Última actualización el 2020-12-20
Una cosa que mi mamá siempre ha dicho es que tener cosas dañadas en la casa trae ruina. El ejemplo más común era el de un reloj defectuoso o sin batería, mi mamá decía que era de mala suerte, así que yo heredé el hábito de apresurarme a cambiar las baterías cada vez que los relojes se detienen e incluso de reprogramar la hora cada vez que, por un corte de energía, los relojes de los electrodomésticos aparecen titilando en la mañana.
Esta es una de las tantas creencias que durante mucho tiempo entendí como superstición o una excusa que encontramos en la cultura capitalista para estrenar aparatos o muebles cuando éstos empiezan a fallar o ya no nos agradan demasiado. En cualquier caso, siempre me pareció que acumular objetos que no funcionan es algo negativo, una señal de abandono o dejadez y toda mi vida he procurado salir de las cosas que no sirven y que mi casa sea un lugar agradable y funcional.
Pero hoy quiero compartir con ustedes una perspectiva interesante con respecto a este tema: Resulta que arreglar la casa no es una superstición ni solamente un hábito provechoso sino un camino espiritual, o por lo menos una parte del camino espiritual.
En los últimos meses he estado escuchando las conferencias de Jordan Peterson, un psicólogo y filósofo canadiense que ha estado de moda en los círculos académicos y también en los medios desde 2017 por un video que se volvió viral en el que Peterson enfrentaba a un grupo de activistas de la comunidad LGTBI por oponerse a un proyecto de ley de la provincia de Ontario que obligaría a los miembros de la comunidad educativa a utilizar los pronombres de preferencia de las personas de género diverso.
Ese es un tema complicado y no es el objetivo de este episodio así que por el momento no ahondaré en él. El asunto es que por recomendación de una amiga empecé a escuchar las conferencias de Peterson y aunque es evidente que tiene una marcada influencia religiosa y algunas de sus posiciones políticas son controversiales, me llamó mucho la atención el enfoque pragmático de sus valores y convicciones morales. De hecho, una de las primeras conferencias que escuché de Peterson fue aquella en la que encontré por fin una respuesta convincente para las oscuras visiones que el yagé me entregó en algunas de mis experiencias con la planta.
Con lo cual, seguí escuchando al profesor Jordan y he encontrado muchas cosas interesantes pero la que viene al caso el día de hoy es el consejo que él dice darle a muchas de las personas que acuden a su consultorio, particularmente hombres jóvenes, con depresión, ansiedad o conflictos internos: “Arregla tu cuarto”.
Suena exactamente como el consejo, o más bien la orden que muchos escuchamos durante nuestra juventud por parte de nuestros padres: “Arregle ese cuarto”, “Levante ese reguero”, “Póngale orden a esa vaina”, etc. Y claro, la reacción instintiva de muchos niños y jóvenes es empujar el desorden debajo de la cama, embutir la ropa y los zapatos en el armario, estirar la colcha encima de las sábanas a medio estirar y soplar el polvo de las superficies para que no se vea. Algo así…
No en vano, uno de los remoquetes que se ha ganado Jordan Peterson es el de “figura paterna de la generación millenial”. Claro, cuando son nuestros padres los que nos imponen el sentido de orden y limpieza, entendemos que, siendo la casa de ellos, lo que nos piden es que les arreglemos su propiedad, que quitemos nuestro desorden de su vida.
Ese es en muchos casos uno de los conflictos entre padres e hijos durante la adolescencia, cuando los padres ya han alcanzado la comprensión de la importancia de mantener el orden dentro de su casa y quieren imponerlo por la fuerza a unos hijos a quienes no se les cultivó el hábito desde pequeños ni se les enseño el sentido de esa tarea.
Pero entonces llega Peterson que tiene la elocuencia y la autoridad moral ante una población que tiene hambre y sed de escapar del desorden en que se ha convertido sus vidas, y convierten al famoso psicólogo en una super estrella, un gurú tan admirado como Osho o Sadghuru.
El éxito de Jordan Peterson es que le da forma de doctrina espiritual a un conocimiento que de hecho está grabado en nuestras venas y que es parte de la psicología humana probablemente desde que los seres humanos vivían en las cavernas.
