A medida que el efecto del Yagé se iba a atenuando en mi sistema, las revelaciones místicas y esa sensación de unión en integración con el universo y la humanidad, se fueron diluyendo en un torrente de pensamientos ilógicos y desordenados. Seguía sintiéndome un ser ultraterreno, pero mis visiones eran más bien juegos de palabras sin mucho sentido:
“Dios es una palabra de cuatro letras y yagé también tiene cuatro letras… Todo lo que vale la pena en el mundo tiene cuatro letras: Papá, mamá, amor, sexo…”
De repente estaba tratando de chupar los dedos de mi amigo Gabriel, después de que me puso la mano en el hombro para preguntarme si ya estaba bien para que nos alistáramos para irnos. Lo miré, probablemente con los ojos desorbitados y le dije:
“¿Vamos a hacer el amor? ¡Estoy haciendo el amor con todo el mundo!”
La carcajada de mi amigo me hizo caer en cuenta que lo que para mí era la poética descripción de mi fusión con la totalidad, había sonado como las palabras de un loco calenturiento; de tal forma que a partir de allí, me guardé mis introspecciones cósmicas. Me puse de pie con dificultad y seguí a Gabriel mientras mi mente seguía bajo el bombardeo de ideas y pensamientos cada vez más aleatorios e inconexos.
Cuando logré llegar a la casa de la finca, cerca del lugar en el que se encontraban parqueados los carros de los asistentes a la ceremonia, me encontré con mi prima Tania y mi amiga Adriana. Ambas me abrazaron con mucho afecto, haciendo evidente la preocupación por mí que habían sentido ese día.
Adriana me contó lo que había escuchado cuando me encontraba en la parte más difícil de mi descenso al infierno y que había llegado a temer por mi vida. Con Tania no hablamos mucho durante nuestro, pero sí me dijo que había estado muy asustada. Un par de semanas después me contó además que durante los días siguientes a la toma, le había costado conciliar el sueño y que había tenido algunos episodios de pánico en los que volvía a la sensación de oscuridad y peligro que había sentido durante la ceremonia ese día.
Yo, por otra parte, aunque había terminado la ceremonia con una sensación increíble de bienestar y la experiencia más más sublime que había vivido hasta ese momento, me sentía muy inquieto por todo lo que había ocurrido. En primer lugar, porque no solo no había logrado ayudar a mis amigos en su proceso de sanación con el yagé, sino que además sentía que me había convertido si no en una carga, en un motivo de preocupación para ellos.
Gabriel, no había logrado ni siquiera entrar en un estado alterado de conciencia a pesar de haber tomado varias dosis de yagé, Adriana y Tania habían quedado aterrorizadas con lo que yo había vivido e incluso el taita había tenido que dedicar una buena parte del tiempo de la ceremonia a ayudarme. Había sido una dura dosis de realidad para mis pretensiones de chamán y guía espiritual.
Buscando una respuesta
La experiencia de unión con la totalidad, con la consciencia universal y la humanidad, además de las revelaciones divinas que había recibido, deberían haber opacado las tenebrosas vivencias que las precedieron. Sin embargo, aquello había sido tan traumático que no podía dejar de buscar una explicación para lo que había sucedido.
Una cosa eran las visiones de maldad y miedo que había tenido anteriormente y otra muy diferente era sentirme yo mismo como el origen de esa maldad. Nunca había tenido pensamientos de violencia hacia otras personas como los que tuve esa mañana en la Mesa. Las imágenes de sacrificios de sangre y otros horrores se repetían en mi cabeza como una inquietante pregunta: ¿Y si mi propósito no es el de librarme de la oscuridad y convertirme en un ser iluminado sino despertar ese monstruo que ahora sentía que dormía en mi interior y dejarlo salir?
Como cabría esperarse, consulté a Mara sobre esta experiencia y ella me invitó a no darle tanta importancia al hecho, verlo simplemente como una lección de humildad y como un encuentro con la oscuridad del mundo. También le conté al abuelo Suagagua lo que me había pasado y su respuesta me desconcertó aún más ya que según él, el problema estaba en el yagé mismo, por no ser una planta originaria del territorio en el que me encontraba. Me dijo que al estar participando en esas ceremonias, lo que yo estaba haciendo era abriendo canales espirituales que no sabía manejar y que espíritus parásitos y brujos podían utilizar para hacerme daño.
