Podría decir que nací para atravesar las dos fechas más esperadas por los esoteristas en los últimos siglos, de no ser porque la historia humana está llena de fechas para las cuales se habían profetizado grandes eventos o transformaciones planetarias. La segunda venida de Cristo fue profetizada por diferentes líderes espirituales para el año 500 DC, luego de no cumplirse, se actualizó al año 800, 1533, 1844 y más recientemente, la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días anunció con mayor precisión que veríamos renacer al redentor el 6 de abril de 2000.
A mí, que nací emparedado entre la generación X y la que ahora se llama Millenial, me correspondió vivir la expectativa mundial por el cambio de milenio, el cual – cómo no – llegaría de la mano de una inusual cantidad de profecías, típicas de las fechas con alguna cualidad numerológica especial. El año 2000 no sólo era la fecha anunciada para la segunda venida de Cristo sino también el año en que varias sectas alrededor del mundo anticiparon el día del juicio final, una alineación planetaria que haría que el sol se los engullera, un movimiento del eje de la Tierra, la revelación del anticristo y la tercera guerra mundial[1].
Yo, que a la sazón del cambio de siglo me encontraba recién llegado a mi nueva vida en Santa Marta, alejándome de mi vida cristiana y aún muy lejos del mundo esotérico, no llegué a saber de estas profecías. La única predicción de la cual fui plenamente consciente antes del final de 1999 era la de un potencial cataclismo informático mundial, que se suponía que sucedería a las 00:00 del 1 de enero de 2000 cuando los millones de computadores que utilizaban sólo dos dígitos para representar el año, pasarían de 99 a 00. Se creía que en ese momento, muchos sistemas pensarían que en vez de llegar al año 2000, regresaron a 1900 y todos los cálculos basados en fechas: intereses de préstamos, pensiones, impuestos e incluso geolocalización de aviones y programación de centrales nucleares, se volverían erráticos o simplemente dejarían de funcionar.
Como mi primer trabajo y la razón por la cual debí mudarme a Santa Marta, esa pequeña población al lado del mar Caribe, era como técnico informático de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones, una de mis primeras asignaciones importantes fue la de preparar los sistemas de la empresa para la llegada del temido año 2000. Participé en reuniones nacionales, capacitaciones, seminarios y simulacros de los que no recuerdo haber extraído ninguna acción correctiva concreta. Ese 31 de diciembre en la noche, tuve que pasar mi primera víspera de año nuevo lejos de mi familia sentado frente a un computador, ejecutando un precario protocolo de pruebas y con una lista de contactos de emergencia en caso de que los computadores de la empresa se volvieran locos.
Pero llegaron las 00:00 horas del 1 de enero de 2000 y absolutamente nada sucedió. No hubo alarmas, ni noticias de catástrofes aéreas, ni apagones sucesivos como muchos expertos habían profetizado. Resulta que a pesar de mostrar el año de la fecha con solo dos dígitos, la gran mayoría de los sistemas de entonces ya guardaban el valor real con 4 dígitos, o utilizaban internamente un número entero con decimales para representar la fecha y hora exactas. La gran noticia alrededor del mundo era que el Y2K, nombre que se dio al temible fenómeno que nunca ocurrió, había sido otro de tantos eventos apocalípticos profetizados con firme certeza, que se había quedado en promesas.
En retrospectiva, con los áulicos fatalistas acallados por la contundencia de los hechos, las pocas voces sensatas que antes apenas sí lograban registrar en los medios, tenían ahora por primera vez los micrófonos y los reflectores disponibles para repetir lo que venían diciendo desde hacía años: El Y2K es un invento de escritores, consultores y contratistas que buscaban lucrarse del legendario temor por las fechas exactas, acudiendo a casos excepcionales de sistemas informáticos mal diseñados, para crear pánico global y mover la caja registradora con libros, seminarios, conferencias y consultorías. Según un artículo de la BBC, el costo de las preparaciones para la llegada del bug del milenio ascendió a $300,000 millones de dólares[2].
Años más tarde y ya en medio de mi etapa de mayor fascinación por la espiritualidad y el esoterismo fui parte del comité de recepción de la segunda fecha profética de mi vida: el 21 de diciembre de 2012.
El salto cuántico
Ingresar al camino espiritual en Latinoamérica llegando al 2010 significó participar de la amalgama de saberes, supersticiones y creencias que se sumaban en lo que se podría llamar chamanismo postmoderno de los Andes. Dentro de esta subcultura urbana, que parecía emular superficialmente el hipismo de los años 60, un común denominador era la admiración por las comunidades indígenas como portadores de una sabiduría ancestral con la cual resonábamos quienes hacíamos parte de los muchos movimientos espirituales de la región.
En ocasiones, sin embargo, dichas comunidades indígenas eran también idealizadas como si se tratara de seres con poderes especiales o conocimientos sobrenaturales. Muchos indígenas se manifestaban en contra de esta distorsión de la realidad pero algunos aprovecharon la sed de trascendencia mística de la época para divulgar y promover profecías místicas, como todas las que rondaban alrededor de la terminación del calendario Maya de cuenta larga.