Esta doctrina se basa en algunos conceptos filosóficos como la inevitabilidad del sufrimiento y la tendencia natural del Universo hacia el caos. Este último postulado, sí comprobado ya científicamente, pero el primero algo más subjetivo y personalmente discutible. En cualquier caso, lo que dice Peterson es que la tendencia natural de las cosas es deteriorarse, corromperse con el tiempo. Lo único que evita ese deterioro y que de hecho contribuye para que haya una mejoría es que seres conscientes intervengan y arreglen lo que se va deteriorando, reemplacen lo que no sirva.
Esto no corresponde con la realidad en la naturaleza donde todo se renueva a través de procesos cíclicos autosostenibles, pero sí en la realidad artificial que hemos creado los humanos donde si los seres humanos no intervenimos constantemente, las cosas se echan a perder y terminan por derrumbarse, ser tragadas por la naturaleza. Esto tal vez lo hayas visto gráficamente en el documental “La tierra sin humanos” por allá en 2008. Allí mostraban qué pasaría si los seres humanos de repente desapareciéramos de la faz de la Tierra: En cuestión de meses habría maleza creciendo entre las placas de los andenes y calles, los animales salvajes invadirían las ciudades y en sólo 20 años la jungla cubriría la mayor parte de los objetos creados por los humanos.
Desde ese punto de vista, la naturaleza está en contra de nuestra civilización y ya quedó claro que nuestra civilización en gran medida está en contra de la naturaleza. Queramos o no, cada uno de nosotros hacemos parte de este pulso entre nuestra civilización y la naturaleza así que la humanidad tiene que estar constantemente renovando sus creaciones para que la naturaleza no las destruya. Ese es el pulso que cada uno de nosotros vive en su propia casa: el polvo penetra constantemente por las ventanas y se acumula en todas las superficies, los objetos metálicos se oxidan, la madera se resquebraja e incluso el cemento y el ladrillo terminan por corroerse.
Si no intervenimos, el hongo se reproduce en las paredes, los ácaros se apoderan de los muebles y las arañas conquistan los cielorrasos y las rendijas. Yo sé que todo esto suena evidente, y es claro que tarde o temprano tenemos que hacer algo para evitar que la casa se nos caiga encima, pero ¿esto qué tiene que ver con el camino espiritual?
Pues que, así como la naturaleza se opone al desarrollo de la civilización y al aseo de la casa, la naturaleza también se opone al desarrollo del Ser. Esto puede ser chocante para quienes veneran a la naturaleza como una madre bondadosa y compasiva. Pues nada de eso, mi maestra Mara dice “La naturaleza no tiene moral”, así como es belleza, armonía y vida, también es caos, destrucción y muerte. Así como a la naturaleza no le importan nuestras ciudades, represas y monumentos, tampoco se interesa en lo más mínimo por nuestra estabilidad emocional, paz interior o felicidad.
La naturaleza nos otorgó consciencia de nosotros mismos y consciencia de nuestra muerte. Como resultado, vivimos en la angustia de nuestra propia extinción, tratando de encontrar propósito y sentido en una vida que sabemos que la naturaleza misma nos va a pedir de vuelta al final del camino. Lo que a la naturaleza le interesa de nuestra mente es nuestra capacidad de sobrevivir y propagar la vida. Ser felices y trascender es algo que tenemos que lograr a pesar de la madre naturaleza.
Esto es una reflexión un poco sombría, aunque realista; pero el punto al que quiero llegar es que, así como tenemos que estar constantemente limpiando nuestra casa, reparando lo que se daña, detectando fugas y remodelando, también tenemos que estar todo el tiempo limpiando nuestra mente, sanando las heridas, detectando sufrimientos y reinventándonos.
Como es afuera es adentro
Como si fuera poco, toda la naturaleza y el resto de los sistemas complejos del Cosmos también tienen en contra la segunda ley de la termodinámica, que dice que todas las partículas tienden a dispersarse equitativamente hacia estados mas uniformes. Esto es lo que científicamente se conoce como la entropía, o la tendencia de la materia hacia el caos, aunque caos se malinterpreta como “desorden” cuando en realidad lo que significa es todo lo contrario: una dispersión uniforme de la energía.
La vida es un trabajo constante, un esfuerzo permanente por crear complejidad en un universo que tiende a la entropía y la consciencia es un trabajo constante, un esfuerzo permanente por crear significado y propósito en una naturaleza que tiende a la muerte y la selección natural.
