Última actualización el 2020-10-21
No sé cuánto tiempo estuve dormido en la yerba, desconectado de la realidad y ajeno a lo que sucedía con los otros participantes de la ceremonia. La mayoría de ellos se encontraban en la parte alta de la finca, cerca del cobertizo que fungía como maloca. Algunos de ellos habían empezado la parte más fuerte de la ceremonia y vomitaban mientras emitían sonoras arcadas y quejidos. Mi hermana ya había empezado a tener alucinaciones y se deleitaba en un placentero samadhi[1] mientras mi amigo Martín observaba la escena sentado bajo la sombra de un árbol frutal.
Según me contó, le tranquilizaba ver que el Yagé había sido piadoso conmigo y me tenía en una relajante somnolencia, allá recostado en mi alejado rincón de la finca.
El Yagé es una experiencia psico-química y espiritual que sucede simultáneamente en la dimensión interior de una persona y en el colectivo que participa en la ceremonia. Los recuerdos, la situación emocional, personalidad y carácter del individuo dan forma al “viaje” enteogénico, pero también influyen las actitudes de los demás asistentes al ritual y de una manera muy importante, la música y los cantos del taita. Dicen los sabedores, que además de todo lo anterior, el Espíritu del Yagé como energía consciente decide el ritmo y profundidad de la experiencia de los asistentes.
Pude comprobar, al menos subjetivamente, todo lo anterior con los hechos que sucedieron cuando el taita Fernando y sus hermanos tomaron sus tambores y la harmónica e iniciaron un enérgico y acelerado ritmo: dum-dum-dum-dum-DUM, da-da-da-dum-dum-dum-dum-DUM…
Allí tumbado de espalda, noté que mis sentidos empezaron a regresar del letargo en el que se encontraban y poco a poco fui escuchando, cada vez con más claridad el hipnótico tambor. Mientras lo hacía, mi cadera empezó a seguir el ritmo del tambor moviéndose hacia arriba y hacia abajo. La sensación era agradable, podría describirse como la urgencia de agitar la cabeza al escuchar la parte final de Bohemian Rhapsody, pero multiplicada por 100. Sin embargo, mi euforia duró poco tiempo Recuerdo que abrí los ojos de par en par y me empezó a invadir la angustia cuando traté infructuosamente de detener el movimiento de mi cadera. No solamente eso, sino que mis brazos se añadieron a la coreografía y empezaron a moverse en contra de mi voluntad, como una especie de danza de los siete velos de un convaleciente.
Mis manos arrancaban yerbas de mi alrededor y las lanzaban hacia el cielo, cayendo luego sobre mi rostro mientras mi cadera seguía su oscilación cada vez más frenéticamente. Para entonces había recobrado totalmente mi consciencia alerta y me encontraba alterado al darme cuenta de que por primera vez en mi vida no tenía control sobre mi cuerpo y además estaba viviendo lo que juzgaba como una experiencia totalmente sobrenatural.
Hice acopio de todas mis fuerzas, me di la vuelta bruscamente y como pude me posé sobre mis rodillas. El desasosiego se convirtió en pánico cuando empecé a sentir algo moviéndose en mi vientre. No era la conocida sensación de movimientos intestinales sino un movimiento intenso que describiría como una serpiente enrollándose desde la boca del estómago hasta los intestinos. Empecé a sentir mucho miedo de estar en ese lugar y por alguna razón me invadió la certeza de que iba a morir ese día. No era una idea consciente, era una certeza como la que puede sentir un condenado mientras le alistan la silla eléctrica.
Sin poder contener ya mis emociones grité con todas mis fuerzas “¡MARA, AUXILIO!” El taita, sus hermanos y Mara bajaron corriendo hacia donde yo estaba. El primero que llegó a mi encuentro fue Gremo, a quien vi con una cara grotesca y maléfica. Sin una razón clara le grité “ “¡ustedes me quieren matar! Yo me quiero ir de aquí”. Gremo me mostró sus manos y me pidió que me tranquilizara, me dijo que iba a estar bien, que ellos me iban a ayudar y yo por alguna razón empecé a tirar con fuerza de mi propio cabello.