Lo que escuché de Mara, los abuelos Muiscas y una gran cantidad de personalidades del mundo de la nueva era como Sixto Paz Wells, David Topí, Drunvalo Melchizedek o David Wilcock, era que la Tierra estaba a punto de atravesar un cambio cósmico o como otros lo llamaban, el salto cuántico. Un gran número de líderes espirituales sentenciaban que “no era que el mundo se fuera a acabar como andan diciendo”, aunque yo nunca llegué a conocer a nadie que así lo creyera. Lo que sucedería, añadían luego, era que el planeta atravesaría por un evento cósmico único que llevaría a la humanidad a un nuevo nivel de consciencia.
La naturaleza del evento cósmico en cuestión, la definición de “nivel de consciencia” y los detalles sobre lo que ocurriría después del suceso variaban ampliamente, pero todos coincidían en que sucedería el 21 de diciembre de 2012, fecha que coincidía con el último día un calendario no cíclico de cuenta larga que los mayas crearon (junto con otros calendarios que usaban para diferentes propósitos), que abarcaba desde el año 3.114 AC hasta esa fecha.
Entre las teorías que escuché durante los años previos al salto cuántico, las más frecuentes eran la de que un planeta llamado Nibiru y varias veces más grande que la tierra pasaría cerca de nuestro mundo, trayendo catástrofes y probablemente la segunda venida de los Elohim bíblicos y de las epopeyas sumerias. También se decía que el 21 de diciembre de 2012, se invertiría el eje magnético de la tierra, que estallaría la tercera guerra mundial, que la Tierra atravesaría un supuesto cinturón de fotones o que los extraterrestres que supuestamente habitaban en nuestro planeta se revelarían a sí mismos. Así como se dijo del año 2000, algunos creían que se daría una alineación planetaria en el sistema solar que elevaría la frecuencia planetaria y otros, como el español David Topí, que creó toda una teoría pseudocientífica con la cual logró vender libros y conferencias, según la cual la tierra estaba experimentando su paso de la tercera a la quinta dimensión…
En aquel momento, con todas las cosas maravillosas y místicas que había vivido y que he narrado en este libro, puse a un lado gran parte de mi escepticismo y hasta sentido común y me dejé llevar por el frenesí del 2012. Consumí con avidez todo el contenido que se me atravesara con relación a la transformación del 21-12-12; en círculos de palabra y charlas del Clan Solar compartí algunas de las teorías que había leído aunque siempre trataba de matizarlas con la idea de que el cambio seguramente sería invisible desde el punto de vista físico pero sucedería internamente. Con frecuencia me hallé advirtiendo que el salto cuántico sólo afectaría a quienes estuviéramos preparados para ello así que en el fondo mi escepticismo siguió marchando a fuego lento mientras mi yo místico disfrutaba la expectativa de ser parte de un evento místico global nunca antes visto.
Yagé en la sala de mi casa
Sea lo que fuera que sucediera, yo estaba convencido de que el 2012 sería una oportunidad única para llevar mi consciencia a un nuevo nivel así que me propuse intensificar mis actividades espirituales. Me prometí asistir a una ceremonia de yagé cada mes, con lo cual me imaginé ganar puntos espirituales al conquistar 12 tomas en los 12 meses del año 12. Huelga decir que la numerología fue otra pseudociencia, al lado de la astrología, que alcanzaron su apogeo durante el cabalístico año 2012.
Pero la perfección numérica se trastocó porque terminé asistiendo a tres ceremonias más ese año. Curiosamente, tres tomas de yagé que sobresalieron por los eventos atípicos y sorprendentes que sucedieron en ellas.
La primera toma especial de 2012 sucedió un domingo en agosto. Paula y yo habíamos recibido una invitación de Héctor Raúl González, el músico pupilo del taita Gregorio y autor de Corazón de Estrella, para que lo acompañáramos en un concierto benéfico en el que participaría para recoger fondos destinados a los habitantes de la calle del sector de Los Mártires en Bogotá.
La iniciativa nos pareció bonita, pero sobre todo la oportunidad de reunirnos con Héctor Raúl y su novia Meigy, por quienes teníamos mucho aprecio, y de disfrutar de una tarde de música medicina.
El evento nos brindó más de lo que prometía, ya que además de Héctor Raúl, había otros dos músicos de los que armonizaban las ceremonias de yagé y otra gran sorpresa: dos miembros del grupo Putumayo, que en la escena chamánica colombiana de 2012, eran algo así como Los Beatles en la escena rockera de Liverpool en 1960. Después del evento, notamos que Héctor Raúl y Meigy aún no decidían en donde pasar la noche – ambos residían en la ciudad de Bucaramanga – así que Paula y yo nos apresuramos a ofrecerles nuestro apartamento.
Yo admiraba mucho a Héctor Raúl como músico y como chamán y Meigy siempre nos había parecido una mujer muy dulce, así que estábamos felices de tenerlos con nosotros. Ordenamos algo de comer para agasajarlos y pronto nos encontramos “sin programa” como decimos en Colombia. Entonces, Héctor Raúl miró por la ventana las luces de la ciudad, se volvió hacia mi y me dijo
– “Qué hermanito, ¿nos echamos un cocado?”
Yo lo miré sorprendido pero intrigado y le respondí:
– “¿De verdad? ¿Tienes yagé ahí?
– “Claro, si yo mismo cociné este y está super cósmico”
Las miradas se cruzaron entre los cuatro y pronto pasamos de la risa a la expectativa. Nunca habíamos tomado yagé en la ciudad y menos aún con alguien que no fuera taita. Meigy notó los nervios de Paula y la tranquilizó diciéndole que ellos tomaban en su casa con frecuencia.
