Última actualización el 2020-10-21
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La era de los conglomerados modernos comenzó la década de 1960 con corporaciones como International Telephone and Telegraph y Textron, que se volvieron dominantes al adquirir empresas de industrias no relacionadas con su negocio principal. Estos primeros conglomerados modernos poseían entre 30 y 40 compañías de negocios tan diferentes entre sí, que eventualmente algunos de ellos decidieron renombrarse con nombres genéricos. Philip Morris, por ejemplo, se convirtió en Altria Group (Rozeff 2006).
Para comprender el fenómeno de las megacorporaciones y su viabilidad a largo plazo, es importante estudiar los conglomerados en el contexto de los cambios socioculturales del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial convirtió a Estados Unidos en la máquina industrial más poderosa que haya existido. El final de la guerra trajo un auge en el crecimiento económico pero también creó en la conciencia pública una incertidumbre por el futuro. Fue por esto que los estadounidenses se establecieron en familias, se mudaron a los suburbios y comenzaron el «baby boom».
En este entorno, la economía de EE. UU. creció de manera constante durante la década de 1950, una década sin grandes eventos, excepto por dos olas de inflación: una justo después de la Segunda Guerra Mundial y la segunda antes del comienzo de la Guerra de Corea. Si bien se debaten las causas de estos períodos de inflación, es probable que el lento crecimiento económico sea el principal culpable (Baines 2016). La población en aumento y el desarrollo en múltiples áreas requerían de una maquinaria industrial y de servicios bien engrasada que fuera lo suficientemente productiva. La doctrina de Eisenhower dictaba que el deber del gobierno era estimular el crecimiento económico para disipar cualquier fantasma de la recesión del pasado.
Este fue el trasfondo del período más largo de expansión económica en la historia de los EE. UU. La industria recibió claramente el mensaje de crecimiento de Eisenhower y el mercado estaba obsesionado con las valoraciones crecientes, incluso si dicho crecimiento no tenía nada que ver con las ganancias reales que se producían. La estrategia utilizada entonces era que las compañías de rápido crecimiento con una buena valoración usarían sus acciones para comprar acciones de compañías de bajo crecimiento. De esta manera, las ganancias de las dos compañías combinadas tendrían el mismo multiplicador de la compañía compradora (Lonsdale 2014).
Cómo funciona el engaño
Para entender esto, pongamos un ejemplo de una empresa tradicional que produce buenas ganancias pero no tiene mucho crecimiento. A los inversionistas especuladores, lo que les interesa es enriquecerse en poco tiempo, así que no les interesa tanto esta compañía y por lo tanto su valor en el mercado no es tan alto, digamos que es más real. Entonces la compañía compra una compañía de tecnología, que produce muy poco, o no produce nada, pero genera mucha expectativa, es decir atrae mucho a los especuladores y por lo está sobrevalorada. Entonces lo que hace la primera compañía es comprar a la segunda y forman un conglomerado que a partir de ese momento va a transar en la bolsa bajo un nuevo nombre. A partir de ese momento, la capitalización en el mercado de las dos compañías se suma, también se suman las ganancias que produce y juntas pareciera que fueran una compañía con mucho crecimiento y muchas ganancias, lo cual atrae más aún a los especuladores y la compañía se valoriza aún más…
Esta estrategia fue el centro del llamado «auge del conglomerado» de los años sesenta. Había todos los incentivos posibles para que se dieran fusiones innecesarias: la inflación y las tasas de interés eran bajas y Wall Street recompensó las fusiones con valoraciones irracionales.
Un índice del JHL Capital Group muestra que 10 conglomerados se apreciaron cinco veces más que el resto del índice S&P 500. Sin embargo, la burbuja estalló y la mayoría de los conglomerados formados en los años 60 tuvieron que vender las compañías previamente adquiridas durante los años 70 y 80.