Sentía que mi consciencia seguía estando allí, pero cada vez menos al timón de mis propias acciones y más como un simple observador de la terrorífica experiencia que estaba viviendo. Mara llegó en ese momento y me dijo “Tranquilo Manu, todo está bien, el Yagé te está sanando pero tienes que dejarte llevar”. Cuando escuché esas palabras, una violencia extraña me invadió; empecé a gritar a Mara con insultos que nunca en mi vida había utilizado y entonces Mara tomó con sus dos manos un bastón que portaba y lo puso frente a mí. Se trataba de un trozo de madera oscura de unos 50 centímetros que tenía extrañas inscripciones y símbolos tallados en su superficie.
Mientras lo sostenía frente a mi rostro, me increpó con autoridad diciendo “Así no es mi hermano, ¡aquí toca es con humildad!”. Cuando dijo esas palabras, sentí que mis piernas se quedaban sin fuerza totalmente y me desplomé de rodillas frente a ella. Escuché surgir de mi propia garganta dos o tres voces diferentes que decían cosas ininteligibles, insultos soterrados y a veces la palabra “perdón” repetida varias veces.
Entonces levanté la mirada y me centré en los ojos de Mara. Viéndola ahí con su bastón de poder y penetrándome con su mirada pude reconocer a una admirable guerrera. Cuando se dio cuenta que lo que me movía por dentro se había calmado, le preguntó al chamán -quien ya se encontraba a mi lado también- si me llevaban a la maloca o me ayudaban en ese sitio. Fernando probablemente juzgó que por mi talla y peso habría sido difícil llevarme nuevamente hasta la parte alta de la finca, así que le dijo a Mara “Pongámoslo al lado del inipi[2] y ustedes agárrenlo bien porque este va a estar duro”.
Yo me encontraba totalmente confundido y sumergiéndome poco a poco en un estado en el que las ideas se desordenaban, las percepciones se confundían y conceptos como el tiempo y el yo se hacían difusos. Mientras me llevaban al lado del inipi, o más bien a la estructura del inipi ya que en ese momento aún no estaba “vestido” con la cubierta de cueros, yo me sentía totalmente desubicado, no recordaba quien era ni qué estaba haciendo allí y oleadas de miedo a morir se mezclaban con momentos en los que sentía que toda mi vida había estado deseando estar en brazos del Yagé, que era mi destino estar allí en ese lugar.
Finalmente lograron llevarme al lado de la estructura semiesférica de guadua, me recostaron con suavidad y extendieron mis brazos y piernas como imitando la posición del hombre de Vitruvio; – “como una estrella de cinco puntas”- dijo Mara.
Levanté mi rostro y vi el inipi, aún sin saber para qué servía por lo cual mi mente me dijo con total certeza que su función era la de atrapar demonios, los cuales quedaban allí amarrados al salir expulsados de los cuerpos que habían invadido. Entonces una duda me embargó “¿Y si no son demonios sino yo mismo el que va a ser expulsado de mi cuerpo y quedar allí atado a esa misteriosa estructura?”.
De pronto volvió la sensación de pánico y empecé a forcejear con Mara y los ayudantes del taita que me sostenían. Lograron contenerme con esfuerzo y cuando me sentí sometido volví a sentir que algo terrible me iba a pasar, entonces grité con toda mi fuerza “¡NOOOOOOOO! ¡Ustedes me quieren matar! ¡Auxilio!
Mi amigo Martín que ya había notado que estaba “bien cogido” por el Yagé, me contó después que en ese momento él mismo sintió un miedo inusual. Como si también intuyera que algo malo iba a suceder. Aunque él no había ingerido ayahuasca ese día, sentía que su consciencia estaba alterada de alguna forma: percibía la oscuridad que yo estaba experimentando y llegó a presentir que algo malo me sucedería esa tarde. Se preguntó qué pasaría si tuviera que decirle a mi madre que yo había muerto durante el trance. De hecho, alcanzó a preparar las palabras que le diría: le explicaría que si me “había ido” ese día, era porque así debía ser. Sin embargo, sintió miedo. Las muertes en el Yagé son poco comunes, pero han sucedido. En la mayoría de los casos como resultado de la adición de otros alucinógenos o por preexistencias médicas, pero en todo caso siempre generan una gran polémica por las atribuciones de responsabilidad que generan.
Mientras mi amigo oraba porque yo no me volviera un caso más de las extrañas muertes en el Yagé, mi hermana se encontraba inmersa en una experiencia sublime. Me contó que en su “viaje” no hubo nada oscuro como lo que yo estaba viviendo, al contrario, sintió que su alma se elevaba hasta el cielo y que allá había sido absorbida en una especie de trance místico. Me dice que sintió la presencia de Dios y que el amor y la luz la envolvían y la arrullaban. Luego me contó Mara que el “arrullo” que pudo ver era que mi hermana empezó a rodar por el piso impulsándose de un lado a otro. En un par de oportunidades, se llegó a enrollar en el cuello yerbas largas que le dejaron laceraciones leves.