– “Además”, dijo, “las tomas con Raúl son hasta más bonitas que con el taita.”
Con esto pusimos de lado los miedos y yo, sabiendo que el yagé del taita Grego era más bien suave, le pedí a Héctor Raúl que a mi me diera una ración doble, para trabajarlo en serio.
Héctor Raúl sacó sus collares, una botella con el brebaje, una harmónica y se dispuso a ritualizar la bebida con una destreza tal que Paula y yo quedamos convencidos de que Meigy tenía razón. La toma dirigida por el joven aprendiz sería una bella experiencia.
Yo me recosté en una hamaca que atravesaba la sala de estar y cerré mis ojos para dejarme llevar por la medicina. No pasaron más que unos 15 minutos cuando empecé a sentir un agradable cosquilleo por todo mi cuerpo y una sensación placentera que se iba haciendo más y más profunda. Unos minutos más tarde empecé a percibir fractales de colores a mi alrededor y de pronto, nuevamente el vacío alrededor. Ya no estaba acostado en una hamaca, sino flotando sin peso en el medio de una gran cámara que percibí ubicada en el espacio exterior.
Sentí – porque aquello no era vista sino certeza – la presencia de tres monjes vestidos con túnicas púrpura flotando a mi lado y disponiendo mi cuerpo astral para el viaje. Empezaron a transmitir mensajes codificados a mis oídos, que yo escuchaba como los sonidos que las series de televisión americanas de los años setenta añadían a los computadores cuando procesaban información. Creo que aquella fue la experiencia más prolongada que llegué a tener de esos ajustes astrales que con frecuencia me sucedían en la primera parte del trance de yagé. Fue tan intenso, que en esa ocasión, mi mente viajó a muchos tiempos y lugares mientras mi cuerpo astral flotaba en aquella cámara espacial.
Me transporté a un templo que identifiqué como un templo de la logia blanca, en el que varios monjes vestidos con túnicas de colores y con diademas doradas me observaban en silencio. Noté entonces que los latidos de mi corazón eran totalmente discernibles y que su ritmo estaba alineado con una palpitación cósmica que atravesaba el tiempo y la materia. Seguí viajando por muchos lugares y en todos se repetían las misteriosas presencias monásticas. Pero lo que inició como un viaje placentero y sosegado se convirtió en una correría frenética e inquietante. Pronto me empezaron a asaltar mis miedos recurrentes de estar siendo utilizado por algún poder oscuro. Abrí los ojos y traté de respirar profundamente para “bajarle” el nivel a mi trance, pero las imágenes seguían llegando atropelladamente.
Recorrí lo que sentí que eran muchas vidas que viví antes de esta y pude ver mi rostro en cada una de ellas, en algunos casos como hombre pero otros como mujer, rostros ancianos, infantiles, opulentos y miserables, rostros de muchos colores y entonces, ese viaje ancestral me llevó hasta lo que entendí que era mi primer ancestro no-humano. Un dios que estuvo en la tierra hace miles de años y que había dado origen a mi linaje. Se trataba de un anciano delgado de piel cobriza y barba blanca. No supe su nombre pero me dijo que su hogar había sido la India antigua. Me dijo que él había sido un rey pero que había cometido un error muy grave y lo había perdido todo.
No me explicó cual fue su error, pero al encontrarme inmerso en las culpas sexuales y los dogmas gnósticos, asumí que se trataría de un abuso de la sexualidad, probablemente eyacular. Le dije que yo seguiría haciendo lo posible por corregir nuestro error pero que tenía que ayudarme. Asumí que mi conexión con la India debía provenir de aquel ancestro y no lo sabía entonces, pero años después pude confirmar que efectivamente tengo una conexión genética con la India. Esto lo explicaré en otro capítulo.
A partir de allí, mi viaje se empezó a hacer cada vez más oscuro. Las imágenes diabólicas empezaron a aparecer y las ideas de muerte y destrucción a apoderarse de mi mente. Pronto me sentí con suficiente miedo como para dejar a un lado la vergüenza y me levanté para pedirle a Héctor Raúl que me ayudara porque el viaje estaba “muy fuerte”.
Héctor Raúl salió de su propio trance, se incorporó y empezó a tocar su harmónica y asistirme con cantos y golpetazos con su wayra. Las imágenes en mi mente dejaron de tener un hilo argumental y se convirtieron en fragmentos de recuerdos de mi infancia, recuerdos que no reconozco como propios y escenas macabras dignas de cualquier película de terror.
Entonces lo que antes percibía como retorcijones en mi vientre se convirtieron en auténticas contracciones que terminaron por expulsar múltiples bocanadas de vómito, hábilmente direccionados por Héctor Raúl, Meigy y Paula, que a esa hora habían pasado de ser participantes de la ceremonia para convertirse en ayudantes de Raúl y cuidadoras de este servidor.
Como otras veces antes, a medida que vomitaba, sentía que estaba sirviendo como puerta dimensional a través de la cual eran expulsados múltiples demonios de la Tierra: violaciones, masacres, abuso de niños y otra cantidad de crímenes eran expiados por mis jugos gástricos a través de mi boca y fosas nasales.
