Última actualización el 2020-10-21
Pasamos la noche en la cabecera del municipio porque se había hecho muy tarde y tanto mi hermana como yo nos encontrábamos muy debilitados físicamente. Así que Claudia, una de las ayudantes del taita, amablemente nos invitó a pasar la noche en su casa.
Al llegar allí, noté que aquella no era la vivienda de una familia convencional sino un lugar consagrado a la sanación con Yagé. Había colchones y colchonetas dispuestas en todas las habitaciones de la casa y se sentían el olor a incienso de copal, perfumes de la selva y aún del propio Yagé.
Conciliar el sueño después de una experiencia tan impresionante y difícil de dirigir, me resultó imposible. En mi mente había un torrente de recuerdos, emociones y preguntas que no lograba acomodar. Además de eso, casi todos los demás huéspedes de Claudia conversaban animadamente compartiendo sus experiencias, así que me dispuse a pasar la noche haciendo lo propio. Sin embargo, antes de buscar a mi grupo de yagenautas, hice un pequeño recorrido por la casa.
En la sala de estar, sobre una consola de madera había una fotografía
enmarcada que me llamó la atención poderosamente: En ella se veía a un alegre chamán de cabello largo y ondulado con los dos brazos en alto, sosteniendo una maraca grande en una mano y un bejuco, probablemente de ayahuasca en la otra. No llevaba camisa, pero sí unos cuantos collares amazónicos y lo que más sobresalía era su sonrisa, algo que no me parecía común para la solemnidad característica de los taitas.
Le pregunté a mi amigo Martín quien era el sonriente chamán y me respondió que se trataba de Omar Barreto, el dueño de la casa y mayor de la comunidad Madre Tierra que era el nombre original que tenía el grupo de yageseros y buscadores espirituales que tomaba remedio en la finca donde había estado ese día por primera vez. Omar era además hermano de Claudia, la amable ayudante del taita Fernando y para mi sorpresa, Martín también me contó que Omar había fallecido pocos meses antes.
Lamenté la triste noticia que Martin me acababa de dar porque sin ningún motivo aparente, se me había ocurrido por un breve instante que quizás Omar podría ser la persona que me ayudaría a resolver la cantidad de preguntas que tenía después de mi experiencia con el Yagé. Aquella foto proyectaba la imagen de un hombre amable y sabio, que seguramente habría sido un gran maestro de haber tenido la oportunidad de conocerlo.
Ese día no lo sabía aún, pero Omar -a pesar de no encontrarse ya entre los vivos- se convertiría más adelante en uno de los más importantes maestros en mi camino chamánico. Esa noche, sin embargo, había mucho que conversar con mis amigos y si era posible, tratar de descansar para emprender al otro día nuestro viaje de regreso a la ciudad.
Mi hermana Julia, Zoraya, Martín y yo regresamos a Bogotá y a diferencia del camino de ida, me encontré mucho más circunspecto y reflexivo. A mi mente llegaban en desorden fragmentos de visiones, mensajes, pensamientos y recuerdos que afloraron durante la toma de Yagé. Aún me parecía increíble todo lo que había vivido, especialmente los movimientos involuntarios, la sensación de tener dentro de mí espíritus que se peleaban por controlarme y luchaban para permanecer en mi interior y la cantidad de emociones y sensaciones que nunca había sentido.
Pero lo más inquietante era que yo me sentía totalmente distinto a la persona que era sólo un día antes. Veía de forma diferente todo a mi alrededor, tenía una inexplicable sensación de misticismo y trascendencia, como si a partir de la toma de Yagé hubiese despertado a una nueva realidad. Todo se veía igual, pero se sentía muy diferente.
Los días siguientes fueron un extraño regreso a la normalidad. Volví a mi trabajo en Telefónica y retomé mi rutina y relaciones habituales, pero sabía que ya nada volvería a ser igual. Mis prioridades ahora eran otras y entre ellas estaba en primer lugar comprender todo lo que había vivido en La Mesa y comprobar si todo aquello había sido real o producto de mi mente bajo los efectos de la ayahuasca.
El Legado de Omar
La única persona que conocía que podía aclararme lo que había visto y sentido durante mi viaje de Yagé era Mara, así que la visité apenas me pudo acomodar un espacio en su agenda. Esta vez fui solo y tal como la primera vez, conversar con Mara fue en si misma una terapia que me reafirmó en que había encontrado el camino que buscaba y que no descansaría hasta develar todos los misterios que había intuido durante mi viaje.