El segundo boom del conglomerado
Al igual que la burbuja de conglomerados de los años 60 fue la respuesta al estancamiento económico de los años 50, la crisis económica de 2008 provocó un nuevo auge de conglomerados, impulsado por los mismos factores que el auge anterior: tasas de interés e inflación bajas, estables y aumento del apetito de los inversionistas por el crecimiento por encima de las ganancias reales. Esta nueva ola de conglomeración también se conoce como el «boom de las plataformas» e incluye compañías como Anheuser-Busch InBev, Horizon Pharma y Liberty Global.
Una vez más, las compañías agrupadas en conglomerados tuvieron un desempeño de mercado mucho más alto que las compañías del S&P 500, 215% mejor a partir de 2015. Los nuevos conglomerados son mucho más selectivos en las adquisiciones que hacen aunque también desprecian los dividendos, minimizan los impuestos que pagan con toda suerte de trucos y se centran en el flujo de caja sobre los ingresos netos (JHL 2015).
Nada dura para siempre
Esta vez, sin embargo, el auge ha durado más, pero eso no significa que durará para siempre. El ideal de las megacorporaciones con tentáculos en múltiples industrias no es necesariamente el modelo más eficiente y ventajoso en la era de los negocios cibernéticos. Aunque los conglomerados de hoy son más coherentes en las adquisiciones que realizan, la motivación principal para ellos en la mayoría de los casos sigue siendo favorecer el crecimiento de valoraciones artificiales, pero ese crecimiento no puede sostenerse indefinidamente y todas las empresas llegarán a un punto en el que ya será demasiado, incluso para los codiciosos especuladores de Wall Street (Ford 2017).
Christer Gardell, un famoso inversionista y activista Europeo, ha llamado recientemente al final de los conglomerados y predice que la nueva tendencia será la reducción y la venta continua de negocios no esenciales.
Según Gardell, algunos de los mayores conglomerados industriales europeos, incluidos Siemens y Philips, ya comenzaron este proceso. Además, él cree que la mayor parte de la actividad de fusiones y adquisiciones en la próxima década serán escisiones (Milne 2017).
Esta tendencia se verá impulsada principalmente por la necesidad de las grandes corporaciones de perder peso y ser cada vez más rápidos para responder a los cambios del mercado moderno. El caso de estudio de Kodak sirve para ilustrar este punto. El otrora poderoso gigante de la fotografía necesitaba diversificarse de su rentable mercado de películas analógicas y lo hizo mediante la adquisición de más de 24 compañías entre 1988 y 2011 en industrias como farmacéutica, imágenes médicas y de impresiones, entre otras. Aunque Kodak hizo todo lo posible para adaptarse y mantenerse al día con los cambios turbulentos en la industria de la fotografía a principios del siglo XXI, la conclusión de múltiples analistas es que Kodak era demasiado complejo, demasiado grande y burocrático para poder moverse lo suficientemente rápido (Grant 2016).
Activismo, RSE e Inversión de Impacto
La falta de agilidad no es la única razón por la cual el futuro de los grandes conglomerados está en peligro. Recientemente ha habido un aumento en el número de corporaciones que son blanco de activistas. Denuncian prácticas poco éticas como monopolio, devastación de los recursos naturales, maltrato laboral y falta de responsabilidad social.
Estas acusaciones, justas en la mayoría de los casos, han existido desde los albores de los grandes conglomerados en los años 60, pero la masificación de las redes sociales en los últimos años ha dado un nuevo poder y alcance a aquellas voces que alguna vez resultaban muy lánguidas, proporcionándoles canales poderosos para comunicarse y difundir sus protestas.
Sin embargo, no es solo el activismo político lo que se les viene a las grandes corporaciones. El activismo de los accionistas es mucho más efectivo. Se llama activismo inversionista el que es ejercido por accionistas minoritarios que tienen intereses sociales y ambientales y como pueden participar en juntas de socios, tienen una vía directa para hacerse escuchar. Este tipo de activismo también ha ganado fuerza y está haciendo que organizaciones de todos los tamaños cambien algunas de sus políticas y se retracten de adquisiciones controvertidas (Daneshkhu y Nicolaou 2017).
