidos, causar sufrimiento innecesario, etc.
Todas estas cosas resuenan con la mayoría de nosotros y creo que no hace falta encontrar argumentos para explicar por qué las clasificamos de esta forma. Es por esto que el cine y la literatura popular siempre ha representado a sus héroes y sus villanos más famosos con estas características: La incuestionable bondad de Superman contra la indiscutible maldad de Lex Luthor.
El problema es el otro extremo de esos dos espectros donde se encuentra esa zona gris donde se revuelven las acciones que no son ni buenas ni malas para la mayoría y las que son buenas para unos y perversas para otros. Pues en esta zona gris sucede la mayor parte de la experiencia humana. Afortunadamente la mayoría de nosotros nunca sentiremos un impulso por matar, torturar, herir o destruir a otro ser humano pero tampoco tendremos muchas oportunidades para mostrar verdadero heroísmo o para defender a los desvalidos.
En cambio sí, tenemos que decidir todos los días si criticamos a un vecino o si comemos carne de res o más bien tofu, o si cedemos a la pereza o nos comemos un postre de más. En fin, allí nos encontramos de frente con el concepto del pecado y más específicamente con los 7 pecados capitales que recopiló Santo Tomás de Aquino. Es probable que si te pregunto cuales son los 10 mandamientos de Moisés le atinarás a 5 o 6 pero en cambio sí tengas clarísimos los pecados capitales porque son mucho más cercanos a nuestra vida diaria: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.
Por supuesto hay muchas culturas que no se basan en la lista de Tomás de Aquino pero en líneas generales censuran los mismos comportamientos. El budismo por ejemplo sólo habla específicamente de la codicia y la ira pero adiciona la ignorancia como parte de los tres venenos que son la causa fundamental del karma. El islam es más general en la forma de llamar al pecado y habla de sayyia, khatia: errores, itada, Junah, dhanb: inmoralidad, haram: transgresiones, ITHM, dhulam, fujur, su, fasad, Fisk, kufr: la maldad y depravación, shirk: creer en otro Dios aparte de Allah.
El conflicto en todos estos casos es que las definiciones de esos pecados son casi siempre tan vagas y ambiguas que también hay todo un espectro de comportamientos que caben en cada definición, que para algunas personas son aceptables o incluso buenos y para otros todo lo contrario. Por ejemplo, ¿es el orgullo por uno mismo o el amor propio una forma de soberbia?, ¿Hasta donde puedo ser ambicioso en mis proyectos sin llegar a la avaricia?, ¿La lujuria solamente excluye las relaciones entre esposos heterosexuales?, ¿Qué pasa con la comunidad LGBTI, la masturbación o la pornografía?, ¿Será tan mala la ira si con ella nos motivamos para luchar en contra de la injusticia o el abuso?, ¿Qué es la gula?, ¿comer sin hambre o a partir de qué cantidad de comida?, ¿Existe la envidia “de la buena”? y finalmente la pereza: Si me quedo un domingo todo el día en la cama o si decido dejar para mañana un trabajo que podría hacer hoy, ¿estoy cayendo en este pecado capital?
Los judíos y musulmanes tienen la “ventaja” de que sus libros guía especifican con mucho más detalle lo que es piadoso y lo que es pecado. Con la desventaja, por otra parte, de que sus libros guía se escribieron hace un par unos cuantos miles de años y por lo tanto no dan muchas luces de qué hacer frente al Internet, las Redes Sociales, el multilateralismo, la globalización, la exploración espacial, el cambio climático, los psicoactivos, etc. Al parecer los musulmanes reciben todo esto mayormente como pecado y los judíos mayormente como regalo divino, pero en todo caso, podemos ver por qué hay un abismo ideológico tan grande entre los mundos de oriente, medio oriente y occidente.