Ninguna de estas explicaciones me satisfacía completamente así que seguí buscando en las personas espirituales que había conocido hasta el momento y en quienes veía un alto nivel de conocimiento sobre los temas esotéricos y místicos.
Una de las personas que consulté fue Santiago Salazar, un joven místico que hacía parte de la comunidad muisca de los abuelos Suagagua y Yanguma. Acudí a él ya que lo había escuchado hablar en algunas de las reuniones con los muiscas en la maloca del jardín botánico y me parecía que sus palabras eran especialmente cercanas a lo que yo intuía que encontraría detrás del velo de la realidad. Santiago hablaba de cuerpo astral, jinas, mantras, transmutación de energía y otros términos que yo encontraba fascinantes. Sin embargo, debo reconocer que la otra razón por la que me parecía una persona sabia, era porque su apariencia física se asemejaba mucho a la imagen occidental de Jesús de Nazareth y por lo tanto, también me recordaba a mi padrino Diego.
Después de una reunión en la maloca me acerqué a él y le conté brevemente lo que me había pasado en la mesa. Le dije que en alguna oportunidad lo había escuchado hablar sobre la oscuridad que habita en el corazón del hombre y la necesidad de hacer “la obra” para arrebatarle el fuego al demonio e iluminarnos y que quería saber más al respecto.
Santiago me dijo que además de caminante de la espiritualidad era psicólogo clínico y que tenia una práctica particular en su consultorio en la que combinaba terapias de psicoanálisis con terapias espirituales y que creía que podía ayudarme a develar el misterio.
Acepté encantado el ofrecimiento y acordamos una cita en su consultorio ubicado a las afueras de la ciudad. Allá lo visité una mañana y me quedé asombrado al encontrar el sitio en una hermosa finca de los cerros occidentales de Bogotá. Allá, en medio de árboles y arbustos típicos en la fría sabana, Santiago atendía a sus pacientes en una pequeña cabaña totalmente alejada del ruido de la ciudad.
Me quité los zapatos antes de entrar y me pidió que entrara de espaldas, revelando de esa forma que él consideraba sagrado el lugar. Así lo hice y encontré dentro de la estancia una gran cantidad de símbolos esotéricos: pentagramas, estrellas de David, un Yin-Yang, cuarzos, tambores y collares chamánicos.
Una pequeña grabadora de CD armonizaba el lugar con música y mantras, probablemente budistas. En fin, el sitio me pareció encantador y al estar allí rodeado de magia y misticismo me sentí totalmente en casa. No sabia adónde me llevaría el camino iniciático que había emprendido pero la cabaña de Santiago se convertiría en el arquetipo de lo que quería que fuera mi vida en el futuro: sabiduría, paz, misticismo, sanación.
La terapia consistía en una especie de masaje espiritual en el que Santiago no hacía mayor contacto con sus manos. En cambio, utilizaba equipos eléctricos, instrumentos musicales, esencias, piedras calientes y otros recursos. Mientras estaba en la camilla sobre una manta eléctrica, sentía el calor de las piedras y unos leves impulsos eléctricos que Santiago aplicaba en puntos de acupuntura. Luego escuchaba un triángulo, unas campanitas, un cuenco tibetano o un tambor.
La agradable experiencia duró algo más de media hora, al cabo de la cual, Santiago me invitó a levantarme, hacer unos ejercicios de respiración y tomar un vaso de agua. Luego empezó a narrarme lo que “vio” durante la terapia: Me dijo que yo tenía que sanar mucho la parte sexual, que lo que había visto y sentido en el yagé era el resultado de una sexualidad desordenada y que si quería trascender todo aquello, tendría que empezar a hacer la gran obra.
¿Cuál era la gran obra? Santiago lo dijo sin rodeos: Sexualidad sagrada, transmutar la energía sexual y elevarla a través de los chacras hasta conectar con el séptimo chacra que queda en la coronilla y a través de él, con la divinidad. Me dijo que era un proceso difícil, que requería de mucha voluntad y fuerza y que al hacerlo se me presentarían muchas dificultades pero que todo valdría la pena cuando empezara a despertar poderes síquicos y espirituales.