Vivimos en una época en la que el público está mejor informado y cada vez más personas reconocen la importancia de la sostenibilidad y la responsabilidad social en el mundo corporativo. Hay más herramientas para provocar cambios en organizaciones poco éticas. También es un momento en el que las corporaciones más valiosas también son aquellas con buena imagen ante sus clientes, que tengan valores con los que ellos pueden identificarse y una política visible de responsabilidad social.
En estas condiciones, el panorama no es bueno para megacorporaciones oscuras con nombres que nadie conoce y políticas totalmente orientadas a la obtención de ganancias y al crecimiento del valor de las acciones. Ya no es el momento de los megaconglomerados tradicionales.
El fin de los conglomerados engañosos
Como expliqué al comienzo de este episodio, una motivación frecuente detrás de los primeros conglomerados fue el aumento artificial de la valoración de la organización mediante la adquisición de empresas con alto crecimiento. Esto mostraba también poder en el mercado y una posición de control. En cierto modo, creando la imagen de ser «demasiado grande para fallar».
Esta estratagema demostró ser efectiva a corto plazo y útil para la especulación, pero a la larga, la adquisición desordenada de negocios no relacionados se convirtió en un esfuerzo que solo sirvió para agregar complejidad, burocracia y peso a las corporaciones que con frecuencia no eran tan saludables en un principio.
En el mundo moderno, las empresas, incluidos los conglomerados, desean asociarse con una marca que genere confianza, respeto y lealtad. Gracias a las redes sociales, las organizaciones también están más cerca que nunca de sus clientes, que han ganado un enorme poder de negociación. En el pasado, una división corporativa de relaciones públicas solo tenía que preocuparse por las noticias negativas que trascendían a los medios de comunicación y utilizar su influencia para controlar los daños a través de comunicados de prensa y noticias positivas en periódicos y televisión (muchas veces pagadas).
Hoy, un solo cliente con su teléfono puede grabar imágenes de un mal producto o servicio al cliente deficiente, publicarlo en Twitter, Facebook y YouTube y arrodillar ante una compañía de Fortune 500 en cuestión de días. Por ejemplo, el famoso incidente en el que un médico de Kentucky fue expulsado de un avión de United Airlines por negarse a ceder su asiento a un empleado de una aerolínea asociada. En este caso, la compañía tuvo que soportar semanas de prensa negativa y finalmente resolver una demanda por una cantidad de dinero (Mindock 2017).
Los inversores también han aprendido a leer las señales de adquisiciones innecesarias y desconfían de esas transacciones cuando no hay un beneficio claro en la operación. Los inversionistas serios se alejan cada vez más de invertir en esas empresas y los que invierten en ellas son sobre todo especuladores que buscan un beneficio inmediato derivado del aumento potencial en el precio de las acciones, solo para vender poco después (Rozeff 2006).
Esto ha llevado a los grandes conglomerados a deshacerse de compañías que no brindan un beneficio directo a su objetivo principal, tal como lo hizo General Electric en los últimos 18 años.
Sin embargo, dado que el mercado actual es aún más adicto que nunca al crecimiento, el desafortunado resultado de esta “desconglomeración” no es necesariamente que estén surgiendo corporaciones responsables ambiental y socialmente, sino que se están adaptando a otras estrategias de crecimiento artificial que son potencialmente aún más peligrosas y poco éticas que los anteriores. Esta es la era de las megacorporaciones digitales.
La nueva fiebre del oro
Los gigantes digitales Google, Apple, Microsoft, Facebook, Amazon, Tesla y Uber pertenecen a una nueva raza de conglomerados digitales. Su objetivo no es adquirir compañías débiles para mostrar un potencial de crecimiento, sino competir entre ellas para ser las primeras en el juego de varias tecnologías disruptivas que están en desarrollo o aún no se han encontrado. Compiten en una especie de «fiebre del oro digital» en la que el filón dorado es cualquier tecnología patentable con aplicaciones comerciales potenciales actuales o futuras y las minas son el cerebro de los profesionales y empresarios tecnológicos cada vez más escasos.