Yo había dejado de luchar para liberarme, pero Mara y César aún me sostenían para evitar que me fuera a levantar y tratar de huir mientras el taita agitaba su wayra hacia mí y entonaba cánticos en su lengua nativa. Por mi mente pasaban imágenes de mi vida desde la infancia hasta el presente. Como si se tratara de una película pude verme siendo niño y matando pequeños renacuajos o molestando a mis hermanas, luego me vi en Santa Marta teniendo sexo con mis amantes, pero también con mujeres con las que nunca estuve. En ese momento me inundó una sensación de lujuria y sin tener ningún poder de voluntad sobre mis actos liberé mi mano derecha y empecé a tocar a Mara lascivamente. Mientras lo hacía, murmuraba frases obscenas y agitaba mi lengua fuera de mi boca como si se tratara del rabo de una serpiente.
Mara, que no era la primera vez que tenía que pasar por una impertinencia como esa con un “enyagesado”, volvió a sujetar mi brazo y me dijo “Manu, tienes que guerrear y sacar eso tú sólo. ¡No te dejes engañar! Tú no eres eso que estás sintiendo”. Con sólo escuchar sus palabras, volví a sentir el miedo de muerte que había sentido antes. De pronto noté que ese ser obsceno en el que me había convertido poco antes, era en realidad otro ser que habitaba en mí. En el momento en que traté de recuperar la compostura pude sentir que ese “otro” se replegaba y sacudía agresivamente dentro de mí. Volví a sentir múltiples voces saliendo de mi garganta y otros seres que como si fueran parásitos gigantes se revolcaban en mis entrañas.
En ese momento sentí un cosquilleo en mis brazos y vi cómo varias hormigas negras caminaban sobre ellos. En medio de mi paranoia comencé a gritar pidiendo que me las quitaran de encima, a lo que mara respondió “Tranquilo que ellas están aquí para ayudarte”.
Sentí que tenía razón así que las dejé hacer mientras seguía tratando -sin éxito- de arrojar fuera de mí esos demonios que luchaban por apoderarse de mi consciencia. Poco después sentí las mandíbulas de las hormigas clavándose en mi piel y grité nuevamente, pero mi grito se ahogó cuando noté que en cada mordedura de hormiga se iniciaba un calor intenso poco a poco se propagaba hacia mi pecho. El calor se mezcló con un hormigueó que siguió invadiendo mi cuerpo hasta que lo llenó por completo.
En ese punto la experiencia se volvió más oscura aún, empecé a ver figuras grotescas, rostros desfigurados y símbolos que identifiqué como satánicos: cruces al revés y una estrella invertida de cinco puntas con el rostro de una cabra detrás. El miedo a morir se convirtió en una certeza y la desesperación llegó a su punto máximo. Volvieron las voces a mi garganta y los pensamientos lujuriosos, pero entonces sentí que si los dejaba apoderarse de mi nuevamente perdería mi alma.
Así que con todas las fuerzas de las que fui capaz saqué mi propia voz diciendo “No quiero esto… Salgan de Aquí… ¡Dios mío Ayúdame!”. Al principio no lograba emitir más que un hilo de voz que se interrumpía con lengüetazos, sonidos guturales y palabras obscenas, pero poco a poco logré imponer mi voz hasta que pude repetir el mantra con fuerza: “No máaaaaaaaas, Dios mío perdónameeeee”.
Al decir esto último, sentí que algo se desprendía de mi en mi vientre. Lo que haya sido subió rápidamente por mi esófago y se convirtió en una enorme bocanada de vómito que lancé hacia mi lado izquierdo. Mientras vomitaba me agitaba con violencia y el taita incrementó el volumen y la velocidad de sus cánticos. Mara y César me soltaron y ambos se unieron a los cánticos de Fernando con sus propios sonidos y consagraciones. Yo sentía que algo muy oscuro y malvado estaba saliendo por mi boca y todos los músculos de mi vientre estaban entumecidos empujándolo desde adentro.