Le pregunté si podía darme indicaciones un poco más precisas de cómo empezar al menos, y él me respondió que todo lo que quisiera saber, lo podría encontrar en los libros del abuelo mayor y maestro Samael Aun Weor. Ese nombre resonó en mi mente inmediatamente porque se trataba del mismo autor que un misterioso profesor de religión del colegio me había referenciado cuando nos hablaba de viajes astrales y magia práctica.
Santiago me recomendó leer primero un libro llamado “El Misterio del Áureo Florecer” y cuando estuviera preparado, “El Matrimonio Perfecto”. De estos libros hablaré más adelante cuando me refiera a la Gnosis, pero ese día en su consultorio me dio unos “tips” iniciales: Tendría que aprender a tener orgasmos sin eyacular, tener relaciones sexuales todos los días sin involucrar la lujuria y en el momento del orgasmo pronunciar el siguiente mantra en voz alta:
“IIIIIIIII… AAAAAAAAAA… OOOOOOOO…”
Me quedé lívido con aquellas extrañas instrucciones. La perspectiva de tener relaciones sexuales todos los días era sin duda atractiva pero no con las condiciones que la gran obra prescribía. Aún así me comprometí conmigo mismo a conseguir los dos libros que Santiago me había recomendado y hacer lo posible por intentar la curiosa técnica.
Luego de esto, Santiago me compartió un poco de mambe, el polvo de coca con yarumo que describí en el episodio “El pueblo vestido de blanco” y una bolita de chimú. El chimú era otra preparación más de tabaco, aparte del ambil, la ambira y la hoska (Ver “Los Abuelos Muiscas”). Su consistencia, color y olor eran similares a los del ambil, pero cuando el chimú hizo contacto con mi lengua, noté que su sabor era mucho más fuerte. Santiago me pidió que me lo pusiera debajo de la lengua y así lo hice, a pesar de que sentí que me quemaba la piel.
Empecé a tener hipo descontrolado y tragar saliva me daba arcadas, pero pocos segundos después, mientras el chimú se terminaba de desvanecer en mi boca, sentí que todo mi cuerpo vibraba, que mi corazón se aceleraba y que mi consciencia se fusionaba nuevamente con el resto del universo. Por algo más de cinco minutos sentí esa misma conexión cósmica que sentí en la toma de yagé y cuando volví en mí, me embargó una sensación de bienestar, gratitud, presencia.
Me despedí de Santiago con mucha emoción por lo que acababa de suceder y con mucha expectativa por todo lo que aprendería en los libros del maestro Aun Weor. Aún así, lamenté no encontrar aún una respuesta concreta o satisfactoria al infierno que había vivido en mi última toma de yagé. Santiago me había dicho que la razón era mi “desorden sexual”, pero la verdad era que no consideraba que mi vida sexual correspondiera a esa descripción. Al menos desde que el yagé me había transformado un par de años atrás.
Un Curso de Milagros
Compré los libros de Samael Aun Weor y empecé a adentrarme en el conocimiento Gnóstico Cristiano que Samael predicaba. Hablaré a mayor profundidad sobre Samael y la Gnosis más adelante, pero de momento, me parecía fascinante lo que encontraba en la Gnosis. El nivel de misticismo y practicidad que encontraba en los libros de Samael era exactamente lo que yo creía que me llevaría a una verdadera sabiduría espiritual y una comprensión profunda de la realidad intangible subyacente al mundo material.
Al mismo tiempo, utilizaba el tiempo libre que tenía fuera de casa para escuchar las conferencias de la meditación Vipassana. Se trataba de una técnica que Santiago me había mencionado brevemente, basada en las enseñanzas del Buda y compiladas por un maestro de la india llamado S.N. Goenka. Santiago había hecho el retiro espiritual de 10 días en el que se entregan esas conferencias y se enseña la técnica para meditar con la propia respiración y me recomendó que consiguiera las conferencias y que las escuchara con mucha atención.
