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T6E2 – Encarnando la Divinidad: Génesis, Rebelión y Legado

Espiritualidad y Ciencia
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T6E2 - Encarnando la Divinidad: Génesis, Rebelión y Legado
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Hoy quiero abordar un tema que hasta ahora no he tratado en este podcast, dada su complejidad desde una perspectiva espiritual: el concepto de Dios. Este tema ha sido tangencial en varios episodios, pero nunca lo he enfrentado directamente. La motivación para hablar de esto surgió hoy tras encontrar en internet un par de situaciones que captaron mi atención.

Una noticia en particular me impactó: se trata de una famosa youtuber estadounidense, conocida dentro del nicho de influencers que se dedican a temas de educación y crianza. Esta mujer, de unos 40 años, fue condenada recientemente a 30 años de cárcel por abuso infantil y maltrato. Al profundizar en su historia, que desconocía hasta entonces, descubrí que presentaba claros problemas psiquiátricos y rasgos de psicopatía. Su filosofía familiar parecía basarse en el adagio de que «la letra con sangre entra», empleando métodos que, si bien no eran violentos en el sentido más evidente, terminaron siendo reconocidos como abuso emocional y físico. Este maltrato no consistía necesariamente en golpes, pero incluía acciones como atar a sus hijos, privarlos de comida y otros castigos severos. Ella tenía seis hijos, y su canal de YouTube, «8 Pasajeros», incluía a su pareja y a sus hijos, cuyas edades variaban entre los 6 y 16 años.

El caso se destapó cuando uno de los niños, de 12 años, buscó ayuda mostrando signos visibles de maltrato, incluyendo marcas de haber sido atado con cinta adhesiva. A raíz de esto, salieron a la luz videos con consejos de crianza de esta mujer, generando conmoción al ver cómo alguien podía contemplar castigos tan severos como quitarles la comida o hacer que durmieran en el suelo como forma de disciplina, supuestamente con el objetivo de enseñarles lecciones.

Sin embargo, lo más impactante fue un video donde los niños parecen aceptar y justificar estos castigos, interpretando tales actos de violencia como muestras de amor. Al observar sus expresiones, no se percibe odio o miedo hacia su madre, sino tristeza y frustración, principalmente consigo mismos, por haberla defraudado, sin mostrar aversión hacia ella. Esta situación me llevó a reflexionar profundamente sobre el tema de Dios y los valores espirituales en contraposición a estas acciones.

Reflexionando sobre una de las primeras lecciones que aprendí al adentrarme en el camino del chamanismo con los Muiscas, se me recordó que sanar la relación con nuestros padres es una tarea esencial para cualquier ser espiritual. Esta enseñanza se ha reafirmado en conferencias y libros que destacan la importancia fundamental de la relación con nuestros padres en nuestra experiencia humana, así como en el origen de la mayoría de nuestras heridas emocionales.

Es evidente que, en casos extremos de maltrato como el de la madre youtuber mencionada, las víctimas pueden tardar años, o incluso toda una vida, en sanar. Pero incluso en mi caso, proveniente de una familia amorosa y consciente, reconozco haber vivido episodios que me han marcado profundamente. Ahora, como padre, comprendo la trascendencia de esta relación en la vida de un hijo, algo que a menudo olvidamos. Muchas experiencias dolorosas se almacenan en el subconsciente, eclipsadas por recuerdos más felices, pero la manera en que percibimos a nuestros padres durante nuestra infancia tiene un impacto perdurable.

Desde el momento en que nacemos, nuestro universo se centra en nuestras madres y, poco después, en nuestras figuras paternas o quienes cumplan ese rol, formando la base de nuestra experiencia humana. Estas personas son todo para nosotros, y es difícil imaginar la perspectiva de un bebé, para quien su mundo entero se reduce a una o dos personas. A medida que crecemos y comenzamos a explorar el mundo, la influencia de nuestros padres sigue siendo fundamental, definiendo quiénes somos y lo que podemos llegar a ser. Esta reflexión subraya la importancia de entender y sanar nuestras relaciones parentales como piedra angular de nuestro desarrollo espiritual y emocional.

La importancia y el impacto de nuestras figuras parentales durante la infancia son inmensurables, configurando en gran medida nuestra trayectoria futura. Esta reflexión me llevó a apreciar profundamente la obra de Osho, especialmente su libro sobre la humanidad, donde establece un paralelismo fascinante entre los primeros años de nuestra existencia y los relatos bíblicos del Génesis. Según Osho, la narrativa bíblica de un estado de inocencia, perfección y paz absoluta en comunión con el Creador en el Paraíso es, en realidad, un espejo de nuestra infancia. En ese «jardín» infantil, todo nos es provisto por nuestros padres, quienes además ejercen una autoridad sobre nosotros.