Le conté a Mara que había visto la foto de Omar en casa de Claudia y su rostro se iluminó con una expresión de amor y un dejo de tristeza. –“¡Ay conociste a mi Omitar!” me dijo con ternura y empezó a contarme sobre su amado maestro.
Omar Barreto nació en Cachipay, Cundinamarca a mediados de los años 60’s. Su madre había sido curandera y partera de la región y utilizaba sus conocimientos para ayudar a sus vecinos con males del cuerpo y del corazón. Desde allí Omar y su hermana Claudia tuvieron acceso al conocimiento de las plantas sagradas y desde muy temprana edad ambos conocieron el poder del Yagé en sus propias vidas.
Siendo apenas un muchacho, Omar empezó a ayudar a su madre con los pacientes que buscaban ayuda espiritual y sanación. Sabiendo que ese era su camino, Omar estudió medicina natural y acupuntura, tratando de complementar sus conocimientos con otros saberes que le permitieran ayudar a tantas personas como fuera posible. Su carisma y liderazgo naturales le posicionaron como líder de su comunidad e interlocutor con otros sabedores que fueron llegando a su camino.
Viajó a la Sierra Nevada de Santa Marta y con ellos aprendió los misterios del poporo, el uso ceremonial y curativo de la hoja de coca y se hizo conocedor de la tradición oral y las enseñanzas de los Mamos, o ancianos guardianes del conocimiento ancestral del pueblo Arhuaco. Luego de unos años de trasegar en esta escuela, comprendió que su formación debía continuar en el otro Templo de la sabiduría iniciática de Colombia: La selva amazónica.
Fue así como el joven Omar, decidió radicarse por un tiempo en el departamento del Putumayo. En la selva, primero como ayudante y luego como discípulo de un taita sabedor de nombre Juvenal, aprendió los secretos de la preparación ritual de la Ayahuasca, los cuidados de los participantes en las ceremonias y muchos otros secretos de magia y chamanismo. Omar se hizo Taita entonces y comenzó su labor como sanador y guía. Fue entonces que regresó a La Mesa para aplicar todo el bagaje de conocimientos que traía de la Sierra y la Selva para el despertar de la humanidad[1].
La historia de Mara
Mara también me compartió un poco de su historia personal, sobre la cual yo tenía mucha curiosidad. Cómo es que una actriz que había conocido la fama y el dinero, había llegado a trabajar para ayudar a las personas de una forma tan comprometida.
Mara nació en el Líbano, una pequeña población del departamento colombiano del Tolima, también en los tumultuosos años 60. Provenía de una familia de buena posición social en su región, pero ella siempre supo que su destino estaba en las artes escénicas y que para lograr su objetivo, tenía que alejarse de los cánones sociales de la época y aventurarse allende la provincia.
Su padre que era oficial de la Policía Nacional se había interesado por el conocimiento ancestral y habiendo sido asignado a un cargo de mando en los territorios del sur de Colombia, tuvo la oportunidad de conocer el Yagé y aprender sus secretos con las comunidades indígenas de la selva. En más de una ocasión, Mara acompaño a su padre en sus correrías por la selva y a su lado conoció también la medicina de la Ayahuasca siendo apenas una niña.
De su padre, quien lamentablemente falleció por complicaciones de salud durante su adolescencia, es probable que Mara haya aprendido, además de el uso del Yagé, la disciplina, puntualidad y mística que los buenos agentes de la ley practican, pero además el servicio por los demás. Aún faltarían muchos años y experiencias transformadoras para que Mara encontrara su destino en el servicio por la humanidad.
Catástrofe
La primera de esas experiencias sucedió poco después de terminar sus estudios secundarios cuando su familia se mudó a la ahora tristemente célebre población de Armero, en el departamento del Tolima. Estando allí, Mara sintió que si no tomaba su propio camino, no lograría su sueño de convertirse en actriz de teatro. Desafortunadamente, esta era una idea que sus padres no consentían, ya que a principios de los años 80, la actuación aún se veía como un oficio indigno, más adecuado para bohemios y sibaritas que para una dama de la sociedad.
