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T6E1 – El Camino a un Escepticismo Espiritual

Espiritualidad y Ciencia
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T6E1 - El Camino a un Escepticismo Espiritual
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Ha transcurrido un tiempo desde mi último episodio, el cual cerró una etapa importante al concluir la narración de mi viaje espiritual. Este viaje comenzó, tal vez sin plena conciencia de ello, en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde un arhuaco me bautizó de manera mística, aunque inicialmente en contra de mi voluntad. A lo largo de este trayecto, compartí con ustedes cómo el amor por mi maestra chamánica, el descubrimiento del yagé, y mi inmersión en el chamanismo, el esoterismo, la meditación, el budismo, y una profunda introspección sobre mi relación con la religión, transformaron mi vida. Durante casi 15 años, he compartido historias y experiencias con la esperanza de resonar y ofrecer guía a aquellos que inician su camino espiritual en una era diferente.

En este episodio, reflexiono sobre los cambios en mi vida y en el mundo durante estos meses, buscando una conexión más directa con quienes han confiado en este espacio. A finales de 2023, me sorprendió descubrir que, a pesar de ser un podcast modesto y sin publicidad, he logrado reunir alrededor de 300 oyentes en varios países, incluidos Colombia, Estados Unidos y México, quienes valoran mis relatos, que preparo cuidadosamente como si fueran artículos o columnas.

La pausa en las publicaciones fue una decisión consciente para dedicar tiempo a mi familia, proyectos profesionales y personales, y también para contemplar el futuro de la tercera temporada del podcast. La idea original de este proyecto era documentar mi historia espiritual, con el objetivo final de escribir un libro. Ahora, ese libro, titulado «Hijo del Cosmos», es una realidad. Siguiendo el consejo de un amigo escritor, planeo hacer el texto más accesible al condensarlo y posiblemente dividirlo, lo que explica por qué aún no he realizado una presentación oficial.

El podcast me sirvió como un compromiso personal para perseverar en la escritura de mi historia, compartir mis experiencias, evaluar la resonancia con el público y afinar el mensaje que deseaba transmitir. Inicié este proyecto al comienzo del confinamiento por la pandemia en marzo de 2020, una época en la que aún estaba procesando y comprendiendo la profundidad de mi viaje espiritual, marcado intensamente por los años dedicados al chamanismo.

Continué participando en algunas ceremonias y rituales aprendidos durante mis años de convivencia con los muiscas y comunidades amazónicas. Aunque en Canadá no encontré un espacio o comunidad para compartir esos saberes como lo hacía en Colombia, me consideraba chamán y practicante de esas tradiciones. Sin embargo, la pandemia marcó un punto de inflexión, revelando que mi historia aún no había concluido. A pesar de estar lejos del contexto indígena y ancestral colombiano, era necesario cerrar ciclos y reflexionar sobre mi visión de la espiritualidad. Quería lograr una comunión entre espiritualidad y conocimiento académico, con un enfoque objetivo de la realidad, y representar científicamente las experiencias y fenómenos vividos.

La pandemia culminó mi transformación, al evidenciar el daño causado por el pensamiento mágico, la superstición, y una visión mística de la realidad. La difusión de teorías conspirativas sobre la COVID-19, la promoción de tratamientos sin base científica, y el apoyo a figuras controvertidas como Donald Trump por parte de personas consideradas espirituales, me llevaron a cuestionar tanto a otros como a mí mismo. Me vi reflejado en aquellos que, sin evidencia, difunden información, distanciándome de las prácticas y creencias sin fundamento empírico.

Este proceso de introspección me hizo reconocer la importancia de diferenciar entre los saberes ancestrales, basados en tradiciones y experiencias, y las «inspiraciones» personales sin verificación. Aunque valoro la sabiduría popular y las enseñanzas de los mayores, comencé a cuestionar las propias interpretaciones y revelaciones recibidas en estados alterados de conciencia o momentos de reflexión profunda, especialmente aquellas relacionadas con temas esotéricos como la naturaleza del alma o del espíritu. Este cuestionamiento me impulsó a buscar un equilibrio entre el respeto por las tradiciones ancestrales y la necesidad de un enfoque crítico y basado en la evidencia.

Reconozco que, en diversas ocasiones, creé y compartí ideas que creí sinceramente estaban siendo transmitidas a mí a través de la meditación o el uso de plantas sagradas, atribuyéndolas a fuentes externas como Dios, elementos naturales o espíritus guardianes. Sin embargo, estas ideas emergieron de mi mente sin respaldo ni proceso de discernimiento para verificar su veracidad. Influenciado por la confianza que otros depositaban en mí, compartí estas creencias sin cuestionarlas.