Sin embargo, la diferencia con el oro es que, a diferencia del metal precioso, no hay forma de saber cuándo un nuevo hallazgo es oro u oropel. Las nuevas tecnologías requieren mucho tiempo de desarrollo, pruebas y adaptación al mercado antes de convertirse en una tecnología comercial innovadora. Algunos desarrollos prometedores, como Google Glass o los relojes inteligentes, elogiados en su momento como la mejor opción, terminaron siendo un fracaso o, al menos, mucho menos adoptados de lo esperado.
Esta fijación por la innovación sin fin va más allá de la inventiva natural del ser humano y responde principalmente a la misma codicia por el crecimiento económico que persigue a los mercados desde los años 50. El resultado de esta búsqueda irracional es una nueva ola de adquisición a veces inútil de empresas sobrevaloradas para captar innovaciones que pueden o no convertirse en productos comerciales en el futuro (Krause 2016).
Algunas de esas adquisiciones son estratégicas y tienen un sentido comercial total. Por ejemplo, Apple adquirió Beats Electronics en 2014, éste fue un movimiento para obtener una ventaja más fuerte en el negocio de la música digital (Apple 2014). Sin embargo, la mayoría de las transacciones de fusiones y adquisiciones nunca resultan en un valor comercial directo y terminan siendo una forma costosa de adquirir profesionales calificados o evitar que los competidores tengan en sus manos una tecnología que podría brindarles una ventaja competitiva.
El otro objetivo del conglomerado digital es enviar «señales» al mercado de que la compañía está adquiriendo tecnología innovadora y fortaleciendo su cartera de patentes. Esto con frecuencia hace que estos conglomerados digitales obtengan valoraciones de mercado absurdamente altas basadas únicamente en el potencial de las tecnologías que poseen. Este es el caso de Uber o WeWork, que aún no han descubierto un modelo de negocio para detener el derroche de dinero, pero siguen siendo valorados en millones de dólares.
El caso de Amazon es más complejo porque en realidad genera ganancias, pero basándose en el mismo sesgo de mercado que privilegia la I + D tecnológica sobre las ganancias, ha decidido invertir todas sus ganancias en expandirse y hacer crecer sus tentáculos tanto como sea posible.
Obsolescencia programada
La segunda característica de la nueva ola de ciberconglomerados también se deriva de la adicción del mercado al crecimiento: las corporaciones digitales que realmente crean un modelo de negocio y logran ganancias, no solo tienen que generar ganancias significativas sino que también tienen que lograr un crecimiento constante de trimestre a trimestre.
Esta es la razón por la cual los gigantes tecnológicos de consumo Apple, Google, Intel y Microsoft han prosperado no solo gracias a la innovación continua sino también a la reducción sistemática del ciclo de vida de sus productos. En el caso del modelo de negocio basado en anuncios de Google, esto significa más anuncios, mejor orientados y más omnipresentes. Todas las empresas de software buscan generar actualizaciones de software más frecuentes en sus sistemas operativos para mantener el hardware funcionando al máximo y lanzar nuevo hardware con más frecuencia, con apenas algunas actualizaciones estéticas y mejoras menores de funcionalidad diseñadas para incitar a los compradores a reemplazar dispositivos de apenas un año de uso, con los últimos modelos.
Todo es nuevo pero nada ha cambiado.
La conclusión de este análisis es que la sentencia que Michael Rozeff le hizo a los Conglomerados en 2006 desafortunadamente fue demasiado pronto (Rozeff 2006). La causa de la tendencia de conglomeración poco ética de la década de 1960 y principios de 2010 permanece intacta: la adicción del mercado al crecimiento. Las condiciones económicas actuales son bastante diferentes, pero los conglomerados digitales aprovechan las tácticas descritas y un enfoque centrado en fusiones y adquisiciones para lograr un crecimiento constante en medio de una competencia feroz y un mercado cercano a la saturación.