Ante la presión familiar, Mara accedió a iniciar una carrera en Hotelería y Turismo, que ella pensaba que eventualmente podría acercarla al mundo de los reflectores mientras les daba gusto a sus padres y podía procurarse sus propios medios de subsistencia. Empezó sus estudios con la disciplina que siempre la ha caracterizado y rápidamente se convirtió en una de las estudiantes más sobresalientes de su clase. Esto le abrió las puertas a una oportunidad que muy pocos alcanzaban en tan poco tiempo: Realizar prácticas empresariales en un conocido hotel de la paradisiaca isla de San Andrés en el caribe colombiano.
Sin dudarlo, Mara empacó sus maletas y se dispuso a la aventura en uno de los sitios turísticos más atractivos del país. San Andrés era todo lo que ella podía desear como primer punto de partida de una carrera que ella sabía que la llevaría al medio en el que brillaban algunas de sus ídolos de juventud: las más admiradas actrices de la época, de quienes era sabido que habían iniciado su carrera en el mundo del teatro.
Corría el año de 1985 y Mara seguía al pie de la letra su plan de vida, destacándose en su trabajo, ahorrando la mayor parte del dinero que ganaba y haciendo sus primeros contactos dentro del mundo del espectáculo. De pronto, el 13 de noviembre de ese año, su vida cambió para siempre: esa noche, después de 69 años de inactividad, el volcán Nevado del Ruiz, ubicado a unos 50 Km de Armero entró en actividad, lanzando toneladas de flujo piroclástico que derritieron en minutos los enormes glaciares de la cumbre del nevado.
Una mezcla de mala fortuna, corrupción política y falta de alertas tempranas hicieron que nadie anunciara la tragedia que se aproximaba: lahares, o flujos de lava y escombros descendían por la colina a 60 kilómetros por hora con dirección hacia Armero e invadiendo los cauces de los seis ríos que nacían en el volcán. Muchos de los habitantes del pueblo dormían, otros departían en los cafés y cantinas del pueblo cuando un fuerte temblor sacudió la tierra y pocos minutos después, las calles se empezaron a llenar con el caudal crecido de los ríos más cercanos.
Algunas personas alcanzaron a huir hacia los puntos más altos de la zona, pero cuando se pensaba que lo peor había pasado, los inclementes lahares irrumpieron sobre la población y en unos cuantos minutos, quedó totalmente sepultado bajo la pesada mezcla de lava, barro y cenizas.
Mas de 23,000 de los 29,000 habitantes de Armero quedaron sepultados en vida y sin la menor esperanza de un rápido rescate, convirtiendo en camposanto lo que alguna vez fue un pujante pueblo de agricultores y comerciantes. De forma milagrosa se salvaron la mamá y el hermano menor de Mara, quienes no se encontraban en la cabecera municipal. Desafortunadamente, las dos hermanas mayores de Mara no corrieron con la misma suerte y fallecieron en aquella fatídica noche de noviembre.
La noticia no pudo ser más devastadora para la joven Mara, quien no dudó en dar por terminada su aventura en la isla y regresar al Tolima a apoyar a su madre y su hermano en la recuperación de semejante tragedia.
Un nuevo comienzo
El infortunio dotó a Mara de una nueva cualidad que sería instrumental en su vida: el coraje y la decisión para sobreponerse a las dificultades y hacerse cargo de la situación cuando los demás no tenían la fuerza para hacerlo. Se convirtió en la cabeza de su familia y como tal, tomó la decisión de trasladarse a la gran ciudad, para dejar atrás la tragedia, comenzar de nuevo y concentrarse en cumplir su gran sueño y poder de ese modo proveer para sí misma y para los suyos.
Mara llegó a Bogotá como tantos jóvenes escapando de la tragedia de Armero, pero también de la falta de oportunidades en las provincias de Colombia. Tuvo que emplearse en diferentes oficios que le permitieran sostenerse mientras adelantaba sus estudios de teatro, arte que aprendió durante cuatro años en la academia de Rubén di Pietro.
El Teatro era todo lo que Mara había soñado y aún más. Había encontrado un vehículo para expresar su torrente de talento histriónico y había comprobado que estar sobre las tablas era el lugar donde se sentía libre y empoderada. Sin embargo, después de siete años de entrega total al arte, Mara tuvo que reconocer que el teatro no le daría la seguridad económica que necesitaba.
Abriendo las puertas del abismo
Fue esto último lo que la impulsó, a pesar de no haber estado nunca entre sus planes, a hacer un casting para un papel secundario en una telenovela llamada Puerto Amor. Malcom Aponte, el director del seriado reconoció inmediatamente el talento de Mara y le otorgó el papel, que inicialmente iba a durar solamente tres episodios pero que debido a la sobresaliente interpretación de Mara se convirtió en un personaje de mucha más importancia en la trama.