La guerra espiritual que cada uno de nosotros libra en el terreno personal del comportamiento humano se ha trasladado así, durante siglos a campos de batalla en el mundo exterior donde la guerra santa, las cruzadas y más recientemente la guerra contra las drogas o la guerra contra el terrorismo enarbolan las banderas del bien donde con la ayuda de Dios se derrotará a las fuerzas del mal.
Y entonces aquí se vuelven a encontrar la religión y la política porque la religión les dice a sus fieles: “Deben cultivar la fe y la templanza para no caer en la tentación de cometer estos pecados o sus almas se condenarán”, pero al mismo tiempo les dice a los políticos “No debemos permitir que la gente cometa estos pecados, hay que prohibir esto o aquello o si no, la gente lo va a hacer sin contención y vamos a vivir un infierno en la tierra.” Y si se trata de los miembros de otra religión, entonces ya se les puede ir aniquilando directamente por si las dudas.
Bueno, pero si las estadísticas muestran que sólo alrededor de un 20% de la población del mundo NO pertenece a una religión organizada, la pregunta sería ¿cómo logramos avanzar cada vez más hacia un mundo laico donde la religión al menos ya no tiene la misma influencia en la mayoría de los gobiernos, que tenía hace apenas 50 años?
Pues resulta que en el mismo corazón de este pensamiento religioso preservador y legislador, desde siempre ha existido una semilla progresista, libertaria y humanista que se ha opuesto al gobierno de la sociedad con base en preceptos religiosos. Preservadores contra Libertarios… Les suena familiar? Si, Conservadores contra Liberales.
En el relato bíblico, Dios o “el gobernador”, puso a Adán y Eva en el centro del jardín del Edén y les ofreció todos los beneficios de ley: vivienda, alimentación, seguridad, salud, vestuario… Bueno, vestuario sí no les dio, pero sí les puso la condición que para seguir recibiendo su pensión y demás subsidios, tenían que obedecer lo que se les ordenara y sobre todo no “probar del fruto del árbol del conocimiento”, o sea no pensar.
Entonces aparece la serpiente o “el opositor” y le dice a Adán y Eva que si ellos comen del fruto prohibido (o sea el conocimiento), entonces algún día podrán llegar a ser como Dios, dominando el mundo, viajando al espacio, manipulando el ADN, etc.
Ya sabemos lo que pasó luego: Nietzsche declaró muerto a Dios y nosotros vamos camino a convertirnos en Homo Deus como sentenció Noah Harari.
No importa el título o color que le pongan, ni la cantidad de partidos políticos que quieran armar, todo el espectro del pensamiento político se encuentra entre estas dos tendencias y se puede partir por la mitad. A la izquierda quedan los libertarios y a la derecha los religiosos.
Caramba, ya nos metimos con la lateralidad… Izquierda y derecha, ¿no les suena de algo más que hemos tratado anteriormente? Pues sí: hemisferio izquierdo y hemisferio derecho del cerebro. Pero no, por ahí va la cosa, la definición de izquierda y derecha política no tiene nada ver con las funciones que erróneamente se le asignaban a cada hemisferio del cerebro. Pero de hecho, izquierda y derecha, humanismo y religiosidad, sí que tienen que ver con el cerebro pero de otra manera:
El cerebro humano ha evolucionado desde adentro hacia afuera y la parte más profunda, el tallo encefálico maneja funciones vitales como la respiración y los latidos del corazón. Alrededor de este cerebro primitivo, se empezaron a desarrollar las funciones mentales superiores, comenzando con un pequeño bulto que queda en la parte superior del tallo que se llama el complejo R (La R viene de los reptiles donde también se ha observado y con quienes compartimos un ancestro común). Esta zona del cerebro controla la territorialidad, la agresividad, el ritual y la jerarquía.
Alrededor del complejo R se desarrolló el sistema límbico que es nuestro cerebro mamífero. Allí surgen emociones muy fuertes como el cuidado de los niños y otros comportamientos sociales que se pueden observar en todos los mamíferos. Finalmente, alrededor de el sistema límbico, los primates desarrollamos la corteza cerebral: el lugar donde emerge la consciencia, la intuición, el análisis, la lógica, el lenguaje, el arte y la ciencia[1].