No sé cuánto duró aquella pesadilla pero me parecieron un par de horas. En ese tiempo entraba y salía de trances como el descrito, vomitaba, lloraba, pedía perdón, cantaba o recitaba versos de la Biblia. Héctor Raúl me insufló tabaco por la nariz varias veces tratando de traerme de regreso y recuerdo que en una de esas ocasiones, de alguna forma pude ver el extremo del aplicador del tabaco penetrar mi fosa nasal y descansar en la entrada de mis senos paranasales. Era como si de repente hubiera adquirido la habilidad de ver por detrás del globo ocular. Cuando Héctor Raúl sopló por el otro extremo, vi el polvo de tabaco esparcirse en mi cavidad nasal pero su color era dorado y brillante.
Entre el tabaco, los cuidados de mis amigos y la música medicina que se reproducía, poco a poco fui saliendo de ese estado tan deplorable y me encontré recostado en las piernas de Héctor Raúl y con Paula y Meigy tomándome cada una de una mano.
– ¿Ustedes me aman? Les pregunté
– Claro que te amamos. Respondieron mientras me sonreían
Esto es algo curioso que me pasó en varias tomas de yagé, particularmente las más fuertes: sentía una necesidad imperiosa de saberme amado y también de saber que quienes me querían me veían bien, así que era frecuente verme en las tomas como un loquito preguntándole a todo el mundo si me amaban o si me veían bien.
Si hay algo que debo reconocer ahora es que no siempre fui el mejor compañero de ceremonia, aunque probablemente a menudo sí el más divertido.
La parte final de aquella toma de yagé fue uno de los momentos más bellos de mi vida. Después de una larga ceremonia con Paula y esos dos jóvenes de hermoso corazón, sentía como si nos conociéramos de muchas vidas atrás, como si hubiésemos batallado juntos en guerras espirituales como nadie se imagina que podrían existir. En la madrugada todo era paz en nuestro apartamento y el efecto del yagé aún se sentía pero en su manifestación más mística. Era un samadhi grupal. En un momento de conexión interna con mi Ser, escuché una voz que me decía:
“Esta es tu casa, esta casa es del yagé y vas a ser su propietario para seguir sanando en ella y recibir aquí a tu angelito”
Así se lo hice saber a Paula, aclarando eso sí que, yo me imaginaba que la profecía debía referirse a ser propietario espiritualmente o algo así, porque el apartamento pertenecía a mi hermana Laura y el papá de su hijo, pero nosotros no teníamos suficiente dinero ni siquiera para pagar la mitad de la cuota inicial que costaba. Igual que sucedió con la revelación de mi ancestro hindú, poco tiempo después se confirmó esta profecía cuando mi hermana nos dijo que quería que nos quedáramos con el apartamento y que nos lo vendería sin cuota inicial y pagándoselo de la forma en que pudiéramos. Ese fue un gesto por el que siempre tendremos gratitud con mi hermana y una experiencia que nos demostró el poder de las revelaciones místicas cuando las accionamos desde dentro de nosotros mismos.
En la madrugada, y ya con el efecto del yagé mucho más mermado, Héctor Raúl nos contó que estaba viendo el código de la matriz, que eran como haces de luz verde que se movían en todas las direcciones. Yo, que ya me sentía en mis cinco sentidos, casi no salgo de mi asombro cuando empecé a notar exactamente los mismos haces de luz. Esa fue una visión que se me repitió en un par de tomas de yagé posteriores, pero fue la primera y única vez que tuve una visión compartida con otra persona.
Ya casi al amanecer con Paula y nuestros amigos acostados a mi lado cerramos los ojos para disfrutar de una canción de Soledad Pastorutti (la misma autora de Corazón Americano) que Raúl y Meigy compartieron esa noche con nosotros. Una canción que se convertiría para siempre para mí en un himno a la amistad, pero sobre todo en un sendero para transportarme a esa noche mágica:
Por esos días por venir
Por este brindis para mí
Por regalarle a la intuición el alma mía
Porque los días se nos van
Quiero cantar hasta el final
Por otra noche como esta doy mi vida.
Brindis – Soledad Pastorutti
Encuentros cercanos
Uno de los temas que con más insistencia se me presentó durante 2012 fue el de los extraterrestres. Ese año leí por segunda vez el “Caballo de Troya” de J.J. Benitez, que sugería que Jesucristo era en realidad un extraterrestre. Conocí el documental “El Plan Cósmico” creado por Sixto Paz Wells, amigo personal de J.J. Benitez y también ufólogo, quien planteaba que la Tierra era algo así como un experimento cósmico con el que los Elhoim o dioses, que en realidad serían extraterrestres altamente avanzados, querían determinar si era posible que una especie inteligente lograra la conexión con los niveles más elevados del ser, sin su intervención directa.
Algunos abuelos Muiscas habían intensificado sus teorías sobre la conexión entre las comunidades nativas americanas con los continentes perdidos de la Atlántida o Mu y Mara estaba cada vez más convencida de que los ángeles nos estaban preparando para el salto cuántico de diciembre.
El punto máximo del furor ufológico llegaría un par de meses después de la toma de yagé en nuestra casa con Meigy y Héctor Raúl, cuando Nelson Dorado, otro de los chamanes músicos que acompañaban las tomas del taita Gregorio, me invitó a una toma de yagé que realizaría su maestro Mauricio Vicencio en un lugar especialmente diseñado para recibir la energía del 21 de diciembre.
Sin pensarlo dos veces, acepté la invitación de Nelson, primero que todo porque confiaba plenamente en su recomendación y en segundo lugar porque sabía quien era Mauricio Vicencio y aquella era una oportunidad que no se podía dejar pasar.
Mauricio es un famoso músico, folclorista, lutier, chamán y musicólogo chileno, conocido en la escena de la música andina por ser parte del grupo Altiplano, pero también en los círculos académicos por sus investigaciones de instrumentos ancestrales, tema sobre el cual es una autoridad mundial. Los músicos que acompañaban al taita Gregorio profesaban una justificada admiración por el maestro Vicencio y yo había escuchado decir que sus tomas de yagé eran del mismo nivel que su calidad musical.
El lugar escogido para la ceremonia no era menos impactante, se trataba de Quanutm Shasta, un templo en forma de pirámide hecho de madera y zinc, de unos 12 metros de lados y altura. Nelson, con quien realicé el viaje desde Bogotá, me contó que en el ápice de la construcción había un cuarzo que pesaba 5kg y que las instrucciones para la construcción del templo habían sido entregadas por extraterrestres a través de múltiples canalizaciones de un grupo de ufólogos dirigidos por alguien llamado Pedro Rodríguez, a quien llamaban “el doctor Pedro”.
El acceso a la finca donde estaba erigida la imponente pirámide era una trocha de muy mala calidad y debido al mal tiempo, nuestro ascenso se prolongó más de lo esperado y llegamos cuando ya había caído la noche. El lugar quedaba en lo alto de una montaña en el municipio de La Mesa, y aunque estaba apenas a unos 20 kilómetros de la finca donde tomé yagé por primera vez, la temperatura era menor por la diferencia de altitud.
Cuando llegamos, noté que los probablemente más de 100 asistentes a la ceremonia escuchaban atentamente a un expresivo caballero de unos 50 años y cabello gris. Nelson me indicó que se trataba del Dr. Pedro. Lo poco que alcancé a escuchar de su charla me cautivó, ya que hablaba sobre un proyecto con el cual pretendía construir cerca al municipio de Zapatoca, en Santander, el prototipo de una ciudad futurista, con capacidad para un millón de habitantes, sin emisiones de carbono y totalmente impulsada por energías renovables. Según decía, el proyecto sería respaldado por un famoso científico colombiano, del cual yo nunca había oído hablar, con el sonoro nombre de Magnum Astron.
Sin querer alejarme demasiado del hilo de mi historia, vale la pena hacer un paréntesis para hablar de este interesante personaje. Magnum Astron, cuyo verdadero nombre es Hernán Vélez Velásquez, es según encontré en Internet, un Ingeniero Electrónico, Físico, Inventor y Líder Espiritual colombiano[3]. Al investigar sobre el misterioso científico encontré un libro de su autoría que tenía el pretencioso nombre “Spaxium, La Teoría Global del Universo”. Me hice a una copia del libro y lo leí con avidez. En sus más de 500 páginas encontré un compendio relativamente ordenado de ideas científicas, relacionadas con la materia, el tiempo, el espacio y la energía; algunas de ellas que me parecieron audaces y otras que noté que eran más bien compilaciones de teorías ya descartadas por la ciencia tradicional.
Planteaba cosas como que los átomos no existen sino que se trata de haces de energía vibrando a diferentes frecuencias, que se enrollan y se manifiestan como materia en la realidad tridimensional, para luego sentenciar que el espacio no es vacío sino que es un sólido perfecto en el cual todo lo que existe son vibraciones.
A pesar de que en ese momento, mis conocimientos de física cuántica y
astrofísica eran aún más escasos que los que tengo ahora, me pareció sospechoso que todas esas teorías tan revolucionarias no estuvieran respaldas por ni siquiera una ecuación o fórmula matemática. Por supuesto no había referencias a experimentos científicos ni publicaciones académicas pero lo que sí había en abundancia, eran críticas a la ciencia tradicional por su miopía, por su falta de creatividad o por no ser capaz de deducir lo que Astron devanaba con pasmosa sencillez.
Mis reservas con el autor de Spaxium, quien de cualquier modo podría considerarse un buen escritor de ciencia ficción, quedaron confirmadas cuando encontré la única evidencia de sus experimentos científicos. Uno de los postulados de su “teoría general del universo”, la misma que eludió a la mente de Albert Einstein, era el de la contragravedad. Según Spaxium:
“Contragravedad se refiere a la misma fuerza de gravedad pero proveniente de un ángulo opuesto. Cuando se presenta este caso, la gravedad se contrarresta totalmente en el punto de cruce, o se aminora su efecto en las cercanías de encuentro de presiones espaciales en desfase.”
Para probar su teoría, Magnum Astron construyó en Zapatoca un obelisco de unos 10 metros de largo, aparentemente sostenido por un vértice e inclinado a 45 grados sobre el suelo. Una construcción que según su sitio web, desafía la física y la ingeniería terrestres. A un lado del obelisco, según Astron se puede experimental antigravedad gracias al efecto contragravitacional presente en el lugar y causante de la “milagrosa” forma del obelisco[4]. Como evidencia de lo anterior, el propio Magnum se fotografió levitando sobre el suelo. El lector puede juzgar por su cuenta:
De Magnum Astron nunca volví a escuchar y sus páginas web desaparecieron de Internet. De quien sí tuve noticias fue del doctor Pedro, quien le ofreció al taita Gregorio – y hasta donde sé, aún no ha cumplido – que le iba a regalar una fuente infinita de energía eléctrica para su finca en el Putumayo, que no requeriría de luz solar ni ninguna alimentación, más que un par de cristales que le habían entregado los extraterrestres junto con el diseño del artefacto.