Puerto Amor fue justamente la telenovela en la que yo recordaba haber visto a Mara cuando tenía unos 11 o 12 años de edad y me debatía entre el miedo de ir a mi colegio y la emoción de asistir a la infancia misionera los domingos. Bueno, evidentemente también usaba mi tiempo libre para seguir las telenovelas de moda.
Su ingreso a la televisión le dio a Mara la estabilidad económica que buscaba además de fama y una activa vida social. Ser reconocida en las calles, amada u odiada por los personajes que representaba se convirtió en parte de su vida, pero la fama a ella la tenía sin cuidado. El dinero que ganaba no solamente le permitió mejorar su nivel de vida y ayudar a su familia en el Líbano, sino que le sirvió como herramienta para iniciar lo que sería una de sus formas de ayudar al mundo: alimentar y adoptar animales de la calle. Una labor que desde entonces Mara realiza con inagotable entrega.
Colombia durante los años noventa, tal como lo reseñé anteriormente, fue la década del apogeo del dinero y la violencia de las drogas. El mundo del espectáculo en esos años era un crisol que además de arte y fama, comprendía egos prominentes, sexo libertino, consumo de alcohol y drogas, prostitución y en algunos casos, magia negra.
Para una joven alegre, bella y de mente abierta, un entorno así necesariamente se convertiría en una prueba difícil de superar. En múltiples conversaciones que hemos tenido, Mara reconoce haberse permitido probar muchas de las diversiones azarosas que la vida le ofreció durante aquellos años. Conoció muchas facetas de la oscuridad que ha terminado con la vida de tantos artistas talentosos no solo en Colombia sino en cualquier país de occidente.
Los animalitos, como Mara los llama cariñosamente, su Madre y su espiritualidad basada en el yagé, impidieron que se perdiera en las entrañas de ese monstruo maldito que es la mezcla de ego, poder, dinero y desenfreno. Allí vio enfermar, enloquecer y morir a varios de sus amigos e ídolos de profesión. Con cada papel que Mara representaba, exploraba una faceta nueva de la mente humana, las relaciones y la oscuridad.
El amor vino y se fue varias veces ya que dentro del Universo de Mara, sin importar lo dispuesta que ella estuviera a acercarse a esa oscuridad y probar algunas de sus mieles, hay cosas que no son negociables. Mara soltó la cadena que la ataba a aquellos que se negaban a abrir sus ojos y alejarse de las llamas de la perdición, o de quienes querían poseerla y negarle la libertad de servir a la Naturaleza, o la “Madre” como Mara se refiere a ella.
Otra prueba de fuego
Todos estos acercamientos con la oscuridad, el desapego y la muerte la fueron preparando, sin darse cuenta, para una misión más importante que tenía que cumplir. Dicen los taitas que para convertirse en chamán, hay que ser capaz de mirar a la muerte a los ojos, tomarla de la mano y viajar a su lado. Dicen que la mujer de sabiduría debe conocer los escondrijos de la oscuridad para poder rescatar de ellos a tantas almas perdidas que no encuentran su camino.
Dicen que el árbol sólo puede crecer alto y alcanzar el cielo, si sus raíces llegan profundo y alcanzan el centro mismo de la Tierra. Mara estaba cerca de su iniciación, pero aún faltaba una prueba más, el guardián del umbral la esperaba con su espada terrible: Acercándose a sus 40 años, Mara recibió la amarga noticia de que en su útero alojaba un tumor maligno.
Por supuesto hubo lágrimas y mucho dolor, pero no sufrimiento. Mara sabía que se avecinaba otra batalla más como las tantas que había tenido que librar durante su vida. Iba a dar la batalla, pero no pensaba permitir que le extrajeran su matriz y la sometieran a una tortuosa quimioterapia sin pelear primero en el terreno que ella conocía y que sabía que tendría que enfrentar de una u otra manera.
Mara había sido testigo directo de innumerables sanaciones aparentemente milagrosas con el yagé, pero su “tomadero” de confianza se encontraba en el Putumayo y sus obligaciones actorales no le permitirían ausentarse por el tiempo que sabía requeriría su sanación. Fue así que un amigo cercano le hizo saber que había un taita con muy buena reputación que hace poco había llegado de la selva y estaba dando yagé en una finca del municipio de La Mesa. Su nombre: Omar Barreto.