Finalmente, para no alargar la clase de anatomía, una de las zonas que ha evolucionado más recientemente en el Homo Sapiens es el Lóbulo frontal. Esta interesante zona del cerebro maneja procesos muy complejos como meta-pensamiento, que es el pensamiento abstracto de cosas que sólo existen en nuestra imaginación, la planeación a largo plazo pero en lo que me quiero centrar es en estas dos: el control de la conducta propia y la empatía. Es decir, este cerebro moderno es lo que nos ha permitido salir de la vida salvaje y construir una civilización. El lóbulo frontal nos permite controlar las emociones que surgen del sistema límbico y matizarlas para evitar arrebatos e impulsos que vayan en contra de nuestras metas a corto, mediano y largo plazo y también nos da la posibilidad de atribuir estados emocionales a nuestros semejantes: sentir dolor por el dolor de un semejante así sea un desconocido o alegrarnos con sus muestras de felicidad[2].
Se ha comprobado que las personas que tienen lesiones en el lóbulo frontal, o que lo tienen atrofiado de alguna manera, no controlan sus impulsos y son propensos a la psicopatía o a tener comportamientos sexuales en público sin sentir vergüenza.
Pero este cerebro moderno, empático y auto-controlador no reemplazó sino que convive con el sistema límbico y el complejo R. Por lo tanto, los seres humanos somos animales que experimentan al mismo tiempo un enorme sentido de cognición y cooperación social con emociones e instintos animales y la agresividad, ritualismo, territorialidad y respeto por la jerarquía común con los reptiles.
En otras palabras, en nuestro cerebro conviven, cooperan y a veces entran en conflicto todo este espectro de fuerzas que nos impulsan y nos contienen. Al mismo tiempo le tememos a la autoridad, reaccionamos con violencia si se invade nuestro territorio, protegemos a nuestras crías, nos sentimos parte de una manada, sentimos el impulso de procrear, de acaparar y disfrutar del placer pero también la capacidad de controlar todo lo anterior, respetar las diferencias con nuestros semejantes y unirnos a ellos para lograr una meta común y ayudar desinteresadamente a un desconocido.
Una de las ideas más comunes y erróneas de quienes son altamente religiosos es que solamente el miedo a un castigo o la prohibición vehemente pueden asegurar que los seres humanos no nos pervirtamos, nos volvamos licenciosos y decaigamos en un estado animal. Consideran que dentro de nosotros hay demonios que nos tientan y que somos propensos a la maldad y sólo la fuerza de voluntad con la ayuda divina pueden reprimir esos instintos y permitirnos llevar una vida en paz.
Tal vez fue así durante miles o hasta cientos de miles de años. Quizás nuestros ancestros primates tenían que marcar su territorio y matar a las crías de cualquiera que retara la autoridad para tener un mínimo de convivencia. Pero la ciencia y sobre todo la experiencia de muchas culturas humanas han mostrado que es posible convivir en paz y colaborar en grandes grupos sin el yugo del miedo.
Pero no podemos negar lo que somos y muy dentro de cada uno, sigue y seguirá existiendo ese instinto reptil que combate con mucha frecuencia con nuestra naturaleza libertaria y exploradora. Esa es la verdadera naturaleza de la batalla entre el bien y el mal: nos tenemos miedo a nosotros mismos. Hay una parte en nuestro cerebro que nos dice que si no respetamos la autoridad, si no somos implacables con nosotros mismos, vamos a descender a un abismo de maldad. Y otra parte que nos invita a explorar el mundo, a confiar en nuestros instintos, a descubrir y crear incluso si para ello tenemos que romper estructuras y abolir normas.
Por eso decía Kahlil Gibrán en El Profeta:
“Y ¿qué si no fragmentos de vuestro propio yo es lo que queréis desechar para poder ser libres?