En una realidad que está en constante movimiento, quedarse quieto es equivalente a retroceder. Esto es evidente en el plano físico porque sabemos que, si no limpiamos, reparamos y renovamos, nuestra casa se nos cae encima. Pero no es tan evidente en el plano espiritual donde a veces creemos que basta con no estar mal, vivir por inercia sin preocuparnos por limpiarnos, repararnos y renovarnos por dentro.
Eso lo entendí yo después de muchas tomas de yagé: Al principio uno entiende que la vomitada sea fuerte y que tenga uno que revolcarse un buen rato porque a muchos nos pasa que solo hasta que uno toma yagé es que empieza a mirarse por dentro y reconocer toda la basura que lleva en el alma, todas las cargas que lleva uno sobre los hombros.
Pero entonces pasa el tiempo, pasan las tomas y después de un año o más yendo a tomar yagé con frecuencia, me pasó que a veces tenía esas limpias tan duras donde vomitaba dolores, tristezas, rabias, angustias y yo me preguntaba “¿pero de dónde sale todo esto?”. Entonces el yagé me mostraba todas las cosas del día a día que me estaban causando dolor sin darme cuenta: Palabras hirientes de personas que quiero, situaciones en las que actué con egoísmo, discusiones pasivo-agresivas con alguien de mi familia, frustración por el trabajo, las veces que critiqué cruelmente a alguien, mentiras de todos los calibres e incluso las cosas que veía en televisión.
Esto último me impactó porque en estados de consciencia alterada con el yagé, muchas veces me sucedió que venían a mí imágenes de películas y series, generalmente llenas de violencia o las cosas que había visto en los noticieros, y empezaba a vomitar y vomitar. Como que algo por dentro me decía “Toda esta es la basura que le metes a tu mente.” Luego de eso lo que sí hice fue dejar de ver noticieros y en cuanto a las películas y series, como soy fanático de la acción, decidí que igual seguiría viendo series y películas de ese género, pero limitándome a producciones que tengan tan buena calidad y rating que valga la pena la vomitada después.
Pero con la otra contaminación, la de las pequeñas cosas del día a día, la cosa es más difícil, porque la vida diaria distrae mucho y es muy difícil evitar todas las cosas que nos hacen daño sin darnos cuenta. Algunas provienen de afuera, pero muchas provienen de adentro de nosotros mismos, por nuestra falta de auto observación y atención presente de instante en instante.
Al final del día, bien sea por voluntad propia como en mi caso con las películas violentas o por inconsciencia como todo lo demás, lo cierto es que todo el tiempo estamos recogiendo mugre, deteriorando alguna parte de nuestra vida y acumulando basura y tal cual como nuestra casa, necesitamos limpiarnos por dentro, asegurarnos que cada día nuestro templo del alma sea más armonioso y un lugar más agradable para habitar.
Porque eso es lo que sucede con las casas y los cuerpos, que cuando no se les presta atención, se estropean y se vuelven lugares desagradables para habitar, sitios donde sus ocupantes, ya sea el huésped de una casa o el alma de un cuerpo, se vuelven amargados y nadie los quiere ir a visitar.
Un templo para el Espíritu
Esta relación entre la limpieza que hacemos todos los días en nuestra casa y la limpieza que no hacemos pero que deberíamos hacer constantemente en la casa de nuestra alma, es decir nuestro cuerpo y nuestra mente, es probablemente lo que motivó a Jordan Peterson a reconocer la importancia de asear el espacio en el que vivimos como una terapia psicológica para sus pacientes.
Según el profesor Peterson, la juventud siempre busca mejorar el mundo, transformar la sociedad y cambiar los esquemas actuales, pero dice que cómo van a poder cambiar nada si ni siquiera son capaces de arreglar el desorden de su habitación. Lo que propone entonces es que, para dar un primer paso realmente efectivo hacia una transformación a todo nivel, hay que comenzar con lo pequeño, con lo simple, de adentro hacia afuera.
En una de sus conferencias, decía que con frecuencia lo llaman o le escriben personas de todo el mundo que le dicen que estaban a punto de suicidarse o que su vida era un completo desastre, y solo por ensayar, decidieron empezar a organizar su habitación todos los días. Y ¡quien lo creyera, las cosas empiezan a mejorar! Algunos dicen que incluso han conseguido trabajo, pareja o arreglado las relaciones con sus familias.