Esta etapa de inocencia, similar a la de Adán y Eva, quienes no eran conscientes de su desnudez ni veían en ello motivo de vergüenza, refleja la actitud de un niño que no siente pudor al estar desnudo, libre de la malicia que caracteriza a los adultos. La Biblia sugiere este cambio con la aparición de la serpiente, que invita a Eva a comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, un acto que los lleva a reconocer su desnudez y, simbólicamente, su sexualidad y vulnerabilidad.

La «manzana» del árbol del bien y el mal, a menudo asociada con el sexo por su color rojo y la consiguiente conciencia de desnudez, marca el fin de la inocencia y el inicio de la necesidad de trabajar y proveerse. Este momento representa el tránsito de la dependencia total hacia una existencia donde somos conscientes de nuestra mortalidad, debilidades y necesidades, incluida la reproducción.

Esta interpretación invita a reflexionar sobre la idea de que deberíamos aspirar a mantener o recuperar ese estado de inocencia infantil, una noción que, aunque atractiva, es contraria a la enseñanza bíblica de que no hay retorno una vez se adquiere el conocimiento del bien y del mal. La narrativa sugiere que, al tomar conciencia de nuestra condición humana y sus limitaciones, enfrentamos la realidad de que debemos navegar la vida con esta nueva comprensión, sin posibilidad de regresar a la pura inocencia de la infancia.

Este proceso de toma de conciencia, similar al pudor al estar desnudo que experimentan los niños, señala un punto de inflexión en el desarrollo humano, marcando el inicio del reconocimiento de normas sociales y la percepción de uno mismo en relación con el entorno. Viví esta transición con mi hija mayor y actualmente la observo en mi hija menor, quien se aproxima a la preadolescencia y comienza a comprender conceptos como la maldad y la muerte, aspectos desconocidos para los humanos antes de ser expulsados del paraíso, según la narrativa bíblica.

La interpretación de la Biblia, no como un registro histórico o enseñanzas místicas, sino como alegorías que reflejan una sabiduría ancestral y atemporal, resuena con esta etapa de descubrimiento. Estas narrativas, inspiradas en escrituras aún más antiguas, como las sumerias, sugieren que las enseñanzas bíblicas conectan con la experiencia humana a través de las culturas y las épocas. Este eco universal se observa en cómo las enseñanzas de la Biblia, al igual que las del Corán para los musulmanes o los Vedas para los hindúes, siguen influyendo en millones de personas en la actualidad.

La resonancia de estas enseñanzas sugiere que encierran verdades experimentadas por muchos, aunque la idea de un «paraíso» infantil varíe enormemente entre individuos y contextos. Incluso en entornos difíciles, un niño puede sentirse pleno y seguro dentro de las limitaciones de su entorno, siempre que sus padres le proporcionen un espacio de seguridad. Este concepto se extiende incluso a situaciones de maltrato, donde los niños, al igual que Adán y Eva con Yahvé, pueden percibir las acciones de sus padres como justas, internalizando la culpa como propia.

La discusión sobre interpretaciones alternativas de la Biblia, como las ofrecidas por el satanismo moderno, que ve a Satanás como un símbolo de humanismo y defensa de la autonomía humana, introduce una complejidad adicional en la comprensión de estos textos. Aunque estas visiones pueden generar incomodidad, especialmente para quienes, como yo, crecieron en un entorno cristiano, ofrecen una oportunidad para reflexionar sobre la diversidad de interpretaciones y el significado de la libertad y la moralidad en el contexto humano. Sin embargo, mi enfoque se mantiene en explorar cómo estas narrativas ancestrales y universales reflejan las profundidades de nuestra experiencia colectiva y personal.

La Epopeya de Gilgamesh y las historias sumerias de Enlil y Enki ofrecen fascinantes paralelismos con los relatos bíblicos, especialmente en cuanto a episodios como el diluvio universal. Estas narrativas, considerablemente más antiguas que los textos bíblicos, no solo influenciaron la escritura de la Biblia sino que también aportan una rica dimensión a nuestro entendimiento de las creencias antiguas y su trascendencia a través del tiempo.

Según las tablillas sumerias, un grupo de deidades provenientes de un planeta denominado Nibiru, descrito como una gigantesca nave espacial que visita la Tierra aproximadamente cada 36,000 años, jugaron un papel crucial en el desarrollo temprano de la humanidad. Aunque la existencia de Nibiru carece de evidencia científica, estas narraciones mitológicas son ricas en simbolismo y significado.

Enlil, asignado con la supervisión del hemisferio norte, y otros seres de vida extraordinariamente larga, son descritos como los creadores de una raza esclavizada, identificada con los reptiles o reptilianos, destinada a extraer recursos como el oro de la Tierra. Ante la rebelión de estos seres esclavizados, que demandaban libertad al reconocer su propia conciencia, los dioses deciden crear una nueva especie para reemplazarlos en las labores de extracción.