También me inscribí en clases de yoga que la empresa para la que trabajaba había instituido como parte de los beneficios adicionales para los empleados. Tuve la suerte de que en el horario que elegí para mis sesiones de yoga, yo era el único estudiante, así que rápidamente me hice amigo de Margy, la instructora. Después de las sesiones de 45 minutos de meditación, estiramiento y asanas, conversábamos sobre espiritualidad; yo le enseñaba sobre yagé y ancestralidad y ella me compartía sus conocimientos sobre budismo e hinduismo.
En una de esas charlas le conté sobre mi búsqueda de respuestas luego de aquella toma de yagé en la que pedí sacrificios de sangre mientras me sentí encarnando al mismísimo demonio. Margy me preguntó si había intentado alguna terapia de regresión. Quizás, me dijo, lo que me había pasado no tuviera que ver con ninguna experiencia de esta vida sino de una encarnación anterior.
Yo no sabía si creía del todo en la reencarnación después de la muerte, pero mi reciente interés por el hinduismo me hacía pensar que era una gran posibilidad. Algunos años antes había leído el libro “Muchas vidas, muchos sabios” de Brian Weiss, así que tenía bastante información sobre el tema, aunque nunca había acudido a algún terapeuta que hiciera regresiones bajo hipnotismo.
Margy me dio entonces el número telefónico de Maria Eugenia Calderón, una persona que ella había conocido algún tiempo atrás, y de quien me dijo que era experta en terapias regresión a vidas pasadas. Yo tomé el contacto y pronto hice mi primera cita con quien presentí entonces, sería una nueva maestra en mi apasionante camino.
Un par de semanas después me encontré en el consultorio de Maria Eugenia, que se encontraba y hasta donde sé, aún se encuentra ubicado en el bario El Lago al nororiente de Bogotá. Maria Eugenia era una mujer joven y con la apariencia formal y tranquila de una psicóloga y no de alguien místico. Me explicó que su terapia se basaba en el contenido de “Un curso de Milagros”, libro supuestamente escrito por inspiración divina y que narra enseñanzas esotéricas y místicas que el propio Jesucristo le habría dictado a la psicóloga neoyorquina Helen Schuman en los años 1960’s. Me llamó especialmente la atención que Maria Eugenia me dijera que su terapia no utilizaba hipnosis, sino que por el contrario yo estaría totalmente consciente en todo momento.
Sin más preámbulos, Maria Eugenia me invitó a seguir a un bello consultorio de paredes azules adornado con imágenes cristianas, flores, una relajante fuentecilla de agua y por supuesto música relajante. Me recosté en una delgada camilla y Maria Eugenia me pidió que cerrara mis ojos. Ella se puso de pie detrás de mi cabeza, puso sus manos a los lados de mis sienes y me dirigió unos breves ejercicios de respiración.
Luego recitó en voz alta una larga oración con la que pedía permiso para ver mis “registros akáshicos” y ayudarme en la sanación que iba buscando ese día. La terapeuta me indicó que yo debía seguir sus instrucciones y contarle lo que sintiera, lo que viera, lo que escuchara, pero que no me preocupara si no veía algo inmediatamente. También me dijo que ella tenía permiso para ver algunas cosas que yo no podría ver pero que entre ambos develaríamos la historia que el Maestro Jesús nos revelaría esa tarde.
María Eugenia me pidió que fuera al primer recuerdo de mi infancia que llegara a mi mente, el primer recuerdo que tuviera de un momento de rabia, un momento de tristeza y otras indicaciones. Las imágenes llegaron rápidamente a mi mente, pero en ninguna de ellas hubo nada particularmente relevante para lo que quería encontrar.
Luego me dijo que mis miedos no provenían de esta vida y me pidió que viajara al punto en el que se había originado mi sufrimiento. En ese momento me sentí confundido porque hasta ese momento yo había sido totalmente honesto con los recuerdos que le había narrado. Alguno de ellos no lo recordaba desde hacía mucho tiempo, pero estaba seguro que era un recuerdo legítimo. Pero cuando Maria Eugenia me dijo que viajara a mi encarnación anterior no supe si tenía que simplemente imaginar cualquier cosa y darle crédito o mejor decirle que no recordaba nada.