Vomité durante largos segundos y sentí que por mi garganta y mi boca pasaban cosas que se movían durante su trayecto al exterior. Cuando terminé, sentí que todos los músculos de mi cuerpo se relajaban dejando un temblor similar al de un escalofrío. Mara estaba limpiando mis labios y mi rostro mientras me alentaba con palabras cariñosas: “¡Ánimo mi guerrero que lo estás haciendo muy bien! Ya casi sacas toda esa porquería…”
La sensación de descanso fue sucedida por un adormecimiento del que me dejé llevar. – “No lo dejen dormir que es peligroso, todavía no ha terminado”, dijo el taita. Mara y Cesar me tomaron de los brazos y me hicieron sentar. Mara me habló al oído y me dijo “Tienes que levantarte y sacar eso que no has botado, mi precioso.”
Mi mente no tenía ningún orden y sé que no podía articular frases coherentes. Lo que ocurría en ese momento se mezclaba en mi cabeza con imágenes del pasado, frases de la Biblia y figuras humanoides extrañas. Hice acopio de lo que me quedaba de fuerza y con ayuda de Mara y César logré ponerme de pie. Traté de enfocarme en el taita a quien no había visto en lo que sentía que habían sido horas, aunque probablemente habrían sido unos 15 o 20 minutos solamente.
Sentía un fuerte mareo y mucha confusión, pero el pánico que sentía al principio se había disipado bastante. Sin saber por qué, me incliné hacia Mara y le dije “Aquí dentro hay un demonio muy fuerte, no lo puedo sacar, si lo saco me muero.” No recuerdo las palabras de Mara, pero en todo caso no estaba dispuesta a dejarme claudicar. Me decía que me enfocara, que yo podía hacerlo y yo repetía que no podía, que era muy fuerte.
No sé cuánto tiempo más estuve luchando contra esas ideas hasta que me acordé de mi hija, de mis padres. Por primera vez desde que había empezado mi liberación recordé a mi hermana Julia y a mi amigo Martín. Mi mente siguió recorriendo a las personas que me quieren y me di cuenta de que eran muchos. Sentí que todos ellos me estaban acompañando en ese momento y que estaban esperando que naciera. Como si no existiera aún, como si yo hubiese estado siempre encerrado en mi propia mente, dejando salir apenas destellos de mi esencia y que todos a mi alrededor esperaban ese día para ver a quien en realidad era yo.
Con ese nuevo impulso me dirigí a esa entidad o entidades que aún escuchaba amenazarme desde adentro y les dije que no me importaba morir en ese momento. Había descubierto que mi esencia era el amor y que no estaba sólo, así que no sentía miedo ya. A medida que surgían esos pensamientos se iban aclarando en mi mente nuevas ideas: Había sido muy egoísta, pensando siempre en mí, ignorando el sufrimiento de las personas que me querían. Sentí arrepentimiento por haber hecho sufrir a mi exesposa, sentí mucho dolor por haber dejado de lado a mi hija tantas veces, por alejarme de mis padres por largos períodos de tiempo y por haber engañado y manipulado a varias mujeres que me habían llegado a amar.
Empecé a llorar y mientras pensaba en todas las personas que habían sufrido por mi causa les pedía perdón con mis labios, comprendiendo por primera vez de corazón cosas para las que siempre había tenido una justificación o una excusa. Entonces volví a sentir al monstruo moverse dentro de mí, me dijo que nada de eso era mi culpa, que yo siempre había sido un buen hijo, un buen padre, un buen amante. Amante… esas mujeres debían sentirse afortunadas por haberme tenido en su cama… Entonces pude ver nuevamente el engaño, la facilidad con la que ese ser oscuro que habitaba en mi me manipulaba. La excitación sexual nublaba mi pensamiento y empezaba a anhelar la inyección de serotonina y oxitocina que me producían incluso pensar en sexo.
En ese momento abrí mis ojos de par en par y traté de ordenar nuevamente “No más, salga de mí” pero mi mandíbula se cerró como una jaula y no pude articular palabra. Me quedé allí de pie con los brazos abiertos y todos los músculos de mi rostro, brazos, vientre y piernas totalmente tensionados. Las escenas de sexo revoloteaban en mi mente mientras mi yo interno buscaba enfocarse en una sola idea: “No quiero ser así, necesito ser libre, salga de mí”.