En la sección anterior, decía que el nuevo auge de los conglomerados digitales es todavía más inmoral y peligroso que los anteriores. La razón es que en el pasado, el costo del conglomerado desordenado era principalmente la valoración poco realista de estas corporaciones, lo que causaba su consiguiente eventual corrección de mercado. La demanda de crecimiento ilimitada para los conglomerados modernos no solo causa el mismo fenómeno, sino también un impacto severo en el medio ambiente debido a la presión sobre el ecosistema para proporcionar los recursos necesarios y mantener los procesos involucrados en los ciclos de fabricación más frecuentes e intensos.
Esto lleva a la pregunta de cuánto durará este nuevo boom de conglomerados digitales y si habrá iteraciones posteriores del modelo de conglomerados con crecimiento artificial. Nadie sabe la respuesta, pero me voy a atrever a hacer algunos pronósticos con base en las lecciones del pasado y los riesgos del futuro.
El futuro de los megaconglomerados
Este es un ejercicio personal de pronosticar los cambios más probables en el panorama de los conglomerados corporativos, basado en una investigación académica que realicé hace un par de años y la observación de las tendencias actuales.
2020-2025: el estallido de la nueva burbuja
Según el comportamiento de los auges de conglomerados anteriores, es casi seguro predecir que muchos de los viejos conglomerados que no han tomado las medidas necesarias para adaptarse a las nuevas condiciones del mercado van a perder valor. Esta será la consecuencia de nuevos participantes y jugadores establecidos más adecuados para competir en la era digital. Algunas corporaciones financieras verán el aumento de compañías de tecnología financiera desafiar su posición dominante y llevarse a millones de usuarios jóvenes que naturalmente van a preferir dar su dinero a entidades que se adapten mejor a su estilo de vida y valores, cuando ingresen a la fuerza laboral.
Los conglomerados de fabricación como Procter & Gamble, Monsanto, Nestlé, Halliburton y BP verán la necesidad de reinventarse, reducir su tamaño y adoptar prácticas más responsables con el medio ambiente y la sociedad para ganarse la confianza del público y evitar perder valor y ventajas competitivas debido a su fuerte imagen negativa actual (Alex et al. 2014).
Los conglomerados digitales mencionados en las secciones anteriores también sufrirán la saturación de sus posibilidades de expansión. En un mundo a punto de alcanzar la penetración total de Internet, con la mayoría de la población de altos ingresos ya atendida por los gigantes tecnológicos, será más difícil encontrar espacio para expansión horizontal.
Algunas de las empresas tecnológicas más sobrevaloradas de la actualidad tendrán que comenzar a mostrar un crecimiento de sus ganancias reales o serán parte de una nueva explosión de burbujas tecnológicas. Las empresas amenazadas por este riesgo son aquellas que han basado su crecimiento en el número de usuarios y la promesa de ingresos futuros, incluidos WeWork, Uber o Snapchat (Egan 2015).
Los gigantes tecnológicos Amazon, Apple, Google, Facebook y Microsoft continuarán creciendo pero a un ritmo más lento. Microsoft está en una mejor posición ya que su principal fuente de ingresos es el mercado corporativo, pero las empresas centradas en el consumidor se verán obligadas a introducir innovaciones significativas para evitar la saturación de sus mercados. También enfrentarán la posibilidad de ser destronados al criar compañías como Xiaomi Huawei y Nintendo, o ser golpeados entre ellos, reduciendo el grupo exclusivo de megacorporaciones tecnológicas.