El matrimonio perfecto
Mara se presentó ante Omar en su finca de La Mesa y con sólo mirarlo a los ojos notó en él la sabiduría y mística de un verdadero hombre de conocimiento. Firme creyente de las “diosidencias”, Mara confió en que aquel hombre le mostraría el camino que para su sanación había dispuesto la Divina Madre.
Omar también reconoció a Mara, pero no solamente como una mujer de conocimiento sino como mucho más: una guerrera muy antigua al lado de la cual, él mismo había batallado desde hace cientos de años. No se lo dijo en ese momento, pero sabía que a través suyo no solamente recibiría la medicina que buscaba sino la preparación que le hacia falta para asumir su lugar en el cosmos.
“Mara, usted tiene que tomar harto yagé porque eso es mucho lo que hay que sacar” le dijo con el tono de cariño y autoridad que lo caracterizaba, mientras Mara de rodillas y con la frente en el piso pedía perdón por sus faltas, por su orgullo y su debilidad.
Omar no era simplemente un chamán yagesero, su formación en la ancestralidad, el esoterismo, la cábala y otros misterios, le habían enseñado la importancia de formar una grey, un grupo de estudio para trabajar en la vida cotidiana, las lecciones y pruebas que el yagé entregaba en ceremonia. Mara sería mucho más que una nueva discípula, Omar veía en ella a una sacerdotisa.
La amistad entre Mara y Omar floreció rápidamente, Mara admiraba la bondad, conocimiento y amor por el servicio de Omar y Omar admiraba la entrega, disciplina y mística que Mara demostraba en cada prueba y cada lección que él le entregaba. Fueron muchas las totumadas de yagé que Mara ingirió, muchos momentos de oscuridad que tuvo que atravesar y muchas batallas que dio al lado de su nuevo maestro.
Al cabo de un tiempo, en medio de uno de esas agónicas viajes de yagé, algo inusual sucedió: En medio de la oscuridad y la desesperación de una lucha contra sus demonios más feroces, todo se llenó de luz. El silencio apagó los ruidos que provenían de su alrededor y Mara vio la presencia de la Divina Madre misma. Allí estaba sobre ella en su refulgente forma de luz y calor maternal, el arquetipo mismo de todo lo que es femenino, el espíritu de la Gea, el misterio de la virgen se acercó a su rostro y le dijo: “Hoy te has ganado tu sanación. No hay mancha en tu vientre. Pero no hay sino dos caminos para ti: el servicio por la humanidad o la oscuridad que ya conoces”.
Mara no necesitaba confirmar lo que su corazón había escuchado, pero aún así, los médicos que seguían su caso le ordenaron que se realizara las pruebas de sangre y rayos X de rutina para verificar el avance del cáncer. Cuál sería la sorpresa de los médicos, más no de Mara, cuando los resultados de dichos exámenes mostraron un cuerpo sano y sin rastros de enfermedad.
El tumor ya no estaba, pero en cierto modo, tampoco estaba ya la mujer que lo llevaba en su vientre. Para esa mujer “Mara” era un solo un seudónimo ya que había sido bautizada con otro nombre, que por lealtad con ella, no revelaré en este escrito. La mujer sana que revelaban los exámenes era otra, quizás un avatar del que la Divina Madre había tomado posesión. Una chamana que a partir de ese día dedicaría su vida a rescatar tantas almas como fuera posible de las garras del alcohol, las drogas, la lujuria, la locura y otros demonios que asedian nuestro mundo.
Los animales abusados y abandonados seguirían siendo siempre una prioridad para Mara y fuente de fuerza y amor en los que Mara se recarga después de entregarlo todo por la sanación de quienes hemos tocado su puerta con el alma hecha añicos.
Mara y Omar caminaron juntos los siguientes años y ella se convirtió en parte de su círculo íntimo. En ese círculo realizaban ceremonias especiales de yagé para maestros, con apenas un puñado de personas. Omar guiaba a sus discípulos en viajes astrales que realizaban a templos de la logia blanca en todo el mundo. Viajaban al más allá y regresaban recibiendo mensajes para su grupo y para la humanidad.