Escuché que Fernando y sus ayudantes nuevamente aceleraban sus cánticos, a los cuales ahora se habían sumado una armónica y un tambor. El ritmo frenético parecía dictar el compás con el que mis músculos se entumecían cada vez más. Sentí que ya no podía respirar y el miedo a la muerte regresó nuevamente. Pensé que aquello era mucho más fuerte que yo y que era posible que prefiriera matarme que dejarme libre. Miré mis antebrazos y noté que tenía brotadas las venas, seguramente por la hipoxia y la larga contracción muscular. –“No quiero vivir más con esto, así me tenga que morir” fue lo último que pensé antes de darme por vencido. Miré al cielo y vi con toda claridad que entre las nubes se había abierto un círculo en el centro del cual se encontraba perfectamente dibujada una estrella de cinco puntas. Entonces sentí el calor del sol que por fin se asomaba de entre las nubes. Sus rayos renovaron mis fuerzas y pude tomar una bocanada de aire con la que recuperé el aliento y pude gritar aún entre los dientes “DIJE QUE SALGAAAAA”.
Mientras gritaba con ese último aliento sentí que los tendones saltaban dentro de mis brazos y vi en mi vente varios indígenas sacudiendo sus wayras. No estaba en aquella finca sino en algún rincón de la selva donde el jaguar se ocultaba mirándome detrás de la espesura. Entonces sobrevino una nueva bocanada de vómito que lancé hacia el frente mientras caía de rodillas y luego de frente sobre mi vientre.
Mara inclinó mi cabeza hacia la izquierda para que no me ahogara con mi propio vómito y nuevamente me felicitó con sus dulces palabras. La música se detuvo y pude escuchar al taita decirles a sus ayudantes “¡Casi que no!”. De hecho, pude escuchar también las conversaciones de otros asistentes a la ceremonia, el canto de las aves, el sonido del viento. Sin embargo, no abrí los ojos sino que me quedé allí acostado boca abajo como lo he hecho desde que era un bebé a la hora de dormir.
Los sonidos de la finca se fueron mezclando poco a poco susurros que empecé a escuchar a mi alrededor. Era como si yo estuviera en el centro de un círculo de apenas un par de metros de diámetro en el que se encontraban varias personas conversando entre ellas. Luego empecé a sentir un suave masaje en mi espalda, sentía la fuerza sobre mis músculos, pero no había contacto físico. Al mismo tiempo escuché el sonido de un mantra continuo, una especie de “mmmmmmmm” que se acercaba cada vez más a mi cabeza y que fue apagando poco a poco el resto de los sonidos.
De repente todo se hizo silencio y lo único que sentí fue el calor del sol sobre mi espalda. Entonces sentí que mi cuerpo se elevaba lentamente hacia el cielo. También me di cuenta de que a pesar de que me encontraba boca abajo y con los ojos cerrados, podía ver todo a 360 grados a mi alrededor mientras ascendía hacia el cielo. Sólo la voz de Mara interrumpió brevemente el silencio cuando la escuché decir “Déjalo, déjalo que está… ¡en un samadhi!”.
Permanecí por algunos minutos levitando a unos 10 o 12 metros sobre el piso sintiendo la sensación más pura de paz y amor que jamás había experimentado. A mi alrededor había una esfera de luz tornasol rellena de una tibia brisa que me sostenía. Entonces volví a escuchar las voces de los seres que se encontraban a mi alrededor: – “Si, ya está listo, ya puede nacer”.
Entonces empecé a descender suavemente del mismo modo que había ascendido. Sentí como mi vientre era puesto con suavidad sobre la yerba pero aún seguía sin poder – ni desear – abrir mis ojos. La sensación de paz inigualable me seguía inundando y volví a escuchar las voces de esos misteriosos seres a mi alrededor, esta vez con mucha más claridad. Todas las voces eran de mujer – “Manu tiene un gran corazón, pero todavía le falta para terminar de sanar esa cadena que trae desde que se rebeló” dijo una de ellas. Otra añadió: “Ahora sí puede conocer a su compañera espiritual. Espérate que vea a la que tenemos para él” – “¿Monita como a él le gustan?” – “Si, pero esta es bien guerrera, lo estaba esperando, pero así como estaba no se le iba a acercar” – Entonces las dos rieron.
Entonces me di cuenta de que estaba aceptando como si fuera normal todo lo que estaba pasando. Acabo de levitar, pude ver 360 grados a mi alrededor al mismo tiempo y ahora estoy escuchando mujeres que hablan sobre mi futuro como si fuera algo natural. Abrí mis ojos y con un respingo me puse de espalda esperando ver a mis acompañantes, pero me hallé totalmente solo en el mismo lugar en el que había empezado mi “exorcismo”.