Dice Peterson que el secreto está en dos cosas: la primera, hacer algo en lugar de nada, lo cual ya es en muchos casos una mejora sustancial y lo segundo, crear el hábito de dar orden al caos, arreglar lo que no funciona. Esto parece autoevidente, pero el efecto mental que tiene no es algo que comúnmente se comprenda: al arreglar lo que está afuera, adquirimos la habilidad de arreglar lo que está adentro.
Esta es la razón por la cual, en algunos colegios de alta alcurnia, se le obliga a los estudiantes a limpiar el salón todos los días, hacer jardinería y otros oficios para mantener el plantel. Cuando supe que hacían esto en colegios como el Gimnasio Moderno en Bogotá, me decían que era para que los estudiantes aprendieran a servir para luego convertirse en líderes y servirle a la sociedad.
Esto puede que haya sido un loable objetivo adicional, pero la realidad es que el hábito del aseo tanto en los colegios como en los cuarteles militares, se implanta es para crear personas disciplinadas consigo mismos, rigurosos, implacables en cierto sentido. La persona que es cuidadosa con el aseo es meticulosa y rara vez es mediocre, porque está acostumbrada a detectar pequeñas imperfecciones y tiene el impulso de corregirlas. Desde luego que esto también se puede volver patológico cuando una persona se obsesiona con la limpieza y la perfección a tal punto que deja de ser funcional y entonces se transforma en un hipocondríaco o una persona obsesiva-compulsiva.
Esta relación entre ser ordenado y espiritualidad es también la razón por la cual la masonería fue formada precisamente por arquitectos y constructores, quienes desde el principio entendieron la relación entre el oficio de construir edificios y el oficio de construir el alma. Fueron masones quienes construyeron casi todos los templos cristianos del mundo y en ellos pusieron una cantidad de simbología esotérica que refleja la ascensión de la consciencia desde lo mundano que queda atrás del umbral del pórtico principal, el camino que se hace a través de la vida junto con la feligresía, que se puede hacer a través de la nave central que representa el camino correcto, o por el camino del pecado, que se hace en las naves laterales donde la única redención está en la confesión y por eso se encuentran allí los confesionarios o en la penitencia; hasta llegar a la revelación de la verdad y la alianza con Dios en el altar.
Pero no solamente el cristianismo nos revela esta conexión entre el templo físico y el templo del espíritu. Tal vez hayas visto alguna vez algún episodio de la serie de Netflix, creo que se llama “La Magia del Orden” con la famosa consultora de organización Marie Kondo. En su programa, y también en los libros que ha escrito, la japonesa enseña el método KonMari, que a grandes rasgos consiste en agrupar todas las pertenencias que tenemos en nuestra casa, de a una categoría a la vez empezando por la ropa, seleccionar las cosas que nos den una “chispa de alegría” y deshacernos de lo que no nos de algo de alegría. También enseña trucos para doblar la ropa eficientemente, organizar los armarios, el garaje etc., pero lo más importante es lo que dice el título de la serie, que organizar debe ser gozoso, casi mágico.
Pues resulta que Marie Kondo pasó cinco años de su vida como doncella en un santuario sintoísta donde ayudaba a los sacerdotes con los rituales, vendía amuletos y dijes (omamori) y ayudaba a limpiar los terrenos del santuario. Esta influencia de su juventud fue la que inspiró a Marie a empezar a saludar a las casas de sus clientes antes de empezar a ordenarlas, según ella, eso se dio de forma natural con base en la etiqueta de adoración en los santuarios sintoístas. Lo empezó a hacer para reducir la tensión que se respiraba cuando un cliente le abría la puerta y sintió que esa sensación se asemejaba a la atmósfera cuando se pasa por debajo de la puerta de un santuario y se entra en el recinto sagrado. Marie dice que nota una diferencia en la rapidez del proceso de limpieza si realiza primero el saludo ritual.