La solución propuesta por este consejo divino fue la modificación genética de primates terrestres, a quienes infundieron con su «semilla divina» o esencia, dando origen al ser humano. Estos nuevos seres, diseñados inicialmente como trabajadores esclavos, empiezan a reproducirse, con los reptilianos actuando como supervisores de sus labores.

Enki, uno de estos seres divinos, eventualmente desarrolla empatía por la humanidad, reconociendo la injusticia de su esclavitud al ver en ellos la presencia de la divinidad. Este cambio de perspectiva de Enki refleja un tema recurrente en muchas tradiciones mitológicas y religiosas: el reconocimiento de la dignidad inherente y la divinidad dentro de cada ser humano.

Enki se presenta como una figura que se acerca a la humanidad, proclamando la posibilidad de libertad y compartiendo la esencia divina, similar a la serpiente en las narrativas bíblicas. En el contexto sumerio, Enki se destaca como un defensor del ser humano contra la opresión de Enlil y otros dioses, promoviendo la liberación humana hacia la realización de su potencial divino. Este relato introduce la idea de un diluvio universal, instigado por Enlil (asimilado a Yahvé), con el objetivo de exterminar a la humanidad, percibida como una creación fallida debido a su rebelión, eco de desobediencias previas.

La narrativa sumeria se entrelaza con la analogía de la adolescencia, donde la rebeldía juvenil se compara con la lucha de la humanidad contra figuras autoritarias divinas. Esta comparación subraya la disyuntiva del adolescente que se opone a la autoridad parental, no por la provisión de necesidades básicas, sino como un acto de rechazo hacia lo que perciben como opresión. Este conflicto se profundiza por la inevitable internalización de aspectos parentales en los jóvenes, generando rechazo y la búsqueda de una identidad propia, marcada por la diferenciación de los padres.

Este patrón de comportamiento no solo refleja una dinámica familiar, sino que también se sugiere como un mecanismo evolutivo esencial para la emancipación y la formación de nuevos núcleos familiares, favoreciendo la diversidad genética y cultural. La necesidad de discordia entre generaciones promueve la separación y exploración, un fenómeno reflejado tanto en la biología como en la cultura, subrayando las normas, dramas y experiencias universales de la humanidad. Este proceso de separación y posterior reconciliación con los orígenes familiares, vista desde la distancia, contribuye a una comprensión más profunda y apreciación de las raíces y enseñanzas parentales.

Estas narrativas se articulan a través de mitos y leyendas presentes tanto en cosmogonías indoamericanas como en otras tradiciones, reflejando historias que, aunque únicas en sus detalles, comparten una estructura temática común. Central a estas historias es la dicotomía entre figuras de autoridad, frecuentemente masculinas, simbolizadas por el padre, y figuras de nutrición y cuidado, usualmente femeninas, representadas por la madre. Esta dualidad también se explora en el ámbito esotérico, donde lo masculino y lo femenino son vistos como fuerzas complementarias que nutren y a la vez limitan.

La conceptualización de Dios como una entidad distante y misteriosa se contrasta con la experiencia personal e inmediata de lo divino, que es interna y emocional, y está profundamente enraizada en las dinámicas familiares. La ausencia física de una figura paterna no elimina su influencia psicológica y espiritual, como ilustra el relato personal sobre la relación con un padre ausente pero omnipresente en la vida y desarrollo de un individuo.

La búsqueda espiritual se presenta como un medio para acercarse a esta figura divina, motivada por un deseo de conexión más profunda no solo con lo espiritual sino también con las figuras parentales terrenales. La exploración de la espiritualidad, incluyendo experiencias místicas y el uso de plantas sagradas como el yagé, se revela como un camino hacia el entendimiento y la experiencia de lo divino, describiendo encuentros intensos y transformadores con un ser percibido como todopoderoso y omnipresente. Estas experiencias subrayan la interconexión entre la búsqueda de identidad, la relación con los padres, y la comprensión de lo divino, ofreciendo una perspectiva única sobre cómo las dinámicas familiares influyen en la percepción y la relación con lo espiritual.

La experiencia con el yagé revela una dualidad fascinante: por un lado, se encuentra una presencia divina y benigna, y por otro, una presencia igualmente poderosa pero maligna. Esta dualidad refleja la complejidad de las experiencias místicas, donde el contacto con lo divino a menudo conlleva encuentros con aspectos más oscuros y densos de la existencia, interpretados como manifestaciones de maldad o soledad. En tales momentos, la sensación de ser una encarnación divina en la Tierra se presenta, una experiencia que desafía la comprensión y humildad, llevando a una cuidadosa introspección y búsqueda de significado.