Si lo que queréis abolir es una ley injusta, debéis saber que esa ley fue escrita por vuestra propia mano sobre vuestra propia frente.
No conseguiréis borrarla quemando vuestros códigos ni lavando las frentes de vuestros jueces, aunque vaciéis todo un mar sobre ellas.
Y si es a un tirano a quien queréis destronar, cuidad para que el trono que le habéis erigido en vuestro interior sea también destruido.
Porque, ¿cómo puede el tirano someter al libre y al altivo, si en su propia libertad no hay tiranía, ni vergüenza en su propio orgullo?”
La guerra espiritual es sentirnos culpables cada vez que cedemos a nuestros instintos naturales: Amor, sexo, sensualidad, ocio y si, a veces también deseo de destrucción y egoísmo. Todas esas emociones de nuestro sistema límbico están entre la espada y la pared: la corteza cerebral necesita de esos impulsos para poder descubrir, comprender, crear y el complejo R tiene que servir de talanquera para mantener un orden social, una estructura social eficiente y segura.
Cuando somos niños y nuestro cerebro se está formando somos libres por primera y última vez. Los niños hasta cierta edad se ríen de la desgracia de otras personas y se masturban en público sin ningún pudor, pero también abrazan y ríen sin límites, sin preocupaciones; andan desnudos despreocupadamente como lo hacían Adán y Eva, pero entonces cuando llega la pre-adolescencia, se dan cuenta que están desnudos, descubren que el sexo y la muerte existen y empiezan a sentir la necesidad de crear su propia historia, de conocer el mundo y distinguir el bien del mal.
Entonces poco a poco son expulsados del Jardín del Edén y tienen que empezar a valerse por sí mismos. Comprenden que Papá y Mamá no eran dioses y eso les causa una profunda frustración, de ahí viene la rebeldía en contra del engaño, de las normas y la injusticia. Necesitan escribir su propia historia y por eso la mayoría de los jóvenes son liberales, retadores, progresistas.
Vienen las luchas idealistas, sacuden los cimientos de la sociedad con su paz y amor, movimientos estudiantiles, primaveras de descontento y de pronto, ya inmersos en la cotidianidad de ganarse la vida y aburridos de los desencantos y promesas incumplidas de su liberalismo y desenfreno, comienzan a ver las consecuencias de los errores cometidos y entender y apreciar un poco más a sus ya viejos padres.
El círculo se completa cuando ya mayores, esos rebeldes del pasado descubren que hay una nueva generación que quiere derribar todo lo que con tanto esfuerzo construyeron y quien sabe, terminarán poniendo en peligro la estabilidad que han logrado para sus hijos y por eso tienen la necesidad de conservar lo que más se pueda. Por eso casi todos los viejos son conservadores, así se llamen liberales porque los liberales del pasado se parecen más a los conservadores que a los liberales de hoy.
Y así hemos logrado avanzar: dos pasitos pa’delante y un pasito para atrás. Por fin estamos empezando a entender que no hay razas humanas sino una sola raza humana con varios colores, que las mujeres tienen el mismo valor e importancia que los hombres, que las mujeres tienen el derecho de decidir sobre su cuerpo y que el amor entre personas del mismo sexo es tan importante y significativo como el amor entre parejas heterosexuales; muy a pesar de que casi todo esto incluso hoy en día es objetado por la mayoría de las religiones más populares.
¿Cuáles serán las luchas del futuro? Tal vez el derecho a elegir cómo y cuando morir, el poliamor, la ingeniería genética, las relaciones entre humanos y máquinas, el respeto por todas las formas de vida.
Mientras tanto, la pregunta es: cómo lidiamos con esta guerra en cada uno de nosotros? Tengo algunas ideas para compartir con ustedes pero será en otro episodio.
Me despido por hoy, un abrazo de corazón a corazón. Buen camino y buena brisa!
Fuentes: