Última actualización el 2020-10-21
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Les conté por allá en el episodio 7: Embrujo, sobre la época en que viví en Santa Marta, una pequeña ciudad al lado del mar Caribe. Fueron casi 7 años de muchas experiencias agradables y otras muy difíciles. Entre estas últimas estuvo mi despertar a la sangrienta realidad de mi país, cuando tuve que presenciar muchos hechos violentos relacionados con la absurda guerra entre izquierda y derecha, el narcotráfico y en algunos casos también la violencia común.
Recuerdo que cuando empecé a escuchar de estos eventos, de los cuales no se escuchaba nada en la capital del país, tal vez para mantener la ilusión de un paraíso turístico remanso de paz en la costa colombiana. Al principio pensé que se trataba de eventos extraordinarios, pero poco a poco descubrí que la violencia en Colombia era un monstruo de muchas cabezas, sin una sola causa discernible ni una solución a la vista.
Reflexionando sobre ese tema con mis compañeros de la oficina les decía que la imagen que los habitantes del interior del país tenemos de Santa Marta era de un lugar tranquilo y seguro. Uno de ellos me dijo –“Y eso no es nada, mi hermano, la cosa antes era peor. Todavía me acuerdo cuando los Cárdenas y los Valdeblánquez se agarraban a plomo en pleno centro de la ciudad.” Le pregunté quienes eran esos y me respondió que se trataba de dos familias de guajiros que se habían radicado en Santa Marta en los años de la bonanza marimbera, un período de tiempo a principios de los años 70’s cuando la Sierra Nevada de Santa Marta se convirtió en uno de los más importantes productores mundiales de marihuana.
No recabé más sobre esa historia en aquel momento, pero con el tiempo, escuché a muchas otras personas hablar sobre la guerra de los Cárdenas y los Valdeblánquez así que mi curiosidad acerca de esas dos familias, se hizo mucho mayor. Creo que fue el papá de mi primera esposa quien me contó más detalles al respecto.
El exterminio de dos familias
Nadie sabe a ciencia cierta cómo empezó la enemistad entre las dos familias que además estaban emparentadas entre sí. Algunos dicen que fue porque Hilario Valdeblánquez no acompañó a su primo José Antonio Cárdenas a matar a un comandante de Policía en el departamento de la Guajira, otros creen que Cárdenas mató a Valdeblánquez por el amor de Rebeca Brito, a quien pretendían los dos, pero el libro Crónica de una Vendetta, de Álvaro Cotes, dice que todo comenzó porque Roberto, hermano de Toño, que era como llamaban a Jose Antonio Cárdenas, dejó plantada en el altar de una iglesia de Dibulla, en la Guajira, a una joven de la familia Valdeblánquez.
Un hermano de la dama deshonrada le hizo el reclamo a Toño Cárdenas, la discusión se agravó y como los guajiros son famosos por portar armas cotidianamente, terminaron batiéndose a tiros y en medio del enfrentamiento perdió la vida el miembro de la familia Valdeblánquez. Los ahora doblemente agraviados Valdeblánquez juraron vengar la muerte y deshonra de la que habían sido víctimas y dieron inicio a una sangrienta venganza, de la cual, se dice que resultaron alrededor de 100 víctimas mortales.
El primer muerto de los Cárdenas fue Emiro, el hermano mayor de Toño, pero no sería el último. En los 11 años que duró esta vendetta absurda, murieron todos los varones de la familia Cárdenas, 12 miembros de la familia Valdeblánquez y 60 de sus hombres. Hay quienes dicen que tanto el traslado de la Guajira a Santa Marta como el ingreso de la familia Cárdenas en el negocio de la marijuana fueron motivados por el inicio de la guerra contra los Valdeblánquez. Los Cárdenas sintieron que tenían que apertrecharse en un territorio que no conocieran tan bien sus enemigos y buscar todos los recursos económicos posibles, así fuera con negocios ilegales, para financiar su guerra.
¿Por qué harían algo así? Bueno, en la Guajira tienen un dicho que dice “Los favores marcan en la arena, pero las ofensas se graban en piedra”. Alguna vez escuché que los guajiros no sólo cobran la ofensa a quien los ofendió, sino a sus descendientes hasta tres generaciones más adelante. Cuando escuché ese aforismo, pensé que se trataba de una hipérbole, pero esta historia me demostró que era más bien ajustado a la realidad.
El 11 de abril de 1989, murió acribillado en Santa Marta un niño de 13 años que esperaba el bus para ir a su colegio[1]. Se trataba de Nelson Cárdenas Cárdenas, hijo de Toño Cárdenas y su prima Libertad Cárdenas. Los periódicos de la ciudad reportaron el asesinato como la muerte del “Último Cárdenas”. Para ese momento, la venganza de los Valdeblánquez ya había acabado con todos los demás varones de su familia y las Cárdenas, que sabían que su muchachito sería el próximo, no creían que sus enemigos fueran a ser capaces de matar a un niño, que al menos lo dejarían crecer.
Hasta donde logré indagar, Nelson fue efectivamente el último muerto de esa guerra “por el honor”, aunque la tranquilidad nunca llegó a aquellas adoloridas mujeres ya que algunas de ellas llevaban en sus vientres nuevos descendientes de los ofensores de marras.
Los Cárdenas perdieron la guerra entre otras porque nunca fueron tan disciplinados y buenos estrategas como los Valdeblánquez, pero además porque fueron los primeros en quebrantar el tenue código de honor de las afrentas guajiras. Además de agravar la deshonra de la novia abandonada con el asesinato de su hermano, los Cárdenas mataron a algunas mujeres del clan Valdeblánquez. Algo que se consideraba como deshonroso.
Fue tal vez por esta razón que se frustró el único intento de acordar la paz entre las dos familias, cuando el propio Roberto, que fue quien cometió la primera ofensa, aceptó la intermediación de un amigo común para llegar a un acuerdo con los Valdeblánquez. Eso fue en mayo de 1974 en una casa de Santa Marta, propiedad del intermediario, quien además era un reconocido traficante de la ciudad. Al encuentro llegaron Roberto Cárdenas con un primo hermano suyo y se sabe que no alcanzaron a mediar palabra con los delegados de la otra familia, ya que apenas llegaron al lugar, abrieron fuego contra los dos Cárdenas. Roberto murió allí pero su primo logró escapar con vida, para convertirse en una víctima más, al poco tiempo del frustrado intento de diálogo.
El primer contraataque de los Cárdenas vino tres meses después del funeral de Roberto, cuando unos de los hermanos Cárdenas, junto con unos amigos, masacraron a dos integrantes de la otra familia cuando se paseaban por una importante avenida del centro de la ciudad. La respuesta de los Valdeblánquez no se hizo esperar y ese mismo día planearon un ataque con 12 hombres que duró 45 minutos, en la zona donde vivían los Cárdenas. En ese tiroteo, que fue el más largo de esa guerra, no murió ningún Cárdenas, pero sí la segunda víctima inocente de entre muchas que cayeron por estar en el lugar equivocado.
El inicio del terror
Una de las tristes anécdotas de esos años fue que los Valdeblánquez fueron los primeros en utilizar los famosos carros bomba, con los que Pablo Escobar aterrorizaría al país años más tarde. En ese atentado por cierto, tampoco murió ninguno de los Cárdenas pero sí las dos personas que habían contratado para llevar el carro bomba a su destino y un transeúnte. Este hecho, además, convirtió la vendetta en noticia nacional e internacional y motivó a la entonces alcaldesa de Santa Marta a ordenar a las dos familias abandonar la ciudad. Los Valdeblánquez acataron la orden y se mudaron a la vecina ciudad de Barranquilla, pero los Cárdenas demandaron la ordenanza y permanecieron en la ciudad.
De cualquier forma, la guerra continuó y siguieron cayendo miembros de ambas familias, muchos de sus empleados y varias víctimas civiles. Los Valdeblánquez preparaban sus ataques desde Barranquilla y enviaban sicarios para llevarlos a cabo. Pero aun así, y 10 años después de haber iniciado las confrontaciones, Toño Cárdenas seguía con vida luego de salvarse de varios atentados.
Esta suerte no duraría mucho más ya que la matanza uno a uno de sus hermanos, primos y amigos significó también el declive en las actividades ilícitas de la familia y por lo tanto en su fuente de recursos. Los Valdeblánquez en cambio se fortalecían cada vez más y no dudaron en arreciar su venganza cuando se enteraron de la vulnerabilidad financiera y la decadencia de Toño y su Padre, a quienes cada vez se les veía más descuidados con su seguridad y más entregados al trago y la parranda.
Toño fue acribillado en la entrada de su casa, ultimado por un teniente de la policía, que había sido su amigo años atrás y que había sido comprado por los Valdeblánquez para que traicionara a Toño y le cobrara, por fin, la deuda de sangre que había evadido por tanto tiempo. Su hijo Nelson, sería el encargado de sellar la cruel venganza con lo cual terminó la guerra entre estas dos familias y Santa Marta respiró nuevamente con la esperanza de recuperar la paz de antaño.
Esta esperanza, lamentablemente sería solo una ilusión porque poco después empezaría la nueva guerra cuando llegaron del Interior los capos de la droga a sembrar coca en la Sierra Nevada y formar los ejércitos paramilitares conocidos como los “Chamizos”, para defenderse de los grupos guerrilleros, principalmente del ELN, que habían llegado atraídos por la bonanza marimbera, decididos a no quedarse atrás en la nueva bonanza cocalera.
Las ofensas se graban en piedra
Esta historia tiene muchos aspectos que valen la pena analizar. ¿Qué mueve a una familia completa a declarar una guerra, por una causa tan absurda como un lío de faldas?, ¿o a vengar una muerte matando mujeres y niños inocentes? Hay varios ejemplos en la historia, tal vez el más famoso es el de la batalla de Troya, que se dice que fue por el amor de la bella Elena, raptada por Paris, príncipe de Troya, de las manos de Menelao, hermano de Agamenón, el rey de Argos.
También se han registrado vendettas similares en casi todas las mafias del mundo: la camorra siciliana, las cinco familias de la mafia de Nueva York o los narcos modernos colombianos y mexicanos. Sin embargo, resulta difícil de creer que dos familias, que apenas empezaban sus negocios ilegales, hayan sostenido semejante guerra durante tantos años.
Es en parte la triste realidad de mi país, Colombia, donde la violencia se ha normalizado y nos hemos pasado de guerra en guerra durante 200 años sin encontrar nunca una solución definitiva. Incluso hoy en día, cuatro años después de celebrar la firma de los acuerdos de paz entre el Gobierno y la guerrilla más antigua del mundo, estamos presenciando el regreso de las masacres, el exterminio de los rivales políticos y el imperio del miedo instaurado por bandas criminales y narcotraficantes.
Pero es en parte también la triste realidad de la humanidad, que a pesar de haber avanzado en casi todos los aspectos de la vida: tecnología, educación, reducción de la pobreza, esperanza de vida y prosperidad, parece perdida en cuanto al más fundamental de las necesidades humanas: la tranquilidad interior.
Desde mi punto de vista, después de haber pasado por algún episodio de depresión hace muchos años y más recientemente uno de ansiedad, el logro más importante al que podemos llegar como seres humanos es el del equilibrio emocional, la paz interior. Esto suena un poco cliché, pero si has vivido alguna experiencia de alteración de tu salud mental, incluso si es leve como el estrés, la soledad, la tristeza frecuente, sabes que en esos momentos uno ni siquiera aspira a la felicidad y ni siquiera a la alegría; sino a la simple posibilidad de no sentir dolor, de no sufrir.
De pronto estarás pensando que aspirar a algo tan mundano como la tranquilidad y no algo más sublime como la felicidad es poco ambicioso. Incluso puede que sientas que ya tienes tranquilidad pero que te hace falta alcanzar la felicidad, que eso es lo que te llevaría a hacer el esfuerzo que requiere el camino de la iniciación. Bueno, entonces hay que empezar por definir qué es la felicidad.
Igual que todos los otros términos que he definido aquí, la felicidad no es un concepto universal con una sola definición así que podemos empezar con lo que dice el diccionario: “Estado de grata satisfacción espiritual y física”. El problema es que si nos apegamos a ella, querría decir que las personas que sufren de alguna discapacidad o enfermedad, ¿no pueden ser felices? Cada persona tiene su propia idea de lo que es la felicidad; para muchos es un estado de consciencia en el que se siente regocijo, alegría o gozo. Para otros, una es serie de circunstancias internas y externas ideales: tener salud, dinero, amor, propósito, etc.
¿Es la espiritualidad la respuesta?
La espiritualidad no brinda un camino para encontrar ninguno de esos tipos de felicidad porque casi siempre las expectativas que creamos sobre lo que nos haría felices o se quedan cortas o tienen el efecto contrario. Cuantas personas no persiguen esos sueños que supuestamente les darán la anhelada felicidad y cuando los cumplen se siguen sintiendo igual de vacíos que antes, o incluso peor, esa felicidad que buscaban se convierte en una jaula de oro de la que no pueden salir por lealtad con tantos años de desear que llegara.
Por este motivo, lo que la espiritualidad nos ofrece no es la felicidad sino la paz, la armonía de la mente. La felicidad puede ser diferente para cada persona, pero la paz es un concepto que sí es universal porque la armonía, o el equilibrio se puede definir por oposición como la ausencia de sufrimiento.
La historia que narré sobre la guerra entre los Cárdenas y los Valdeblánquez refleja de una forma dramática lo que es el sufrimiento y los efectos que causa. Sé que una situación así es algo afortunadamente muy inusual pero como veremos en un momento, nos muestra con mucha claridad el drama que en muchos niveles diferentes vivimos los seres humanos.
Creo que estarás de acuerdo con que toda la sangre que se derramó por una simple ofensa personal es algo monstruoso e injustificable y probablemente todos los que participaron en esa guerra habrían estado de acuerdo si hubieran sabido el desenlace final: 11 años de miedo, muerte y sufrimiento. Lo que sucede es que las grandes tragedias de la humanidad rara vez inician con una gran explosión. Lo que generalmente ocurre es que los problemas van escalando poco a poco hasta que salen de control y llegan a un punto sin retorno. Esto nos ha pasado o nos pasará a casi todos de una u otra forma en diferentes aspectos de la vida: Ser despedido de un trabajo, una relación sentimental que se convierte en una relación tóxica, una pelea de vecinos que termina con demandas y amenazas, padres e hijos o hermanos que no se vuelven a hablar, vidas que terminan en la decadencia por el uso de drogas gente aparentemente exitosa que termina en una clínica psiquiátrica o en suicidio por una carga silenciosa que se convierte en una piedra demasiado pesada para cargar.
Todos estos ejemplos se parecen a la historia de los Cárdenas y los Valdeblánquez en que las cosas empiezan con algo pequeño que no se detiene a tiempo y se convierte en una bola de nieve. El despido comienza con un comentario desagradable del jefe. Muchas relaciones se van al retrete por una suposición que nunca se aclaró. Hay familias que terminan divididas por un préstamo de dinero que no se manejó con delicadeza. Con frecuencia los vicios más destructivos comienzan con un acto de rebeldía o por usar una sustancia para llenar una falta de cariño y muchos suicidios se habrían podido evitar si la persona hubiera elegido un camino ligeramente diferente.
Qué hubiese pasado si los Valdeblánquez hubieran aprovechado el abandono de aquella dama en el altar para deshacer una relación que con seguridad no le habría traído la felicidad que ella deseaba y tal vez para alejarse de una familia que tal vez no convendría seguir frecuentando. No se saba nada más sobre la novia abandonada, pero es muy posible que algún tiempo más tarde haya encontrado el amor en una persona totalmente comprometida con ella. Si fue así, seguramente habrá pensado en su momento que aquel abandono fue lo mejor que le pudo pasar o de lo contrario no habría encontrado el verdadero amor.
Pero lo que sucedió con estas familias, nos pasa en otros niveles a todos: resultan más fuertes el orgullo, el miedo, la desconfianza, que la capacidad de soltar aquello que nos genera sufrimiento, pasar la página y seguir con nuestra vida. Todos los días se presentan situaciones que si no manejamos con sabiduría se pueden convertir en el primer eslabón de una pesada cadena con la que terminemos arrastrando el pasado, el dolor y el sufrimiento.
El fin del sufrimiento
Pero entonces, ¿cuál es el origen del sufrimiento y cómo podemos evitar crear esas cadenas? Desde luego puede haber muchas respuestas dependiendo de cada caso, pero después de 12 años de exploración de caminos espirituales, la respuesta más convincente que he encontrado proviene de una de las tradiciones espirituales más antiguas: el budismo.
Cuenta la historia que el príncipe Siddhartha Gautama, nacido en una vida de lujos y privilegios, abandonó el palacio real para conocer el mundo y se enfrentó a la realidad de casi todos los seres humanos de privaciones y sufrimiento. En su camino conoció enfermos, ancianos, hombres santos y cadáveres. Estos encuentros con la muerte, el sufrimiento y la trascendencia lo llevaron a renunciar a su vida en la realeza para descubrir la verdad sobre el nacimiento, la muerte y la paz de la mente.
Empezó a practicar yoga con varios maestros, pero siguió su recorrido por campos y aldeas buscando diferentes técnicas para hallar esa verdad. Cuentan que por seis años practicó una vida de ascetismo extremo; se flagelaba, contenía la respiración hasta estar apunto del desmayo y ayunó hasta que casi podía sentir su columna vertebral tocándose el estómago.
Durante las alucinaciones que le producían esas torturas corporales y mentales, recordó cuando era un niño y se sentó bajo la sombra de un manzano en un día soleado. Fue la primera vez que sintió un estado de completa calma y tuvo una experiencia espontánea de dhyana que significa “estado profundo de absorción meditativa”. Ese recuerdo le hizo decidir que para liberarse de las limitaciones del cuerpo físico, en lugar de castigarse, intentaría trabajar en su propia naturaleza y practicar la pureza mental para lograr la iluminación.
Una niña que pasaba lo vio y se condolió de verlo en ese estado físico tan lamentable, así que le ofreció una taza de leche y arroz (curiosamente, ¡uno de los postres colombianos que más me gustan!). Cuando sus seguidores vieron a Siddhartha romper su prolongado ayuno, creyeron que se había rendido en su búsqueda y lo abandonaron.
Gautama se había dado cuenta que el camino al despertar era un “camino medio” entre los extremos de la auto restricción que había estado practicando con su grupo de ascetas y la auto indulgencia de la vida en la que había nacido.
Todo esto sucedió en Bodh Gaya, que quedaba donde hoy en día es el estado de Bihar en la India. Siddhartha Gautama se sentó debajo de un árbol de brevas y comenzó a meditar y según algunas tradiciones, alcanzó la iluminación en un dia. Otros dicen que estuvo sentado meditando por tres días y tres noches y aún otros dicen que meditó por 45 días antes de iluminarse y convertirse en Buda, que significa “Iluminado”[2].
Para el Buda, la iluminación consistió en una serie de conocimientos que aparecieron con claridad en su mente, no entregados por ninguna deidad, ni siquiera recibidos de ninguna parte, simplemente revelados dentro de sí mismo. He de decir que algunos de estos conocimientos como el de la reencarnación y el de las vidas pasadas son difíciles si no imposibles de comprobar y haría falta que cada quien haga un acto de fe o bien, que busque la propia iluminación para confirmarlos, pero el tercer gran conocimiento sí que se puede poner en práctica y yo personalmente lo considero el mejor, si no el único camino para Salir del sufrimiento.
El conocimiento de la verdad del sufrimiento se divide en las cuatro nobles verdades:
1. La vida es sufrimiento
2. Las causas del sufrimiento
3. Es posible terminar el sufrimiento
4. El camino para terminar el sufrimiento
La primera revelación nos dice que la vida cotidiana tal como la conocemos está llena de sufrimiento. Sin embargo, la palabra original que usó el Buda era dukkha, que tiene varias connotaciones. Una es sufrimiento, pero también quiere decir “insatisfacción.” Yo personalmente creo que esta última es una traducción más acertada que “sufrimiento.” Lo que quiere decir el budismo con que la vida es sufrimiento es que adondequiera que vayamos, siempre nos va a perseguir un sentimiento de insatisfacción, de que hay algo que no está del todo bien.
Una felicidad inalcanzable
Yuval Noah Harari dice en su libro Sapiens, que los seres humanos no estamos programados para ser felices sino para buscar la felicidad. Las observaciones antropológicas y filosóficas de la historia humana nos muestran que siempre estamos en una constante búsqueda de algo mejor: una relación de pareja más satisfactoria, un mejor trabajo, más dinero, mejor estado físico, más aprobación de los demás. Sin embargo, estas metas son como un espejismo que se aleja a medida que nos acercamos a él.
Esto fue lo que descubrió el iluminado y dice que esa insatisfacción constante y el consiguiente sufrimiento al no lograr llenar ese vacío, provienen de lo que él llamaba avidya o ignorancia, ignorancia de nuestra conexión con todos los demás seres humanos y con la naturaleza, ignorancia de la verdadera naturaleza de la mente. Esta ignorancia, según el Buda, conlleva a las dos principales causas del sufrimiento: el apego y el rechazo.
En el episodio No. 4 La Experiencia de la Realidad hablamos ya de estas dos causas del sufrimiento. Decíamos que según el budismo, los procesos de la mente se dividen en cuatro fases: Consciencia, Percepción, Sensación y Reacción. La fase de Sensación o vedha ara recibe las sensaciones de la fase anterior y decide si cada sensación, cada estímulo es agradable o desagradable y con base en esta decisión inconsciente, la cuarta parte de la mente o sank ara reacciona de dos formas: apego o rechazo.
La cuna del sufrimiento es pues, este proceso de sank ara que nos lleva a reaccionar, no siempre físicamente, las reacciones físicas pueden aparecer minutos, horas o años después, pero la reacción constante es de apego por las sensaciones agradables y rechazo de las desagradables. Fíjate que la tercera etapa o vedha ara ocurre en un instante y desaparece. “Esto es agradable, qué bien”, o “Esto es desagradable, qué mal” y sigue su tarea con la siguiente sensación y así sucesivamente.
Pero el sank ara se convierte en un demonio. En este momento no estoy utilizando la acepción religiosa de la palabra demonio, sino el significado informático. En el sistema operativo Unix, un demonio es un proceso o un pequeño programa que se ejecuta en la memoria indefinidamente y está ahí realizando alguna tarea constantemente. Pues el apego o el rechazo no es como el vedha ara que desaparece sino que se queda en la mente y se empieza a alimentar de nuestra conciencia.
Si es apego a algo agradable entonces el demonio de apego nos pide constantemente más de esa sensación agradable. – “Uy que rico ese postre, tengo que volver a comer de eso”, – “Me gusta ese carro, tengo que tenerlo”, o “qué bien me siento con esta persona, tengo que estar más tiempo con ella”. El sank ara de rechazo por otra parte trabaja constantemente para que evitemos a toda costa esa sensación desagradable “No me gustó esta berenjena entonces no la quiero volver a probar nunca” o “No me sentí bien en el primer día de trabajo, creo que este trabajo no me gusta.”
No sé si viste la película “Inception” de Christopher Nolan. El protagonista decía que el parásito más resistente y más peligroso es una idea, que una vez que una idea se apodera del cerebro es casi imposible erradicarla. Bueno, de eso se tratan los sank aras, son ideas subconscientes, muy simples pero muy claras. Un apego o un rechazo pueden iniciar con algo relativamente mundano, pero con el tiempo convertirse en una pesada cadena, un motivo de sufrimiento constante.
Para las familias guajiras de nuestra historia del comienzo, el apego a un código de honor tradicional pero totalmente inútil y destructivo y el rechazo a la sensación de humillación o de miedo por la venganza de la contraparte, convirtió un desamor como el que tantos hemos tenido que vivir en una pesadilla para toda una ciudad por 11 años.
El fin del sufrimiento
Como dije antes, el caso de los Cárdenas y los Valdeblánquez parece un caso extremo, algo que no nos pasaría a personas “normales” pero desde mi experiencia personal puedo dar fe que en mis tomas de yagé, ceremonias y otras experiencias de vida he tenido que luchar muy duro para tratar de vencer apegos a la religión a personas, lugares, proyectos, ideas, creencias o hábitos y también mi rechazo a la falta de aprobación, a no tener todo bajo control o a la idea de envejecer y morir.
Siempre, detrás de cada sufrimiento hay un apego o un rechazo. Incluso si es apego a algo o alguien que se supone que debemos apegarnos: el honor, alguien de la familia, nuestra carrera, nuestro país, nuestras creencias. O incluso si es un rechazo a alguien o algo que se supone que debemos rechazar: la muerte, la soledad la injusticia o el dolor. De hecho, es el rechazo al dolor el origen de una de mis frases espirituales favoritas: “El dolor es inevitable, sufrir es una elección.”
Mira allá en tu corazón dónde está el sufrimiento o la insatisfacción en tu vida. Vas a encontrar un apego o un rechazo. Luego imagínate simplemente soltando ese apego o aceptando eso que rechazas. Esto casi seguro que tu reacción a ese pensamiento va a ser “Cómo voy a soltar esto o aquello si es algo muy importante en mi vida” o “Cómo voy a aceptar tal cosa si es algo que va contra mis principios, o lo que soy.” Este siempre es el primer paso, no hay un solo apego o rechazo que se haya convertido en sufrimiento que sea fácil de soltar. Nuestra mente siempre va a batallar para mantener el status quo porque si hay algo que es común en todos los humanos es que no estamos dispuestos a aceptar que nuestro sufrimiento fue en vano. Preferimos seguir sufriendo antes que abrir los ojos y reconocer que todo empezó con una estupidez que debimos haber dejado ir.
Esta es la razón por la cual los padres de soldados que han muerto en guerras inútiles como la de Vietnam, Afganistán o Irak, siguen votando por los mismos que enviaron a la muerte a sus hijos. Ellos no están dispuestos a aceptar bajo ninguna circunstancia que sus hijos murieron en vano. Podrían enviar otro hijo a la guerra antes que reconocer que el primero murió sin sentido.
Esto fue exactamente lo que le sucedió a los Cárdenas y los Valdeblánquez que sacrificaron decenas de vidas, sometieron a decenas de mujeres al abandono y una vida de dolor, asesinaron civiles, mujeres y niños, antes de soltar el rencor, aceptar haberse equivocado y seguir adelante.
La buena noticia es que el Buda también encontró que es posible detener el sufrimiento y dejó un camino para hacerlo. No es un camino fácil, pero vale la pena recorrerlo y los beneficios pueden salvar vidas, no sólo en el presente sino en muchas generaciones por venir y tener un impacto global. Así de importante es este mensaje. Pero lo vamos a ver en detalle en el próximo episodio de Espiritualidad & Ciencia. Por lo pronto me despido,
Buen camino y buena brisa.
[1] https://historiasdelmagdalena.blogspot.com/2016/09/guerraentre-las-familias-cardenasy.html
[2] https://www.learnreligions.com/the-enlightenment-of-the-buddha-449789