Volviendo a la pirámide en La Mesa… La ceremonia de yagé inició, cómo no, con la música chamánica del Maestro Mauricio Vicencio. Me tomé mi porción de yagé y me retiré a mi colchoneta a esperar que empezara mi viaje enteogénico. Pasó una hora y como no sentía todavía el efecto del yagé, decidí acercarme al fuego, que ardía en la mitad del templo, justo debajo del enorme cuarzo suspendido debajo de la punta de la pirámide.
Observé el cuarzo por un momento y luego me concentré en el fuego. Hice mis ejercicios de respiración y me dejé llevar por el crepitar de las llamas, hasta que mi meditación se vio interrumpida por una voz que escuché sobre mi hombro izquierdo:
– “Soy Ishtar”
Giré mi cabeza rápidamente pero no vi a nadie. Tampoco sentía el mareo del yagé ni ningún otro síntoma de tener la consciencia alterada. Esperé un rato más a que empezara mi viaje o recibir algún otro mensaje pero como no lo logré, decidí, a pesar de mis reservas por tomar una segunda dosis, pedirle al maestro Vicencio que me diera un poquito más.
Cuando el chamán me escuchó decir que su yagé no me había hecho efecto, me miró contrariado y me dijo:
– “Eso está muy raro porque mi yagé es bien fuerte”
Entonces sacó un frasco mediano que contenía algo que parecía propóleo, lo destapó, sacó una cucharada y me la ofreció para que me la comiera. Nunca antes había visto yagé sólido, pero sin pensarlo, chupé la cuchara, tragué la miel de yagé y me devolví a mi puesto. Me iba a recostar nuevamente pero pensé que de pronto me conectaría mucho mejor si me hacía fuera de la pirámide, más cerca de la naturaleza.
No causará ninguna sorpresa al lector que la segunda dosis de yagé, como me había sucedido ya en múltiples ocasiones, me montó en una montaña rusa psicodélica de imágenes místicas, lugares astrales, demonios, animales de la selva y sentimientos de culpa reprimidos. Nuevamente me encontré pidiendo ayuda y luchando para que el yagé no me cogiera tan fuerte. No vi a Nelson por ninguna parte pero afortunadamente me encontré con otro gran amigo cercano al taita Gregorio. Maiker Villa, a quien admiraba por su disciplina con el camino chamánico y su seriedad, me dedicó un buen rato, acompañándome con tabaco, ayudándome a vomitar, sosteniéndome para que pudiera caminar y respirar mejor. No recuerdo muchas de sus palabras pero sé que me decía que veía mucha fuerza en mí y que lo que yo hacía en el yagé era servicio por la humanidad así que debía sentirme orgulloso.
Le agradecí su ayuda y Maiker se retiró cuando le dije que ya me sentía mejor. Me recosté sobre la yerba y perdí el conocimiento por un rato. No recuerdo si tuve pinta, sueños o introspección pero recuerdo que empecé a escuchar un instrumento de viento a mi alrededor que activó todas las células de mi cuerpo. Mi piernas y brazos empezaron a moverse por su cuenta y me hicieron poner de pie con un respingo. Me puse a danzar y poco a poco fui abriendo los ojos y me di cuenta que el propio Mauricio Vicencio estaba frente a mi tocando una extraña flauta. Cuando terminó de tocar, volví a caer al suelo y me quedé mirando al enigmático chamán de manos grandes, cabello largo y barba tupida. No me pareció humano sino más como un troll, uno de esos mitológicos guardianes de la tierra. Me miró con lo que juzgué como decepción y me dijo:
– “Si vei, un chamán no puede estar así tirado en el piso vuelto nada. Un chamán tiene que estar bien parado como un guerrero. Tenei que ponerle atención a la medicina, porque esto no es juego. La medicina da mucho pero también exige y hay que ser respetuoso.”
Con esto se retiró y ahí me quedé con mi ego más embarrado que las vestiduras blancas que llevaba ese día. Las palabras del maestro calaron de tal forma en mi memoria que aún resuenan en mi cabeza, pero no sabía lo proféticas que resultarían sobre los eventos que viviría tres años más tarde.
Apenas pude me incorporé y me quedé sentado con la cabeza entre las rodillas. Adormilado y en el umbral entre el trance y la realidad escuché llegar a mi amigo Héctor Raúl, quien se sentó a mi lado, me puso la mano en el hombro y me dijo:
– “Manito, ¿cómo estás? No te preocupes por lo que te dijo el maestro, aquí estamos es aprendiendo y tú estás haciendo un camino bonito. Ahí vamos todos acompañándote.
Puse mi mano sobre la suya y sin mirarlo le dije:
– “Gracias Raulito, gracias por estar aquí conmigo de nuevo.”
No habría sido más que una anécdota más de la camaradería que se vive en el camino del chamanismo, de no ser porque Héctor Raúl a esa hora se encontraba a 400 km de distancia en su casa de Bucaramanga y no en la pirámide Quantum Shasta.
Nunca supe si fue alguien más y lo confundí con Héctor Raúl o si el encuentro sólo sucedió en mi mente. Sólo sé que fue tan real para mi como lo fue unos meses antes durante la toma de yagé en mi casa. Con aquel encuentro misterioso descubrí algo maravilloso: Que cuando tenemos a alguien en el corazón, podemos escucharlo así no esté ahí. Cuando conocemos la esencia de una persona, podemos invocar su presencia. Desde esa noche, he utilizado ese poder para recibir consejos de mis abuelos, de mi padrino Diego, de mis amigos Jasir, Jhonson y Luis Roberto que se fueron pronto y abrazarlos cada vez que quiero.