2025-2030: la explosión de IA, IoT y VR
El continuo aumento de la potencia informática y la velocidad de conectividad, más la mejora de las tecnologías disruptivas de Inteligencia Artificial, Internet de las Cosas y Realidad Virtual crearán ecosistemas completamente nuevos para desarrollar productos y servicios de alta tecnología. Esta será una excelente noticia para las empresas que lancen las primeras aplicaciones masivas de esas tecnologías.
Un nuevo mercado de productos y servicios de consumo impulsados por tecnologías disruptivas será un nuevo campo de batalla donde los gigantes tecnológicos de hoy probablemente tendrán un lugar, pero las firmas dominantes incluirán compañías que ni siquiera existen hoy o que actualmente están desarrollando esas tecnologías silenciosamente.
La Inteligencia Artificial alcanzará un nivel de madurez que la hará mucho más útil para las aplicaciones de usuario final que lo que vemos actualmente. La inclusión de técnicas de Deep learning para el reconocimiento de voz, permitirá crear asistentes de voz perfeccionados como Google Assitant, que podrán comprender contexto complejo y entender el lenguaje de una forma que no es posible con la tecnología actual. Al mismo tiempo, la realidad virtual se llevará al a experiencia de la informática personal a través de dispositivos de realidad aumentada que integrarán datos contextuales a la vida cotidiana de los usuarios.
Estos desarrollos también cambiarán el lugar de trabajo, aumentando el espectro de tareas que ya no requerirán seres humanos, reduciendo la fuerza de trabajo manual y, por lo tanto, profundizando la brecha entre la creciente población altamente calificada y bien remunerada y la disminución de los trabajadores de mano de obra. En otras palabras, los próximos 10 años probablemente veremos una profundización de la brecha entre ricos y pobres, aunque el porcentaje de población que vive en la pobreza probablemente continuará disminuyendo.
A nivel ambiental, desafortunadamente, no estamos haciendo lo suficiente para reducir la velocidad del cambio climático, por lo que las catástrofes ambientales y los efectos adversos del calentamiento global serán más notorios, aumentando la conciencia mundial de la necesidad de soluciones urgentes y debilitando los argumentos de los negacionistas del cambio climático. En ese punto, muchos gobiernos intervendrán para imponer las medidas de eliminación de desechos y emisiones que la mayoría de las corporaciones no han adoptado, pero la presión pública hará que la mayoría de los grandes conglomerados tomen medidas definitivas, lo que llevará al primer año de contracción del cambio climático hacia el final de esta década.
2030 – 2035: El fin del paradigma de crecimiento ilimitado
Es posible que aún las medidas más estrictas para reducir los efectos del calentamiento global no vayan a ser suficientes. Así que pienso que no quedará otra alternativa que dejar de ignorar la principal causa del capitalismo codicioso y la depredación ambiental: la adicción al crecimiento. Esta consciencia obviamente no va a venir de Wall Street, porque los gobiernos capitalistas del mundo harán lo que sea necesario para mantener el statu quo, incluyendo el aumento vertiginoso de la deuda pública y como vimos en el episodio sobre el colapso de la economía, seguir imprimiendo billetes para sostener el crecimiento ilimitado de ganancias. La señal de despertar necesariamente vendrá de aquellos que sufren las consecuencias del capitalismo salvaje: la naturaleza y la sociedad.
Varios grandes conglomerados caerán cuando todas sus estratagemas para generar crecimiento artificial (a diferencia del crecimiento natural de las necesidades del mercado), ya no funcionen. Las clases bajas no podrán consumir a la velocidad que requieren las megacorporaciones para mantener su crecimiento y las clases más altas y más educadas tendrán una mayor conciencia ambiental y pragmática que cuestionará si de verdad es necesario mantener un consumo excesivo.
Esto irá acompañado de noticias cada vez más frecuentes sobre daños severos al ecosistema causados por todo tipo de desechos contaminantes. Auténticos continentes de basura plástica flotando en los océanos cercanos a las playas en todo el mundo, montañas de desechos electrónicos en países del tercer mundo y escasez de agua, petróleo, gas natural y algunos elementos necesarios para la fabricación de equipos electrónicos serán las noticias cada semana. (Ruz 2011).