Estos mensajes serían una parte fundamental del servicio de Omar, quien creó un grupo de estudio para principiantes y aspirantes al conocimiento sagrado. Se reunían en un salón del occidente de Bogotá y conversaban largamente sobre la sabiduría del Ser, los poderes de la mente, el Infinito, las leyes del cosmos, el poder de la balanza, el trabajo de la voluntad, entre otros temas.
A este segundo círculo llegaron a pertenecer mis amigos Zoraya y Martín además de actrices y actores que Mara llevaba luego de que hubieran despertado del sueño mortal gracias al poder del yagé. Entre los miembros más asiduos del grupo de estudio de Omar se encontraba una de las actrices principales del elenco de la telenovela más famosa de Colombia: Betty la Fea.
La relación con Omar, habiendo sido siempre estrictamente de enseñanza y amistad, llegó a superar en amor, intensidad, profundidad y apoyo mutuo a cualquier forma de relación que Mara hubiera conocido. Omar era su maestro, amigo y compañero de batalla. Ella rescataba almas perdidas, principalmente del mundo del espectáculo, aunque con cada vez más frecuencia de fuera también, y Omar les entregaba medicina, acompañamiento y enseñanza.
Mara aprendió de su maestro que cada vez que alguien la buscaba para encontrar ayuda espiritual, era una responsabilidad que el Cosmos le entregaba y que por lo tanto, ella tenía que estar con ellos, apoyarlos, cuidarlos y si era necesario, limpiarlos y contenerlos. Por la finca de La Mesa pasaron actrices, actores, modelos, presentadores, directores de cine entre otros. No exagero si digo que casi todos los personajes de la farándula colombiana que hablan públicamente sobre espiritualidad y medicina ancestral, fueron llevados a ello por Mara.
Omar a su vez, continuaba expandiendo los mensajes que recibía de la Divina Madre a través de sus charlas y conferencias. Eventualmente, gracias a sus crecientes contactos en la farándula, llegaría a tener frecuentes apariciones en la pantalla chica e incluso un programa radial permanente en la emisora Todelar, a través de los cuales invitaba al despertar de la consciencia y la sanación del alma a través de la ayahuasca.
Demasiadas despedidas
Esta fue la labranza de Omar y Mara, en cuyos surcos brotaron las semillas espirituales de los maestros que los precedieron y que florecieron en la vida de quienes tuvimos la suerte de encontrar a los maestros del yagé. Uno a uno, esos seres que en el pasado estuvieron a punto de arruinar su vida con las tentaciones del mundo, empezaron a formar bellas familias. Algunos exdrogadictos, exprostitutas y exabusadores, se convirtieron en empresarios, funcionarios públicos, felices amas de casa. Luego vinieron los niños, los hijos del yagé, nietos espirituales de Mara y Omar, nacidos de familias conscientes y amorosas.
Por supuesto, no todas las batallas se ganan y así hubo casos perdidos, dolorosas reincidencias y tempranas despedidas, como no puede ser de otra manera en los caminos de barro y flores de la vida. Algunos de esos casos llevaron a Mara a plantearse si valía la pena seguir luchando por una humanidad que parece dar un paso hacia adelante y dos pasos hacia atrás. Muchos de quienes se sentaron en aquel círculo íntimo y aún más de los que frecuentaban el grupo de estudio se marcharon sin mediar palabra, o con una lánguida despedida.
Sin embargo, la despedida que más hondo caló en el corazón de Mara, fue la de su amigo y maestro. Omar murió hacia finales de 2008, un poco menos de un año antes de que yo conociera a Mara. La inesperada e intempestiva partida del Maestro, a causa de un extraño tumor cerebral dejó a todos sus amigos y discípulos sumidos en la tristeza y el desconcierto. El mismo se había encargado de prepararlos a todos para su ausencia, repitiendo constantemente que él no era importante, que era un mensajero. Que cada uno tenía que encontrar el poder en el Infinito que reside en su interior y que tenemos que actuar y movernos porque la muerte nos acecha en todo momento.
Si Omar aún hubiese estado en este plano cuando conocí a Mara, con seguridad me habría convertido en uno de sus discípulos. Mi búsqueda, sin embargo, había comenzado allí, en casa de Omar, cuando vi su fotografía y sentí que él podría ser el maestro que buscaba. Quería comprobar si toda esa magia y misterio que había vivido eran reales o sólo un engaño de mi mente. Qué mejor señal entonces, que recibir muchas de las respuestas que buscaba de los labios y el corazón de alguien que ya no se encontraba entre los vivos.