Por si fuera poco, antes del amanecer escuché nuevamente la voz de Ishtar, que esta vez me dijo:
– “Estamos preparando a la humanidad para la gran transformación. Lo primero es ajustar la forma de sentir”
Cuando regresé a Bogotá, parecía un hippie habitante de la calle, pero había vivido una de las experiencias más extrañas, fascinantes y educativas de mi vida.
El oído del mundo
El 15 de noviembre de 2012 se cumplían 3 años de aquella toma de yagé en la que Paula y yo nos besamos por primera vez. Ambos decidimos que celebraríamos nuestro aniversario ese día y no el día que nos casamos por el rito de la Aseguranza de la Sierra Nevada, ni el día que nos casáramos por lo civil, si así lo hacíamos. Por ser un número que considerábamos de buena suerte, planeamos un viaje especial. Visitaríamos mi querida Santa Marta y allí, especialmente a Gabriel, mi mejor amigo.
Cuando el abuelo Suagagua, con quien aún conservaba una cierta amistad, supo que pensábamos hacer una visita a la Sierra Nevada, me dio el número de un amigo suyo, quien según me dijo, conocía el lugar más sagrado de la Sierra, algo que los indígenas de la zona conocían como “El oído del mundo”.
Paula y yo hicimos una reservación en un hermoso hostal que encontramos por Internet, en la población de Minca, que es el primer centro urbano que se encuentra al ascender a la Sierra Nevada. El lugar elegido se llamaba “La Casa de la Luna” y es tal vez el alojamiento más paradisíaco en el que he pasado la noche. Desde la ducha se podía ver la ciudad de Santa Marta y su majestuosa Bahía.
Cuando llegamos al sitio, contacté por teléfono al amigo del abuelo Suagagua. Se llamaba Juan Diego y al escuchar que venía de parte del abuelo se alegró y me dijo que nos preparáramos para ceremoniar en el oído del mundo. Me dijo que debíamos llevar frutas, miel, flores y azúcar. Un par de horas más tarde, Juan Diego nos recogió al frente del hostal y nos fuimos caminando atravesando bosque húmedo, pantanos y arroyos.
Finalmente, nos encontramos en un hermoso pozo de agua cristalina sobre el cual caía una pequeña cascada. En ese lugar dejamos las frutas que traíamos, vertimos el azúcar y entregamos las flores. También ofrendamos unos tabacos que traíamos y algunas hojas de coca. Después de disfrutar un rato de la belleza y la tranquilidad del paraje, Paula y yo nos retiramos hacia el punto en el que las rocas tomaban la forma de una oreja, donde según nos contó Juan Diego, la Madre Tierra escucha lo que le digan sus hijos. Nos tomamos de la mano y mirándonos a los ojos sonreímos porque ambos sabíamos lo único que queríamos pedir: Que nuestro angelito viniera pronto. Aparte de eso solamente teníamos palabras de gratitud por todas las bendiciones que habíamos recibido. Sabíamos que aún nos faltaba algo de camino por recorrer pero sí queríamos recibir pronto a ese ser luminoso y alegre que vimos en nuestra primera toma de yagé juntos tres años atrás.
Cuando regresamos al hostal, Juan Diego se despidió para no volver nunca más. Traté de llamarlo un par de veces pero en su número telefónico contestaba una máquina diciendo que la línea se encontraba fuera de servicio. Luego el abuelo Suagagua nos confesó que Juan Diego era un agente secreto que trabajaba para la CIA o la Embajada Americana y que probablemente su nombre real ni siquiera era Juan Diego. Sin embargo, siempre recordaremos al agradable amigo que nos acompañó a susurrarle a la Sierra Nevada que nos mandara a nuestro angelito pronto.
En el hostal conocimos a una simpática señora llamada Emilce. Pronto hicimos amistad con ella y nos contó que practicaba la mediumnidad. Según nos dijo, un par de días antes había recibido el mensaje de sus hermanos mayores, el nombre que daba a las entidades extraterrestres que canalizaba, de que conocería a unos visitantes con quienes realizaría una labor importante.
En medio de la conversación, que se extendió por varias horas, compartimos las muchas teorías que teníamos sobre el cambio de frecuencia planetaria del cercano 21 de diciembre. Una de las teorías que en el momento más me gustaban, era la de David Topí, sobre la red global de consciencia; una supuesta malla energética que rodeaba la tierra, a la cual según decía el autor español, quienes trabajábamos para la luz teníamos que conectarnos para restablecer la conexión ancestral con las jerarquías superiores del cosmos, que las guerras, el odio y la televisión habían corroído en las últimas décadas.
Al escuchar sobre esto, Emilce concluyó que nuestra tarea esa noche de noviembre, en un pequeño pueblo de la Sierra Nevada, era unir nuestras energías y dirigirlas hacia esa red de consciencia para recomponerla y asegurar que estuviera lista antes del 21 de diciembre. Encendimos nuestros tabacos, nos insuflamos hoska y ceremoniamos como habíamos aprendido con los Muiscas y con el Clan Solar, limpiando con la palabra y pidiendo mediante pagamento.
¿Contacto?