Opté por lo segundo y ella con total tranquilidad me dijo que no me afanara, que cuando empezara a recordar se lo hiciera saber. Respiré hondo y me dediqué a permanecer tranquilo a la espera de cualquier pensamiento inusual que llegara a mi mente. Pasaron algunos minutos cuando empecé a sentirme inquieto, no tanto como cuando me encontraba en una ceremonia de yagé, pero definitivamente no me sentía normal.
La inquietud pronto se convirtió en miedo y todo mi cuerpo empezó a temblar sin ninguna explicación. Le conté lo que estaba sintiendo y ella me pidió que tratara de ver a mi alrededor, que le describiera donde estaba. Así lo hice y la imagen resultó bastante creíble para mi yo consciente como para describírsela a Maria Eugenia:
– “Estoy acostado en una mesa, en el medio de una bodega o algo así. Veo ventanas altas y siento que estoy en un pueblo, no en la ciudad. Además, tengo mucho miedo, no estoy aquí por mi voluntad… Estoy amarrado a esta mesa y tengo miedo porque sé que vienen por mi y me van a hacer mucho daño.”
Maria Eugenia intervino y me dijo:
– “Estás amarrado a esa mesa, quiero que avances al momento en el que llegan las personas que van por ti. ¿Quiénes son?”
Yo: – “No lo sé, son hombres, están a mi alrededor, pero sé que tienen mucha rabia, me quieren matar.”
María Eugenia: – “¿Por qué te quieren matar?”
Yo: – “Creo que es por sus mujeres: hijas, hermanas, esposas.”
María Eugenia: – “No tengas miedo, estás a salvo, pero tienes que volver a vivir esa experiencia para que puedas encontrar la lección que debes aprender. ¿Quiénes son esas mujeres, las conoces?”
Yo: – “Creo que sí, entre ellas veo a dos mujeres que conozco en esta vida.” Se trataba de Ángela María y Lina, dos mujeres con quienes había tenido relacionas un poco tormentosas en los años anteriores.
En ese momento me pasó algo muy extraño: me encontraba con las plantas de los pies sobre la camilla con mis rodillas elevadas. De pronto, sentí como si una fuerza invisible me hubiera empujado las rodillas hacia los lados, abriendo mis piernas como las de una mujer en trabajo de parto. En ese momento mi corazón se aceleró, en parte por la escena de miedo que mi mente estaba rememorando, o creando, y en parte porque era la primera vez que mi cuerpo se movía sin mi autorización ni comando sin estar bajo la influencia del yagé.
De verdad sentía que no podía moverme y que algo malo me iba a suceder en cualquier momento.
De pronto sentí que mi cara se deformaba como si me estuviera arrugando en segundos y sentí un frio intenso en mis genitales.
En ese momento, Maria Eugenia me dirigió unos nuevos ejercicios de respiración y nuevamente puso sus manos en mis sienes indicándome con su suave voz que volviera al momento presente, recordando que todo estaba bien, que todo era para bien y que Jesucristo estaba ahí para sanarme y retirar esa carga de mis hombros.
Cuando me calmé, Maria Eugenia me dijo que ella había visto la parte que yo no vi y me narró la historia completa:
– “En tu vida anterior eras un hombre muy atractivo físicamente, las mujeres te buscaban mucho y por eso te convertiste en una persona vanidosa y superficial. Además, disfrutabas del poder que tenías con las mujeres y te convertiste en un mago negro. Practicabas ocultismo y brujería con la energía sexual y por eso escogías a mujeres jóvenes y bonitas para tus rituales.
Los hombres que viste estaban vengando el sufrimiento que le causaste a esas mujeres y para castigarte, ellos te castraron y desfiguraron tu rostro con ácido, agua hirviendo o algo así.