Un ejemplo destacado de esto fue mi percepción de las plantas como seres sintientes, una idea común en el ámbito de la ancestralidad. Llevé esta noción más allá, sugiriendo que las plantas utilizaban a los humanos para ver, sentir y escuchar, creando una esfera de conciencia compartida. A pesar de lo poético de la idea, debo admitir que, por más imaginativa que sea, no se alinea con la realidad ni cuenta con evidencia que la respalde.

Esta reflexión me lleva a criticar y asumir la responsabilidad de alertar sobre la práctica de divulgar enseñanzas espirituales basadas en la imaginación o creatividad sin fundamento real. Muchas veces, estas enseñanzas son adaptaciones de información de libros o otros divulgadores, sin un acto de contrición o reconocimiento de su falta de base en la realidad.

Reconozco que existe una tendencia humana a creer en nuestra propia bondad, incluso cuando nuestros métodos pueden ser cuestionables. Nuestra sociedad, especialmente en el contexto occidental, tiende a rechazar y condenar el error, sin apreciar la oportunidad de aprendizaje que estos ofrecen. Los errores, incluso aquellos cometidos voluntariamente bajo la creencia de que eran menores o positivos, pueden revelar importantes lecciones una vez que se adquiere mayor conciencia.

Mi intención es abordar la importancia de reconocer y aprender de los errores, entendiendo que no todos son cometidos por ignorancia o descuido. Algunos son decisiones conscientes que, al reflexionar sobre ellas, nos permiten crecer y mejorar. Este proceso de introspección y admisión de errores es fundamental para avanzar hacia una práctica espiritual más auténtica y fundamentada.

En este momento, abogo por abordar la espiritualidad desde una perspectiva científica, aplicando el método científico a la exploración de nuestra experiencia interna y subjetiva. Aunque en los círculos en los que participé se valoraba la aceptación de la realidad y el reconocimiento de errores, rara vez se escucha a alguien admitir un cambio de creencia sin adoptar otra en su lugar. En mi caso, no he sustituido mis antiguas creencias por una nueva teoría basada en mi interpretación personal. He decidido que mi enfoque en la espiritualidad se centrará exclusivamente en el interior, en el mundo de la mente en un sentido metafísico: los pensamientos e ideas, que considero el verdadero ámbito de la espiritualidad.

Reconozco que, fuera de este ámbito interno, en lo que concierne al funcionamiento físico del cerebro, el mundo material y más allá, debería haber tenido la humildad de admitir que comprender estos fenómenos requiere dedicación y tiempo, posiblemente toda una vida para entender solo una fracción de un fenómeno. Los seres humanos, individualmente, no tenemos el tiempo suficiente para lograr una comprensión completa de áreas tan complejas como la neurociencia o la física subatómica.

Esta conciencia de nuestra finitud y limitaciones humanas me lleva a aceptar que la única forma de aproximarnos a la verdad es confiar en colectivos dedicados al estudio y la investigación en estos campos. La pandemia me hizo ver que muchas personas, con igual o menos conocimiento que yo en ciencias o farmacología, recomendaban tratamientos sin respetar a quienes han dedicado su vida al estudio de estos ámbitos. Me vi reflejado en esa actitud, al haber recomendado anteriormente tratamientos naturales con convicción, sin considerar la investigación científica en curso sobre estos temas.

Este reconocimiento subraya la importancia de valorar el conocimiento especializado y la investigación dedicada, y de acercarnos a la espiritualidad y a la ciencia con humildad, reconociendo nuestras limitaciones y la necesidad de un enfoque más riguroso y fundamentado en la evidencia.

El conocimiento acumulado a lo largo de cientos de años por abuelos y taitas ha revelado muchos secretos sobre la curación y el funcionamiento del mundo, pero estos no se pueden asimilar solo con unas pocas noches de participación en rituales o incluso en cinco años de aprendizaje continuo. Antiguamente, para ser reconocido como taita, uno debía ser ya un abuelo, contar con una familia establecida y mostrar un comportamiento ejemplar, evitando vicios como el alcoholismo, la promiscuidad o la irresponsabilidad financiera. Sin embargo, en tiempos recientes, se observa una tendencia hacia taitas considerablemente más jóvenes, algunos de apenas 25 a 40 años, quienes aún están explorando este mundo y sus prácticas medicinales. Esta evolución refleja un cambio significativo desde las tradiciones pasadas, donde yo mismo, durante una estancia en Nueva York, realicé una ceremonia de yagé, reconociendo retrospectivamente la imprudencia de tal acto.