Esta revelación coincide con un periodo de transformación personal, marcado por la preparación para asumir un papel más activo y consciente como padre y líder familiar. La experiencia se entiende mejor en el contexto de la transición hacia la paternidad, reflejando una evolución de la identidad personal hacia la asunción de responsabilidades mayores. La paternidad se presenta no solo como un acto de creación y guía, sino como una manifestación de lo divino, donde el padre o la madre se convierten en figuras de autoridad suprema y fuentes de sabiduría y amor incondicional para sus hijos.

Esta perspectiva resalta el papel arquetípico de los padres como representantes de lo divino en la vida de un niño, ofreciendo una interpretación profunda de la relación parental. A través de los ojos de un niño, el padre se convierte en una conexión directa con lo divino, subrayando la importancia de la presencia y guía parental en el desarrollo y bienestar del niño. La experiencia de maltrato, vista desde esta lente, se entiende como una profunda traición a este vínculo sagrado, ilustrando la devastadora impacto del abuso en la percepción del niño sobre la autoridad y el amor. Este relato no solo explora la complejidad de las experiencias místicas y espirituales, sino que también profundiza en el significado y las responsabilidades de la paternidad, destacando la profunda influencia de los padres en la formación de la visión del mundo y los valores de sus hijos.

Reflexioné sobre la idea de que aceptar ser considerado como un dios no se trata de vanidad, sino más bien de asumir una responsabilidad profunda. Esta aceptación plantea la pregunta esencial: ¿qué tipo de dios puedo ser en este momento? Del mismo modo que a través de la mirada inocente de un niño podemos ser vistos como una fuente de luz, esa misma mirada puede reflejar el miedo a un dios oscuro y temible. Esta dualidad la he observado personalmente, especialmente en la figura de mi padre, quien en ocasiones parecía encarnar el mal.

Esta experiencia no se limita a la infancia o adolescencia; es un proceso de formación continua. Al aceptarme como un dios, reconozco que estoy moldeando la percepción de divinidad en la mente y alma de los niños que estoy criando. Entiendo esta tarea como mi responsabilidad más grande, más allá de cualquier logro personal o profesional, ya sea llegar a ser presidente o inventar algo que alivie el hambre mundial. Mi papel como padre se convierte en lo más significativo, extendiendo sus efectos más allá de mis hijos biológicos, influenciando también a aquellos a quienes enseño o aconsejo.

Este acto de dar sin esperar nada a cambio, y otras virtudes asociadas con la divinidad, son consideradas dones del Espíritu Santo en varias religiones. Es crucial, entonces, no temer aceptar la responsabilidad de encarnar a un dios. Enlazando esta idea con la discusión sobre la humanidad y la inteligencia artificial, y refiriéndonos a lo propuesto por Yuval Noah Harari en «Homo Deus», nos enfrentamos a la creación de un nuevo concepto de divinidad. En un contexto donde la idea de Nietzsche sobre la muerte de Dios resuena, estamos en un proceso de reconocer que el hombre ha creado a dios.

Para aquellos cuya espiritualidad aún se centra en un dios personal, esta visión puede presentar desafíos. Sin embargo, sugiero enfocarnos en la divinidad interior y en cómo cada uno encarna esa noción de divinidad, independientemente de cómo o dónde se conciba.

Jordan Peterson ofrece una perspectiva en la que Dios representa el ideal supremo al que uno puede aspirar. Ilustra esta idea con la historia de Pinocho, un niño de madera que anhela transformarse en un ser humano. Al desear fervientemente ante la estrella más brillante, Pinocho simboliza el esfuerzo por alcanzar lo más elevado, lo supremo. Esta analogía sugiere que, independientemente del nombre que se le dé a la divinidad (Padre, Madre, Dios, Yahweh, Allah, o el universo), lo esencial es aspirar a las virtudes y valores que se atribuyen a un ser perfecto.

La invitación es a posicionarse, simbólicamente, en la ventana, mirar hacia lo alto y expresar el deseo de pasar de ser una figura de madera a un ser auténtico, reflejando las cualidades divinas que se admiran. Este proceso implica un compromiso profundo y personal con los valores que se consideran más elevados. Sin embargo, Peterson advierte sobre el riesgo de idolatrar falsos dioses, como un equipo de fútbol, una bandera, un himno nacional, o incluso aspiraciones materiales o efímeras, ya que ello también determinará en qué nos convertimos.

La reflexión concluye con un llamado a dirigir nuestras aspiraciones hacia lo más noble y magnánimo que nuestra mente y corazón puedan concebir, ya sea en relación con nuestros hijos, sean estos humanos, animales o proyectos que consideremos nuestros «hijos espirituales». El mensaje central es perseguir ese ideal supremo, esa «estrella más brillante», y esforzarse por encarnar las cualidades divinas que valoramos, en cualquier aspecto de nuestra vida.

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