Pero lo peor es que no moriste ese día, sino que tuviste que vivir así muchos años más. Tu muerte fue muy triste, con mucho resentimiento y soledad”
No sé si haber visto todo eso me había hecho sentir mejor o peor que antes, pero definitivamente eran respuestas que, a pesar de lo improbables, encajaban muy bien en varios aspectos de mi vida: Si había practicado la magia negra, seguramente habría demonios y seres oscuros que me acompañaban a ver si me podían volver a “torcer” hacia la oscuridad. Además de eso, yo siempre preferí relacionarme con mujeres jóvenes, a quienes de alguna forma deslumbraba para luego dejar de lado cuando me ilusionaba con otra joven.
Lo que vi en la regresión también encajaba bien con lo que me había dicho Santiago con respecto a sanar mi sexualidad.
Expiación
Mi descenso a las tinieblas me había llevado a una búsqueda que cada vez se hacía más compleja. Ahora me veía como un exbrujo maligno, aprovechador de mujeres en camino a expiar mis culpas y ascender a un estado de consciencia superior en el que ya no recurriera consciente o inconscientemente a la manipulación y la maldad para lograr mis metas.
El problema era que yo no me veía de esa forma y las personas que me conocían tampoco me veían así. Ciertamente había causado dolor a más de una mujer en mi vida, pero yo me consideraba esencialmente bueno y por lo tanto seguía sin comprender de dónde venía esa maldad que sentía a veces cuando tomaba yagé. También era cierto que mi libido era considerablemente elevada, lo cual me había causado ya algunos problemas, pero para mi edad y posibilidades, yo no había tenido un gran numero de parejas sexuales, ni había recurrido nunca a engaños ni trampas para lograr acostarme con nadie.
Sin embargo, mi camino espiritual a partir ese entonces se convirtió en una extensión de la búsqueda de explicación para esa maldad que emergía en mis tomas de yagé fuertes. También había entendido ya que el sexo junto con la muerte, estaban en el centro del drama humano y que mi propósito sería encontrar la forma correcta de relacionarme con esas dos fuerzas de tal forma que no me llevaran a descender nuevamente en las tinieblas.
Ya había escuchado hablar a los abuelos muiscas sobre el trabajo del “maíz viche”, o el secreto de la magia sexual ancestral y estaba dispuesto a seguir el camino que me llevaría a obtener ese conocimiento. También había leído sobre el sexo tántrico de la India y coincidía con los muiscas y las teorías gnósticas de Samael Aun Weor en que, para lograr la iluminación plena, había que transmutar el fuego de la sexualidad y elevarlo en forma de luz a través de la columna vertebral utilizando la contención de la lívido y técnicas que aún no comprendía.
No parecía coincidencia que el drama que me había llevado a tomar yagé en primer lugar tenía mucho que ver con mi vida sexual y que la regresión que me hizo Maria Eugenia me hubiera mostrado una pasada existencia de desenfreno sexual. Los siguientes años de mi búsqueda espiritual estuvieron marcados por esta exploración y de ello hablaré en los siguientes capítulos. No obstante, lo que no terminaba de encajar para mi era por qué el yagé me mostraba una descomunal maldad interior.
A este interrogante no pude encontrar una respuesta durante mis años de camino espiritual en Colombia, aunque la difícil estuvo presente en todo momento y, de hecho, se repitió en dos tomas de yagé más. Sin embargo, de forma totalmente inesperada, recibí lo que entendí como una explicación completa y satisfactoria para este acertijo nueve años más tarde, ya viviendo en Canadá, de la boca del famoso psicólogo y profesor universitario canadiense Jordan Peterson.
Conocí a Peterson por una gran amiga de camino espiritual quien me habló de sus agudos análisis sobre la psiquis humana y el drama de la existencia, poco antes de escribir estas líneas. Después de escuchar algunas conferencias del profesor Peterson, me encontré fascinado con su elocuencia y la profundidad de sus observaciones, así que me dediqué a devorar sus charlas magistrales en YouTube.
En algunas de ellas, Peterson hace un análisis sobre el significado psicológico de la Biblia, particularmente del libro del Génesis. Son 15 charlas de casi tres horas cada una en las que el autor interpreta las enseñanzas de vida que se pueden extraer de lo que considera son esencialmente modelos arquetípicos de la humanidad, condensados en historias ficticias aparentemente sencillas pero a la vez inquietantemente creíbles.