Este período de introspección, especialmente intensificado durante la pandemia, me llevó a reconsiderar mis propias acciones y la importancia del escepticismo como camino hacia la verdad. El escepticismo, lejos de ser una negación del conocimiento o una incapacidad para creer, es una postura que invita a la humildad y a una comprensión profunda de nuestros límites. A diferencia de la fe, que se enseña desde la infancia como la capacidad de creer sin ver, el escepticismo promueve un cuestionamiento saludable y una búsqueda objetiva de la verdad, a través de la lectura y el aprendizaje constante.

La Ilustración marcó un punto de inflexión en la historia, cambiando el enfoque de un conocimiento basado en textos sagrados y la interpretación de estos por parte de eruditos, hacia una aceptación de la ignorancia y la duda como fundamentos para el avance del conocimiento. Este movimiento no solo cuestionó las prácticas establecidas, como las cruzadas o la Inquisición, sino que también abrió caminos hacia una exploración científica y un cuestionamiento constante que ha moldeado el desarrollo de la sociedad moderna. Reconocer nuestra ignorancia y someter nuestras creencias a un escrutinio riguroso es fundamental para avanzar en la comprensión del mundo que nos rodea.

La transición hacia el método científico marca un hito en la historia del pensamiento humano, centrado en la duda metódica como esencia del escepticismo. Esta aproximación no implica una negación sin fundamento, sino una duda sistemática, disciplinada y objetiva, enfocada en suspender la aceptación de cualquier afirmación hasta que la evidencia disponible la respalde de manera concluyente. Esta actitud crítica no busca desafiar autoridades sin razón, sino fundamentar nuestras creencias en la evidencia empírica.

El conocimiento derivado del método científico es intrínsecamente provisional. A medida que se desarrollan nuevas herramientas y se descubren nuevos datos, lo que se consideraba un conocimiento establecido puede ser cuestionado y revisado. Un ejemplo clásico es la transición de la física newtoniana a la teoría de la relatividad de Einstein, motivada por observaciones astronómicas que la mecánica clásica no podía explicar adecuadamente. Este proceso subraya la naturaleza evolutiva de la ciencia, que está siempre abierta a la revisión y refinamiento en base a nuevas evidencias.

Este principio de revisión constante basado en evidencia también se aplica a la exploración de la espiritualidad bajo un enfoque científico. La auténtica espiritualidad, en mi opinión, no debería contradecirse con los hallazgos científicos, pues si algo puede ser evaluado y comprendido dentro del ámbito científico, entonces está sujeto a su escrutinio. La ciencia opera bajo el principio de falsabilidad; es decir, una teoría debe ser potencialmente refutable para ser considerada científica. Esto se extiende al debate sobre la existencia de entidades metafísicas como Dios, donde la ciencia enfrenta limitaciones inherentes, no por incapacidad, sino porque tales cuestiones trascienden el ámbito de lo empíricamente verificable y entran en el dominio de la fe y la creencia personal, destacando la distinción y a la vez la interrelación entre ciencia y espiritualidad.

El propósito fundamental de la ciencia es establecer la veracidad de las afirmaciones mediante la refutación de hipótesis falsas, lo cual requiere métodos experimentales y de observación capaces de superar los sesgos inherentes a la percepción humana. La existencia de Dios, como concepto, podría ser objeto de estudio científico si se presentaran evidencias empíricas verificables de su manifestación en el plano físico, accesibles a la observación y medición objetiva por múltiples observadores.

Las alegaciones de manifestaciones divinas compartidas por grupos de personas pueden ser cuestionadas desde un punto de vista científico debido a la falta de registros objetivos y verificables. Tales experiencias, aunque profundamente significativas para quienes las viven, podrían ser interpretadas como histeria colectiva o alucinaciones compartidas, fenómenos psicológicos donde la influencia de las convicciones de un grupo puede llevar a sus miembros a percibir eventos que no tienen un correlato físico observable.

Esta reflexión se ilustra con una experiencia personal durante una visita a Bojacá, un lugar de peregrinación cerca de Bogotá, donde se anticipó la ocurrencia de un milagro durante una ceremonia religiosa. A pesar de la promesa de mantener un enfoque objetivo y escéptico, la observación directa del sol, motivada por la expectativa de presenciar un evento milagroso, resultó en la percepción de un intenso resplandor, una reacción natural a la exposición ocular al sol, más que en la evidencia de un fenómeno sobrenatural. Este episodio subraya la complejidad de discernir entre la fe y la evidencia empírica, y cómo las expectativas y creencias pueden influir en nuestra percepción de la realidad.