Enseñanzas desde el más allá
Recibí de manos de Mara un iPod repleto de música esotérica y chamánica, pero con un tesoro aún más valioso: Entre los miles de archivos de audio, había 13 archivos MP3 con la grabación de conferencias completas de las que Omar realizaba con su grupo de estudio. Perdí la cuenta de las veces que repetí esos audios en los siguientes años, pero cada vez que lo escuchaba, encontraba una respuesta más, una clave, una sugerencia de hacia dónde continuar.
Años más tarde, en el otoño de 2014 mientras me encontraba en Chicago, EE.UU., recibí un correo electrónico de un amigo y ayudante de Omar Barreto. Se presentó como la “mano derecha” del maestro y me contó que había dado con las conferencias de Omar en una página web que yo había publicado años atrás. Además, me dijo lo siguiente:
“Yo fui el primero que gravo (sic) las charlas de Omar y no es lo único que tengo de él, me dejo muchísimos libros en pdf, con los que él se apoyó para adquirir el conocimiento y guiar su saber, investigaciones, música, en fin, me dejo todo para que yo me pudiera defender y así ayudar a la gente interesada en la ciencia del espíritu.”
Este mensaje me dejó de una sola pieza porque justamente había vuelto a escuchar las conferencias de Omar durante ese viaje y pensé que ya todo lo que decía en ellas lo sabia casi de memoria, que tal vez ya no tenía sentido repetirlas más.
Intercambié con el misterioso personaje algunos correos en los que le conté de mi y el me compartió algunos de los libros que mencionaba y además me entregó 17 conferencias adicionales a las que yo tenía en mi poder. Así, de la nada, Omar me había buscado nuevamente para entregarme más herramientas valiosas para mi camino.
He de decir en retrospectiva que no todo lo que encontré en esos libros o audios lo considero acertado o relevante para mi vida en estos momentos. Pero lo que también tengo que reconocer, es que las palabras de Omar saciaron mi curiosidad por el esoterismo, la metafísica y el trabajo con el yagé. Sus humildes consejos y el enfoque en la disciplina, la voluntad, el carácter, la paciencia y otras virtudes son parte fundamental de mi camino y hoy honro su legado con mi vida y mi trabajo.
Mara también ha honrado su palabra y las enseñanzas de su maestro, dedicando su vida a la salvación de todos los seres vivos, plantas animales y humanos que llegan a su camino buscando un poco de aire para respirar, un punto de apoyo para levantarse, una razón para creer en la vida.
He visto a Mara, con mis propios ojos, limpiar de vómitos y heces a las personas que por los efectos del yagé no logran controlar sus movimientos o sus esfínteres. Ha abierto su casa a decenas de perros y gatos sin hogar, maltratados o abandonados que buscan un poco de respeto y afecto. La he visto entregar dinero sin esperar nada a cambio para ayudar a un amigo en un momento de necesidad.
También la he visto llorar, maldecir y regañar, pero lo que me hace considerar a Mara mi maestra y madre espiritual es que después de 12 años de tener la fortuna de caminar a su lado, nunca he visto en ella un ápice de incoherencia. Nunca la he visto negar su ayuda ante alguien que lo necesita, cerrarle la puerta a un animal sin hogar, negar su tiempo a alguien que no tiene dinero como retribuir su trabajo. Si tengo que definir a Mara en una sola palabra, ésta sería COHERENCIA.
Este capítulo es un homenaje a una vida de sacrificios y trabajo duro, de amor y mística entrega por la vida. Escribo estas líneas para asegurar que el legado de Omar y Mara siga dando frutos en muchas generaciones por venir.
Pedimos:
Y que todos los seres sean felices,
Que todos los seres sean dichosos,
Que todos los seres tengan amor,
Que todos los seres tengan paz,
Que a nadie le falte comida, abrigo ni refugio.
Señor Manuel mucho gusto soy Claudia hermana de Omar , Quiero aclarar que la madre de Omar que es mi misma madre esta con vida y goza de muy buena salud .
Hola Claudia!
Me alegra mucho saludarte y más aún saber que tu señora madre se encuentre viva y con buena salud. Por favor me excusas con ella por el impasse, que voy a corregir ya mismo. Igualmente por favor le envias a tu madre una sincera felicitación y agradecimiento de corazón por traer a este mundo seres tan maravillosos como ustedes. Un abrazo!!!