Las puertas de los santuarios a las que se refiere Marie Kondo son puertas torii que se encuentran a la entrada de cada santuario sintoísta, y representan la frontera entre el mundo secular y el mundo sagrado. Cuando pasas por debajo de un torii, estás entrando en un espacio sagrado. El sintoísmo enseña que cuando se camina hacia los torii, se debe calmar la mente y prepararla para entrar en un área sagrada. Fíjense que esta es la misma filosofía detrás del ritual Muisca que he narrado anteriormente, para entrar a un cusmuye o maloca: Se saluda a cada uno de los dos astillos de la entrada principal, se limpia la mente y se entra de espaldas para dejar atrás lo que corresponde al mundo y entrar al recinto del Espíritu.
Hay una parte del proceso de Marie Kondo que confunde más a los televidentes y es la forma en que ella «despierta» a los objetos tocándolos. Según su filosofía, podemos estimular nuestras pertenencias materiales moviéndolas físicamente, exponiéndolas al aire fresco y haciéndolas ‘conscientes’. Esto también hace parte de la cosmovisión del sintoísmo que incluye la creencia de que el kami – o lo sagrado – existe en todo, que todo contiene una esencia, ya sea buena o mala. Al igual que la mayoría de las culturas amerindias, los sintoístas creen que los espíritus, ya sean sagrados o no, existen en todo lo que existe en la naturaleza como el viento, la lluvia, las montañas, los árboles, los ríos y la fertilidad.[1]
Una fórmula para ordenar la vida
Independientemente de tus creencias espirituales, lo cierto es que los seres humanos proyectamos hacia el exterior lo que tenemos dentro de nuestra mente y también construimos estados mentales con base en lo que observamos y experimentamos en el mundo. Si somos complacientes con nuestra mediocridad y nos permitimos habitar en un lugar desordenado, sucio, deteriorado, es muy probable que nuestro estado interior va a ser también de abandono, desorden e incomodidad.
Ojo que no estoy diciendo que la única forma de estar en armonía es que todo a nuestro alrededor brille como una taza de plata. Los conceptos de orden y armonía varían mucho de persona a persona y con frecuencia lo que para alguien es un tipo de orden, para otra persona puede ser desorden inaceptable. Lo importante es que nos sintamos en armonía con nuestro entorno.
Volviendo al punto anterior, si nuestro estado interior se deteriora consciente o inconscientemente por el espacio en que habitamos, es posible que el resultado sea todavía menos atención por ese espacio, porque los seres humanos tendemos a ignorar lo que nos causa incomodidad y entonces se completa el círculo vicioso.
En cambio, si nos esforzamos por crear un espacio agradable para habitar, entonces puede que nuestro espíritu se realce y nos motivemos a mejorar ese espacio poco a poco hasta llegar a vivir en un lugar que no nos habríamos imaginado antes. No solamente un lugar físico sino un lugar emocional, sentimental, laboral y espiritual. Ese sería el círculo virtuoso del orden.
Recalco nuevamente que como todo tiene sus riesgos, aquí el peligro es obsesionarse con el orden y llegar al punto en el que nada es suficiente, donde el menor desorden cause ira o ansiedad y llegar al punto del agotamiento constante por estar haciendo aseo. Eso también puede pasar con el trabajo espiritual, he conocido personas obsesionadas con perfeccionar su mente y su vida y pues, siendo humanos es claro que esa nadar en contra de la corriente.
Mi experiencia personal en este tema coincide con la visión tanto de Peterson como de Marie Kondo. Nunca fui particularmente hacendoso en mi casa durante mi infancia, mi mamá me pedía que ayudara, pero nunca al punto de ser autosuficiente en mi vida diaria. Cuando salí de casa, salí comprometido y con una hija. Mi pareja se encargaba del aseo y yo de aportar el dinero para todos los gastos.
Luego me separé y como no tenía quien arreglara mi casa, contraté a alguien para que lo hiciera. Eventualmente encontré otra pareja y nuevamente tuve quien se encargara de la casa mientras yo conseguía dinero para todo. Nuevamente me separé y obviamente volví a encontrar quien se encargara de mi ropa sucia, mis platos sucios y mantener limpio todo. A veces pagaba una empleada, pero también compartí vivienda con personas que me pagaban arriendo con su trabajo haciendo oficio.