Reflexionar sobre la experiencia personal de mirar hacia el sol durante un evento religioso y percibir un intenso brillo que lleva a cerrar los ojos, desencadena una serie de observaciones sensoriales comunes cuando se expone la vista a una fuente de luz fuerte. Esta experiencia, marcada por la aparición de manchas de color al cerrar los ojos, es un fenómeno óptico natural y no una manifestación sobrenatural. A pesar de que algunos asistentes, incluidos familiares, afirmaron haber visto el sol danzar, esta percepción puede diferir significativamente de una persona a otra, subrayando la subjetividad de las experiencias compartidas.

La ciencia y la espiritualidad buscan entender la realidad desde perspectivas distintas, y mientras la ciencia se apoya en la evidencia empírica y la reproducibilidad de los resultados, la espiritualidad valora profundamente la experiencia personal y subjetiva. Las experiencias individuales, como las vividas durante rituales con yagé, son profundamente personales y no necesariamente universales. Este reconocimiento invita a una reflexión sobre la humildad y el entendimiento de que lo vivido a nivel personal no establece una realidad compartida por todos.

La idea de «mi verdad» como expresión de experiencias personales vividas «en carne y sangre» sugiere un enfoque respetuoso hacia la diversidad de percepciones y vivencias espirituales. Este enfoque enfatiza la importancia de reconocer nuestras propias experiencias sin proyectarlas como absolutos universales. En el ámbito espiritual, particularmente en experiencias con sustancias como el yagé, es fundamental recordar que las vivencias son intrínsecamente personales y pueden variar considerablemente entre individuos.

La reflexión sobre el deseo de compartir estas experiencias espirituales profundas y potencialmente transformadoras, y la tentación de asumir un rol de liderazgo o guía espiritual, destaca la complejidad de navegar estas vivencias de manera responsable. Reconocer los límites de nuestras experiencias y el potencial aislamiento que puede surgir de considerarse especial o avanzado en el camino espiritual es un paso hacia una mayor comprensión y empatía hacia las vivencias de los demás. En última instancia, la espiritualidad puede ser un camino profundamente personal, marcado por la exploración individual y el respeto por la diversidad de experiencias humanas.

La experiencia subjetiva, como el amor, el miedo o cualquier otra emoción humana, encapsula uno de los misterios más profundos de la conciencia. Estas experiencias, aunque universales en su ocurrencia, son profundamente personales en su vivencia, lo que plantea la pregunta de si lo que sentimos es idéntico a lo que experimenta otro ser humano. Este enigma se extiende a múltiples disciplinas, desde la psicología hasta la neurociencia, e incluso la física y la inteligencia artificial, todas explorando qué constituye la conciencia humana y cómo podemos comprender la experiencia subjetiva.

El experimento mental del cuarto chino ilustra la complejidad de discernir si una entidad, como una inteligencia artificial, posee conciencia. A pesar de que pueda simular la comprensión del chino a través de la manipulación de símbolos según un manual, esto no implica una comprensión auténtica ni la presencia de conciencia. Este desafío refleja la dificultad inherente en medir o validar la experiencia subjetiva, ya que, hasta la fecha, no disponemos de herramientas que nos permitan capturar objetivamente estos procesos internos.

La espiritualidad, en este contexto, se presenta como un campo fértil para la exploración de la experiencia subjetiva desde un enfoque objetivo, pero respetuoso de la singularidad de cada vivencia. La ciencia, por su parte, se ocupa de lo observable y medible, desde el funcionamiento del metabolismo hasta los sistemas de soporte vital del cuerpo humano, sin invadir el terreno de la espiritualidad, que se centra en el estudio del alma y la experiencia interna.

Este enfoque hacia una espiritualidad arraigada en la experiencia subjetiva personal, sin contradecir los hallazgos de las ciencias externas, se propone como una manera de integrar conocimientos y vivencias de manera que beneficien y sanen no solo a nivel personal, sino también colectivo. La invitación a compartir experiencias y reflexiones sobre este entrelazamiento de espiritualidad y ciencia, a través de medios como Telegram o correo electrónico, refleja un deseo de dialogar y profundizar en estos temas de manera abierta y enriquecedora.

Este cambio hacia un formato más conversacional en la discusión de espiritualidad y ciencia busca facilitar un intercambio más directo y personal, reconociendo que, aunque no siempre se disponga del tiempo para preparaciones elaboradas, el valor reside en la autenticidad de la conversación y la relevancia de los temas tratados. Este enfoque subraya la importancia de mantener un espacio de diálogo y aprendizaje mutuo, donde cada individuo pueda contribuir desde su perspectiva única y explorar juntos el vasto terreno que yace entre la espiritualidad y la ciencia.


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