El 2012, después de todo había demostrado ser un año lleno de sorpresas místicas y espirituales. A pesar de mi ocasional escepticismo, estaba convencido de que algo sucedería el 21 de diciembre y por eso me emocioné mucho cuando recibí una nueva invitación al templo piramidal Quantum Shasta. No había un mejor lugar para recibir lo que llamábamos “la energía del 21-12-12”. Yo seguía creyendo que lo más probable era que el cambio sería gradual e interno, pero no descartaba que el 21 podría suceder algo especial y no descartaba del todo que ese algo pudiera ser un evento trascendental, así que para estar seguros, convencí a toda mi familia de participar en la ceremonia del 21-12 en Quantum Shasta.
Mis padres, que poco a poco se habían ido abriendo a mis actividades chamánicas, pensaron que podría ser una oportunidad interesante, además tenían curiosidad de conocer lugar, después de todo lo que les conté de mi toma con Mauricio Vicencio.
Con lo cual mis padres, Paula, mi hija Ana María y yo nos dirigimos a La Mesa donde nos encontramos con varios amigos espirituales. La ceremonia de yagé sería dirigida por un abuelo que conocí ese día pero de quien ya había oído hablar varias veces. Se trataba de un abuelo que había pertenecido a Pueblo Nación Muisca-Chibcha, pero se había retirado antes de mi ingreso a la comunidad. Un abuelo de cabello blanco y facciones europeas de quien había escuchado a mi amigo Nelson decir que era la persona más sabia que conocía. Su nombre era Juver Osorio.
El abuelo Juver se convirtió así en la cuarta persona de quien he recibido yagé en mi vida después del taita Fernando, la abuela Angélica del Amazonas y el taita Gregorio. Su palabra efectivamente se me hizo muy cautivadora e inteligente pero su yagé me pareció intrascendente. Nadie de mi familia llegó a sentir sus efectos y yo ni siquiera lo vomité. Esto tenía una razón de ser, pero de ello hablaré mas adelante. Por lo pronto, basta decir que eché en falta la experiencia del viaje psicotrópico, algo que yo me imaginaba que por ser 21 de diciembre de 2012, sería algo mágico.
Pero la noche me deparaba otras sorpresas para las cuales resultó mucho mejor estar en mis cinco sentidos. Como se esperaba que a la ceremonia asistirían muchas más personas de las que podía alojar la pirámide, nos habían advertido que lleváramos carpa y así lo hicimos. Así que después de recibir nuestro yagé, como estaba lloviznando, mi familia y yo nos encerramos en la carpa donde después de un rato todos terminamos por quedarnos dormidos.
El 21 de diciembre se fue sin ninguna novedad además de la llovizna y más frío de lo que esperábamos. Pero a eso de las 3:00 de la mañana, me desperté por el sonido de cuchicheos fuera de la carpa. Escuché a alguien decir algo como “Mire, mire, ahí va otro!” y alguien más que respondía “Si, si, si, que chimba uff”.
Decidí salir para saciar la curiosidad y encontré unas 10 o 15 personas mirando fijamente hacia arriba. La noche estaba ahora totalmente despejada, no había luna y el cielo estaba lleno de estrellas. Me recosté cerca de la carpa y efectivamente, pude ver al cielo comportarse de una forma que nunca había visto, ni he vuelto a ver desde entonces.
Algunas estrellas se movían en círculos, otras avanzaban rápidamente para devolverse luego intempestivamente. Una luz roja estática en el cielo titilaba por un rato y se apagaba luego y de pronto una estrellita más atravesaba el cielo a alta velocidad.
Seguramente alguna de esas “estrellitas” pudo haber sido la Estación Espacial Internacional, alguna otra un globo aerostático y aunque en 2012 aún no se veían los drones manejados por control remoto como años más tarde, no es de descartar que alguna luz más haya pertenecido a un artefacto de ese tipo. Pero como afirmé antes, nunca antes vi, ni he visto desde entonces una cantidad tal de luces atípicas en una sola noche.
También es cierto que muy pocas veces me he detenido a observar el cielo por tanto tiempo y que en muy pocos lugares se puede tener un cielo tan claro y con tantas estrellas como el de esa noche en aquella montaña de La Mesa.
Aparte de eso no hubo mensajes telepáticos, ni manifestaciones energéticas ni otros eventos fuera de lo común. En la mañana antes de partir de regreso a Bogotá, me senté un rato más a escuchar al abuelo Juver y su forma académica y didáctica de hablar de los misterios del alma. No tenía tiempo suficiente para seguir escuchando pero sabía que había encontrado un nuevo maestro, alguien que parecía conocer secretos que después de todo aún tendría la oportunidad de develar. El 13 de diciembre de 2012 fue un día como cualquier otro y en retrospectiva, el 2012 fue otro año como el 2000, que muchos utilizaron para comerciar con el miedo y la necesidad de trascendencia y protagonismo que tenemos los seres humanos. Sin embargo, yo había decidido que el 2012 sería un año de transformación espiritual y lo fue. Con 14 tomas de yagé, nuevos maestros, amigos y experiencias, el Manuel que había sido desde mi encuentro con el remedio en 2009 hasta 2012 sería muy diferente al que fui a partir de 2013. Tal como los mayas lo habían vaticinado, tan solo se terminaba un calendario y empezaba uno nuevo.
[1] List of dates predicted for apocalyptic events – Wikipedia
[2] BBC News | TALKING POINT | Y2K: Overhyped and oversold?