Así fue mi vida hasta que fui al yagé por primera vez, viví prácticamente un exorcismo y le encontré sentido y propósito a mi vida (Ver T2E4: Muerte y Renacimiento en el Yagé). Después de eso, una de las cosas que cambié en mi vida fue obligarme a “ayudar” con los quehaceres de mi casa. Como narré en T2E8: Mi Camino Espiritual – Paula, pronto estaba viviendo con Paula, mi esposa pero ella no estaba dispuesta a aceptar el arreglo de ser exclusivamente una ama de casa. Ambos trabajábamos y ella asumió la mayor parte de las responsabilidades del hogar como es típico en nuestra sociedad machista, pero yo me sentía cada vez más obligado a aportar también con mis manos, no solamente con dinero.
Nuestro primer apartamento fue un bonito experimento de crecimiento en entender nuestro rol con respecto a cuidar el templo del alma y el templo de nuestra familia, sin embargo, tuvimos muchos descuidos y como resultado llegamos a tener infestación de hongos y pulgas en nuestro pequeño apartamento.
Entendimos que las cosas no habían salido del todo bien así que en nuestro nuevo apartamento empezamos a hacer cosas que antes no hacíamos, como lavar las paredes, arrodillarnos en el piso para limpiar los pisos y ese tipo de cosas. Al tiempo que crecíamos en ese aspecto, aprendíamos también a limpiar nuestra mente de la contaminación que causan los malentendidos hablando y aprendiendo a escucharnos.
En ese momento no veía la relación de una cosa con otra, pero ahora pienso que definitivamente había una sinergia entre el acto físico de limpiar constantemente, observar y detectar la impureza y después hacer algo, actuar en consecuencia para restaurar el orden, y el acto de observarnos constantemente, detectar los detalles que había que pulir y restaurar el orden en nuestras vidas.
Hoy en día, creo que por fin he llegado al nivel que Marie Kondo profetiza de hacer que la limpieza sea un ritual y que traiga alegría. Todos sabemos que a causa de la pandemia, nuestras casas se desordenan y ensucian probablemente el doble, si no el triple que antes, cuando pasábamos la mayor parte del día fuera. Vivir en Canadá significa que no hay salario que pueda pagar servicio de limpieza diario así que los tres adultos que vivimos en casa tuvimos que dividirnos las tareas del hogar.
Tengo que decir que aún no tengo una parte equivalente de trabajo de hogar a la parte que asumen mi esposa y mi hija mayor, pero aún así mi colaboración es mucho más sustancial que nunca antes. Horneo pan semanalmente, levanto desorden de los niños casi todos los días y a diario me encargo de arreglar la cocina. Esto último se ha convertido para mi en un ritual que adoro. Mientras organizo y limpio el desorden del día, escucho audiolibros, conferencias, podcasts y pienso en las decisiones importantes del día siguiente.
El placer que encuentro al ver la cocina como nueva antes de sentarme en la sala o en mi escritorio es indudablemente una subida de serotonina. Además, he creado el hábito de detectar las cosas que no funcionan en la casa y aprender a repararlos. Esto además de ser lo más responsable para el medio ambiente, genera una satisfacción personal que encuentro muy similar a la satisfacción de resolver una diferencia con alguien que quiero. La magia está en que reparar lo que no funciona se convierte como en un superpoder. Mis hijas y mi esposa con frecuencia me traen cosas rotas o dañadas y me siento especial por ser “el que arregla las cosas”, de forma similar a la satisfacción que siento cuando mis amigos me buscan para que les dé un consejo o para que los escuche, porque entonces me siento especial por ser “el que ayuda a arreglar las cosas”.
[1] How Shinto Influenced Marie Kondo’s KonMari Method Of Organizing (bustle.com)
Manu, Gracias infinitas doy a la vida por encontrarte en mi camino, ver tu crecimiento espiritual es mágico, un ser de luz al igual que Pauli, son un regalo.
Gracias por todo lo que me enseñaste siento que este mensaje lo estaba buscando, con la pandemia mís tareas del hogar me están cansando, cuento con el apoyo de mi esposo, sin embargo habían dias que no quería hacer nada igual lo hacía; la forma en que explicaste todo desede el sentido espiritual me hizo reflexionar de muchas cosas que debo de mejorar.
Yo también escucho mis podcast al estar en mi ritual de limpieza de cocina ahora espiritualidad y ciencia estarán en mi top 5 de los mejores.
Un abrazo inmenso y Buen Camino