En el tercer episodio de esta serie de análisis de la biblia, llamado “Serie bíblica III: Dios y la jerarquía de autoridad”, Peterson dice lo siguiente mientras señala una imagen del Dios Atlas con el mundo a cuestas en su presentación:
“Atlas, carga voluntariamente con el mundo en los hombros. Es como cuando Cristo carga con los pecados de todo el mundo. Es exactamente lo mismo. Es la idea de que deberías ver en ti mismo el horror de toda la humanidad y asumir su responsabilidad.
Y lo interesante es que, si ves en ti mismo todo el horror de la humanidad vas a respetarte a ti mismo mucho más que antes. Porque es muy útil saber que eres un monstruo. Y ser un monstruo no quiere decir que tengas que serlo, pero es muy útil saber que lo eres.
Una cosa que dijo Jung, que me parece fascinante de sus escritos y que lo distingue de Joseph Campbell, que habla de seguir la felicidad es que Jung dijo claramente que el primer paso a la iluminación es ser consciente de la sombra.
Lo que quería decir era: Todo lo horrible que han hecho a los seres humanos lo han hecho humanos, y tú eres uno de ellos.
Hay que entender esto y entenderlo significa saber en qué circunstancias tú hubieras hecho lo mismo. Y es devastador intentar imaginarte a ti mismo tomando parte en una tortura medieval y entender que serías capaz de hacer algo así. Saber eso te cambia para siempre, aprender que eso es lo que eres, es muy útil, al saber cómo eres te conviertes en un ser diferente.
Otra cosa que aprendí de Jung es que no puedes ser una buena persona hasta conocer toda la maldad que contienes, no es posible, en parte porque no tienes poder. Si eres inocente, nunca le has hecho daño a nadie y no tienes la capacidad ni para matar una mosca, ¿por qué te iban a tomar en serio? Eres un animal doméstico, ¡como mucho! Y uno bastante despreciable.
Es muy raro, es extraño que la revelación de la capacidad para el mal sea una precondición para poder hacer el bien. Pero, ¿por qué tendrías interés en hacer algo bueno a no ser que entendieras la consecuencia de no hacerlo?
Hay que tomarse en serio estas cosas, no son juegos de niños, son juegos de adultos desarrollados. Eso lo aprendí al tener niños pequeños. Un capítulo de mi nuevo libro se llama «No dejes que tus hijos hagan cosas que te hagan odiarles». Eso lo escribí después de saber que soy un monstruo. Pensé: «Voy a asegurarme de que me gusten mis hijos, voy a asegurarme de que me gusta lo que hagan cuando están cerca de mí, porque yo soy mucho más grande que ellos, mucho más cruel que ellos y tengo trucos bajo la manga que ellos ni imaginan, y si me irritan me voy a desquitar con ellos».
Y si no crees que eres el tipo de persona que haría eso entonces eres el tipo de persona que lo está haciendo.
Jordan Peterson
Cuando terminé de escuchar esas palabras, detuve mi bicicleta sobresaltado, miré al cielo con los ojos encharcados y me di cuenta que eso era exactamente lo que me había pasado. No podía haberme conectado con la totalidad y ser uno con el universo, sentir el poder creador, sin antes haber conocido el aislamiento total, la ausencia del amor, la maldad instintiva del ser humano y el fuego abrasador del infierno de la soledad.
Entendí que eso es lo que significa que Jesús haya descendido a los infiernos por tres días antes de poder resucitar y subir al cielo. No era una visita misericordiosa a los pobres condenados antes de viajar al lado de su Padre, era encarnar en sí mismo todo el sufrimiento de la humanidad, para poder encontrar, en forma humana, la expiación de su propio demonio interior y así transformarlo en ángel de luz.
Entendí que Cristo no vino a salvarnos, vino a enseñarnos cómo salvarnos a nosotros mismos.
Me siento agradecida y bendecida por haberte traído al mundo, que me hubieras elegido para venir a realizar este ministerio. Estoy segura que la presencia de un un religioso en la familia, no tiene la contundencia espiritual y de servicio de un ser como tú.
Me impresiona las dos mujeres que viste.
Te amo y te admiro más.
Mami.