Cerré rápidamente los ojos entonces y para mi fortuna, pude conectarme inmediatamente con esa dimensión tan extraña y extraordinaria en la que me encontraba. Me di cuenta de que podía ver el cielo azul aún con los ojos cerrados. En lo alto veía el firmamento más azul con unas pocas nubes, aunque todo parecía estar delante de una red o cuadrícula casi imperceptible. Entonces una voz, aunque esta vez masculina, se dirigió a mí y me dijo: “Tú no sabes aún quién eres, pero lo vas a descubrir. Te estábamos esperando desde hace mucho porque tienes muchas almas que salvar. Vienen muchas cosas grandes, pero no te las puedo decir todas. Basta con que sepas que siempre te va a rodear el amor y que nunca te va a faltar nada. De hecho, vas a tener muchas riquezas, pero son cosas del Padre que te va a entregar para que cuides.”
Mientras escuchaba esas palabras, podía ver algunas de las cosas que esa voz extrañamente familiar me mencionaba. Vi una casa grande con un jardín verde y florido, vi muchos viajes, libros firmados con mi nombre y me vi a mi mismo vestido con vestiduras y collares.
En esas estaba cuando escuché a Mara nuevamente preguntar “Hola mi guerrero, ¿cómo vas? ¿Ya volviste?” Abrí mis ojos y la vi sonriente frente a mí. Traté de incorporarme y aunque me sentía débil, pude hacerlo. Me miré y noté que había manchado mi camisa y pantalón con vómito del mismo color del Yagé. – “¡Bienvenido! ¡qué toma tan espectacular la que tuviste!” – “De verdad?” pregunté yo con algo de vergüenza ya que recordé los episodios vergonzosos que habían ocurrido durante la ceremonia.
Mara se rio cuando le ofrecí mis disculpas y me dijo que todo estaba bien, que eso no había sido yo y que había hecho un buen trabajo sacando de mí esas cosas que me hacían daño. También me explicó que tardaría mucho tiempo procesando lo que había vivido, que en el Yagé se pueden vivir vidas completas en unas pocas horas pero que el mismo Yagé me pondría en el camino que necesitara para lograr esa comprensión.
Cuando por fin me sentí con suficiente fuerza, me puse de pie y caminé lentamente al encuentro de mis compañeros de aventura. Recibí el abrazo de Zoraya y Martín quienes me miraban con una amplia sonrisa y varias bromas relacionadas con el “show” que acababa de protagonizar. Pregunté por mi hermana y me dijeron que estaba bien, aunque el Yagé no la había soltado aún. Entonces fui a verla y confieso que sentí un poco de miedo del estado en que la encontré.
Se veía tranquila y totalmente despierta, pero cuando le pregunté cómo estaba, empezó a responderme con frases sin sentido, sonidos extraños y una mirada perdida que evidenciaba que se encontraba más en otra dimensión que en esta. – “Por eso Richie, ya le dije que estoy BUAaaaaaaaappp Buaaaaaaaappppppp, si ve, ya todos estamos allá. Ya… ¡ya!, ¡ya!”
Le pregunté al taita si la veía bien y me dijo “Tranquilo que ella lo que está es bien cogida y eso que no le di sino un poquitico, ¡como la mitad de lo que le di a usted!”. Me enteré que eran cerca de las 4:00 de la tarde y ya algunos asistentes a la ceremonia se habían ido y otros se estaban alistando. Entonces Mara me llevó hasta la quebrada que pasaba por la parte baja de la finca mientras el taita y sus ayudantes le daban a mi hermana aguas aromáticas, perfumes y esencias para ayudarla a salir de su trance.
Yo me encontraba tan débil aún que no pude desvestirme para tomar el baño que necesitaba así que para continuar con mi vergüenza, mara me ayudó a desnudar del todo y me bañó con el cuidado y cariño que solo una madre podría tener.
[1] Samadhi es el estado de conciencia que se alcanza cuando, durante la meditación, la persona siente que se está fundiendo con el universo.
[2] La palabra Inipi deriva de la palabra Lakota “Iniunkajaktelo”, que literalmente signica “vamos a
orar a la tienda de sudación”. Es la forma en que el algunos chamanes llaman a la carpa hemisférica de cueros de animal que se utiliza para realizar la ceremonia del Temazcal.
Gracias Manuel por, compartir experiencias del camino.
Gracias a ti por escuchar, un abrazo grande mi hermano!
GRACIAS A TI POR SER MI FAMILIA ESPIRITUAL…Mara