Finalmente, la humanidad enfrentará una de sus pruebas más duras: a pesar del aumento de la esperanza de vida en todo el mundo, y las terapias avanzadas o la cura para la mayoría de las enfermedades prevalentes, una tasa insoportable de enfermedades mentales como la depresión, la ansiedad y el comportamiento suicida será la norma en países industrializados (Han et al. nd). El momento más próspero de la historia mostrará que el crecimiento económico y el avance tecnológico sin sostenibilidad no son sinónimo de bienestar.
Los gobiernos de todo el mundo continuarán legislando para proteger los recursos naturales y disminuir los comportamientos antiéticos y antiecológicos de las corporaciones y los ciudadanos, pero puede haber disturbios civiles en muchos países debido a la naturaleza y la extensión de la problemática en curso.
2035-2040: el comienzo de una economía sostenible
Toda la confusión precedente creará un panorama corporativo muy diferente al que conocemos hoy. Solo las empresas éticas y responsables social y ecológicamente llegarán a la nueva era de la industrialización sostenible. El desarrollo tecnológico se adaptará del desarrollo basado en recursos previamente intensivo a un paradigma sostenible de tecnología verde donde la innovación debe subordinarse al control de la huella ecológica que produce.
Jason Hickel, profesor de antropología en la London School of Economics, propone que el PIB es una medida irresponsable de desarrollo porque aumenta cuando se agotan los recursos naturales, cuando se diezman los bosques, cuando ocurren los desastres naturales o cuando aumentan las visitas al hospital. El PIB ignora los costos ambientales y sociales.
Propone una métrica más sensata llamada «Indicador de progreso genuino» – GPI. Consiste en el PIB restándole los resultados negativos del crecimiento. Un indicador que considera el costo de crecimiento que motive a las naciones a desarrollar leyes, regulaciones y políticas de crecimiento sostenible (Hickel 2017).
Una nueva economía basada en la sostenibilidad y no en el crecimiento será beneficiosa para todos los humanos en la Tierra, sino también para todas las empresas e industrias, porque eliminará la presión sobre los hombros de los directores ejecutivos de generar ingresos que crezcan ilimitadamente. De esta manera, sus esfuerzos se concentrarán en innovar, crear formas más eficientes para generar valor y generar ganancias sostenibles con la menor huella posible en el ecosistema (Prádanos 2015).
Esta visión puede sonar quijotesca para los capitalistas de hoy, pero la verdad es que ninguna compañía puede crecer indefinidamente (Fisher, Gaur y Kleinberger 2017). La mayoría de los países tienen ejemplos de empresas que han prosperado durante décadas generando bienestar para sus empleados y ganancias para sus accionistas, creciendo orgánicamente al ritmo de su expansión natural y valoradas con base en sus ganancias reales. Desafortunadamente, compañías como esta no pueden tener éxito cuando se enfrentan a una competencia que está dispuesta a hacer lo que sea para crecer más allá de su valor real y destruir a sus competidores.
El cuerpo de conocimiento de este camino alternativo ya existe y se llama Economía Ecológica. Lo mantiene la Sociedad Internacional de Economía Ecológica, una organización sin fines de lucro dedicada a avanzar en la comprensión de la relación entre los sistemas ecológicos, sociales y económicos para el bienestar de la naturaleza y las personas (ISEE 2017).
Es solo el comienzo, pero cuando la humanidad esté lista para salir de la economía capitalista depredadora que está destruyendo el planeta y la salud mental de la población, la economía ecológica, el crecimiento sostenible, la responsabilidad social corporativa, la inversión de impacto sostenible y el capitalismo ético no serán solo palabras de moda, sino fundamento de una sociedad más justa, igualitaria, sana y próspera. O es eso o nos autodestruimos como civilización.
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